Noticias así no se dan todos los siglos... - Alfa y Omega

El lunes, aniversario de los Pactos de Letrán, era día festivo en el Vaticano, y sólo 6 periodistas cubrían el Consistorio en el que el Benedicto XVI anunció su renuncia. De ellos, sólo una entendía latín, la italiana Giovanna Chirri, de la agencia Ansa. Fue ella quien dio el bombazo que, a velocidad de vértigo, empezó a difundirse alrededor de las 11:30 de la mañana.

L’Osservatore Romano describe la conmoción de los testigos: «Las miradas de todos [los cardenales] se cruzaron, un leve rumor se alzó en la sala y la estupefacción se transformó en disgusto. Pero después de los primeros momentos de desconcierto, se abrió paso en los presentes […] el reconocimiento unánime de que el gesto realizado por el Pontífice es un altísimo acto de humildad».

Tampoco la prensa daba crédito. A Guido Horst, del Tagespost, le llega el rumor de una dimisión. No oye bien, y supone que el dimisionario es el corresponsal de Die Welt, Paul Badde. Llaman de todas las redacciones: «¿Es verdad?» A Jesús Colina, corresponsal de Alfa y Omega, le fríen a llamadas desde España para preguntarte si el 11 de febrero se celebra en Italia el Día de los Inocentes.

«La incredulidad deja paso a la febrilidad», cuenta La Croix. «Ha terminado una era», sentencia Horst, y en las radios y televisiones hay que llenar largas horas de programación especial. La renuncia de un Papa está contemplada por el Derecho Canónico, pero noticias así no se producen todos los siglos. Se dicen muchas cosas, también muchas tonterías. «Por lo que respecta al tiempo que ahora se abre, es para los fieles un tiempo de oración intensa y de confianza en el Señor de la Iglesia», escribe en un comunicado el arzobispo de Granada, monseñor Javier Martínez. «Las voces del mundo alzarán ahora su guirigay habitual de cábalas y especulaciones, en claves políticas, que son las que entienden. Pero para los cristianos es momento de centrarnos en la oración».

«Ha sido una decisión fortísima, histórica, muy valiente y espiritual», dice a La Stampa de Turín Joaquín Navarro Valls, director de la Oficina de Prensa con Juan Pablo II. Su hermano Rafael, catedrático de Derecho Canónico, responde, con un artículo publicado en El Mundo, a importantes incertidumbres que se plantean muchos. Por ejemplo: ¿Cómo será la convivencia entre Benedicto XVI y su sucesor? «No pasará nada», tanto por la «proverbial prudencia» y «excepcional inteligencia» del Papa, como por el hecho de que «perderá todo su poder primacial», y quedará, por tanto, sometido al sucesor que elijan los cardenales, aclara Navarro-Valls.

¿Pero por qué? «La renuncia de un Papa es un hecho de extrema gravedad y un motivo de profunda preocupación para los católicos conscientes; y quien diga lo contrario miente», escribe Juan Manuel de Prada, que no podía faltar en el especial que publicó el martes ABC. Algunos Papas contemplaron esta posibilidad en los últimos tiempos, como Pío XII, que «llegó a redactar un documento ológrafo con la orden de publicar su renuncia si Hitler llegaba a consumar su secuestro, para asegurar la libertad de la Iglesia; y algo semejanza hizo Pío VII, cuando más apretaba Napoleón. Pero la renuncia de Benedicto XVI reviste circunstancias muy distintas», y resulta imposible evitar las comparaciones con «aquella resistencia heroica» en el final del pontificado de Karol Wojtyla. Sin embargo, «la renuncia de Benedicto XVI no podemos interpretarla como una muestra de miedo o debilidad. Si ha decidido renunciar no es porque así lo quiera su voluntad, sino porque se ha visto incapaz de sobrellevar la misión que le fue asignada y considera que el bien de la Iglesia así lo exige. No olvidemos que las instituciones no las sostienen las personas; y tampoco que a la Iglesia, institución de origen divino, le ha sido asegurada la asistencia del Espíritu Santo hasta el fin de los tiempos».

«Hay el heroísmo de la resistencia, que lleva al sujeto hasta el extremo de sus fuerzas…; mientras que existe también el heroísmo de la sumisión a las leyes de la naturaleza, a las condiciones de salud, a lo que los hechos humanos y los signos divinos invitan, reclamando una renuncia», escribe en esas mismas páginas el teólogo Olegario González de Cardedal. «La de Benedicto XVI a su cargo de obispo de Roma es una decisión histórica, en cuanto rompe con una tradición milenaria en la que los Papas no dimitían, y abre otra en la que eso será una posibilidad normal. Y lo ha hecho con unas palabras transparentes, comunicando en libertad una convicción madurada en libertad: no tiene las fuerzas físicas con la consiguiente capacidad intelectual y moral necesarias para guiar y regir la barca de la Iglesia. ¡Sin aspavientos y sin pretensiones, con la sencillez con que, en 2005, anunció su aceptación desde la ventana de San Pedro: Soy un pobre obrero en la viña del Señor. Así vino y así se va».