Manchas de luz que cambiaron la pintura - Alfa y Omega

Manchas de luz que cambiaron la pintura

La exposición Macchiaioli. Realismo impresionista en Italia presenta, por primera vez en España, a uno de los primeros movimientos artísticos de la modernidad, que tuvo, además, gran influencia en la pintura española de finales del siglo XIX. Organizada por la Fundación Mapfre, puede disfrutarse en Madrid hasta el 5 de enero

Eva Fernández
'El paseo del Muro Torto', de Antonio Puccinelly (1852). Instituto Matteuci (Viareggio)
El paseo del Muro Torto, de Antonio Puccinelly (1852). Instituto Matteuci (Viareggio).

Algo debe tener la Toscana italiana que atrae al arte. Dante, Miguel Ángel y Leonardo, entre muchos otros, se hicieron grandes en Florencia. Años antes de que se fraguara la unidad de Italia (1861), Florencia tenía sed de novedad. Muy cerca de la Piazza del Duomo se encontraba el Café Michelangiolo, allí, hacia 1855, un grupo de jóvenes pintores que apenas rozaba la treintena, protagonizó uno de los capítulos más brillantes de la modernización de la pintura europea. Este café se había convertido en un espacio de encuentro para todos los que querían rebelarse contra la pintura académica y el romanticismo. Por alguna de aquellas tertulias recaló, incluso, un francés que se entusiasmó con sus postulados: se llamaba Edgar Degas. Nada gustaba más a estos artistas que pintar al aire libre, una característica que se convertiría en su principal seña de identidad. Se lanzan a la búsqueda de la luz, que plasman a través de pinceladas visibles, volcadas en el lienzo como si de manchas se tratara. De ahí el calificativo de macchiaioli (manchistas), término acuñado por un columnista crítico, que, sin saberlo, acabaría definiendo a este grupo de pintores, siempre contracorriente. Su unión de ideales consolidó una fuerte amistad entre ellos.

El grupo estaba formado por Giovanni Fattori, Silvestro Lega, Telémaco Signorini, Giuseppe Abbati, Giovanni Boldini y Carlo Borrani, todos ellos unidos en torno al mecenas Diego Martelli, quien les convence para que se trasladen a Castiglioncello, una hacienda heredada de su familia, en la que se dedican a pintar la verdad que encuentran en sencillos paisajes y escenas campesinas de la campiña Toscana. Su compromiso con la renovación estética corre paralelo a ideales políticos en pro de una nueva Italia unida (expresada en la bandera de El 26 de abril de 1859 en Florencia, de Odardo Borrani —1859—), para lo que no dudan en alistarse en la guerra como voluntarios para revelar al mundo lo que muchos no querían ver. Los macchiaioli vivieron y murieron en la pobreza. Nunca se convirtieron en hombres de poder. Siempre fueron contracorriente, y así han pasado a la Historia.

Cuando el arte consiste en la macchia

En esta exposición, co-producida por la Fundación Mapfre y los Museos D’Orsay y L’Orangerie de París, podemos disfrutar de unas 100 pinturas, casi todas en pequeñas tablas de apenas 15 centímetros de alto, que los macchiaioli recuperaban de diferentes embalajes, sobre todo de cajas de puros y de las tapas de las cajas en las que los pescadores traían sus mercancías. En estas tablillas, los colores al óleo se aplicaban sin imprimación, dejando visibles las vetas de la madera. Comparten con los impresionistas la misma relación con la naturaleza, pero su diferencia radical consiste en que éstos captaban el instante, y los macchiaioli construían en sus lienzos este instante. Ejemplo de esto es Narradores toscanos del siglo XIV, de Vincenzo Cabianca.

Inspirados por el Quatroccento

Las manchas de color que les han hecho famosos se observan en el cuadro, de Antonio Puccinelli, El paseo del Muro Torto (1852), donde los claroscuros se construyen a través de manchas muy contrastadas. Casi como una mancha aparece esa pareja que camina a la izquierda. En la obra de Giovanni Fattori se descubre la inspiración que encontraron los macchiaioli en los maestros del Quatroccento italiano, sobre todo en lo que se refiere a la organización del espacio. El nuevo lenguaje pictórico que consiguen con sus manchas de luz, contribuye a expresar el sentimiento de un lugar preciso, a una hora concreta: La torre roja (1875), de este autor. Alguna de sus pinturas de interior servirá de fuente de inspiración para muchos cineastas, y en especial para Luchino Visconti, el que mejor captó el carácter intimista de estos pintores. Vemos un ejemplo en el Interior con figura, de Adriano Cecioni (1867), imagen que aparece en un fotograma de la película Senso, de Visconti.

El eslabón con España

Mientras los macchiaioli se abrían camino en Italia, en España, Mariano Fortuny descubre la libertad que le da pintar al aire libre. Nunca existió una relación estrecha entre ellos, pero en el fondo compartían algunos puntos de vista, que convirtieron a Fortuny en el eslabón por el que la pintura de los macchiaioli conecta con la mejor pintura española de finales del siglo XIX. Lo comprobamos en la Playa de Portici (1872-73), en la que el paisaje se construye en planos sucesivos; y en Gallinero (1864), con el uso de la mancha directa sobre el lienzo. Unas manchas por las que algunos quisieron denostarlos, pero que acabarían por convertirlos en inmortales.