Normativa y precedentes históricos - Alfa y Omega

Normativa y precedentes históricos

Redacción

A finales de noviembre de 2010, se publicaba el libro Luz del mundo, que recogía una larga entrevista del periodista alemán Peter Seewald a Benedicto XVI. En ella, el Papa reconocía la posibilidad de una hipotética renuncia «en ciertas circunstancias». A la pregunta del periodista: «¿Puede pensarse en una situación en la que usted considere apropiada la renuncia de un Papa?», Benedicto XVI respondía: «Sí, si un Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar».

En realidad, lo que hacía el Santo Padre no era más que reflejar una posibilidad que ya contempla el Código de Derecho Canónico en el canon 332.2: «Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie».

La renuncia del Papa no es un caso inédito en la historia de la Iglesia. La primera renuncia papal fue la de Clemente I, en medio de las persecuciones del Imperio Romano contra la Iglesia: fue detenido y condenado al exilio, por lo que renunció al papado para que la Iglesia no se quedase sin su guía espiritual. Lo mismo sucedió con el Papa Ponciano un par de siglos después, durante la persecución de Diocleciano. En el año 537, la emperatriz Teodora, de ideas monofisitas, desterró al Papa Silverio para sentar en la sede de Pedro a su candidato, el Papa Vigilio. En el año 1045, Gregorio VI y Benedicto IX renunciaron para solucionar distintas divisiones cismáticas que padecía la Iglesia; lo mismo que sucedió con Gregorio XII tres siglos después. Y un poco antes, en 1294, el Papa Celestino V (en la imagen) renunció para poder volver a la vida eremítica que llevaba antes de ser elegido Papa.