Cuaresma para hallar a Dios - Alfa y Omega

La Iglesia en la Cuaresma nos llama a la auténtica conversión que conforma con Cristo, reconciliador del hombre con Dios. «Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual», explica Benedicto XVI.

El misterio de Cristo no se puede reducir a un mero mensaje activista para el compromiso humano, o para una motivación meramente ética de la conducta privada o pública. El hombre necesita ser redimido y reconciliado por Dios en Cristo. Sigue siendo actual el mensaje que el apóstol san Pablo dirigía a los efesios cuando escribía: «Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios».

En la imposición de la ceniza se nos recuerda: Convertíos y creed en el Evangelio. Como nos dice el Papa: «El Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo». La vivencia de la fe nos configura con Cristo que nos ofrece su visión de Dios, del hombre y del mundo expresada en el Evangelio. El cristiano ha de fundamentar su existencia en los Mandamientos de Dios y en el espíritu de las Bienaventuranzas, dejando que la fe ilumine la inteligencia, denuncie el pecado y enseñe a mirar al mundo y al hombre desde Dios. Por eso es imprescindible celebrar con gozo la Palabra de Dios.

No debemos dejarnos mediatizar por las apariencias, sino por la actitud coherente ante la mirada de Dios. La Cuaresma nos ofrece la oportunidad de un examen sobre nuestras relaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos, y nos invita a la oración, al ejercicio de la limosna y al ayuno, rehaciendo nuestra imagen de Dios según la revelación de Cristo, dirigiendo nuestra mirada a los demás en las distintas situaciones en que se encuentran, y dándonos cuenta de que el ayuno no es para estar físicamente en forma, sino para encontrarnos en profundidad con nosotros mismos, asumiendo el compromiso de vivir coherentemente nuestra vida cristiana.