La llamada a un amor radical - Alfa y Omega

La llamada a un amor radical

VI Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: AFP/Ishara S. Kodikara

A medida que avanzamos en la escucha del sermón de la montaña, las propuestas del Señor concretan la novedad de la enseñanza de Jesús frente a la legislación judía, presente en el Antiguo Testamento. Continuamos, pues, con el análisis de los principales preceptos de la ley de Moisés, formulados en el esquema «se dijo […] pero yo os digo». Se trata de una al principio aparente oposición que a la postre supone el verdadero cumplimiento de la voluntad de Dios, asociado a la persona de Jesucristo, que es quien nos revela plenamente los designios divinos. El tema principal del próximo domingo será una llamada: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto», una variante del veterotestamentario «sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo». Así pues, Dios Padre es la referencia por antonomasia de esa santidad y esa perfección. Y la voluntad de Jesucristo es hacernos a nosotros partícipes de la vida divina. Puesto que la santidad y perfección que la Palabra de Dios nos pide es imposible de alcanzar por nuestras propias fuerzas, la enseñanza del Señor va a ser una ayuda para vivir más en consonancia con cuanto Dios nos pide. Para ello se formula un precepto, el amor, que nos invita a vivir de modo radical, sin límites.

«Rezad por los que os persiguen»

Cuando escuchamos del Señor la prescripción «amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen», podemos pensar que, tomada esta orden al pie de la letra, estamos ante algo realmente imposible. Y es aquí, precisamente, donde vamos a descubrir la novedad que nos trae Jesús con respecto a la enseñanza del libro del Levítico, el texto que escuchamos este domingo como primera lectura y que nos presenta el mandato de «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Aunque se trata de un precepto loable, en su propia formulación tiene un límite, que nos lo hace ver el Evangelio. No se habla de los enemigos. Es más, la interpretación corriente del mandato de Moisés era «amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo», conforme el mismo Jesús nos recuerda. Por el contrario, el Señor viene a levantar nuestras propias barreras e impulsarnos a superar nuestra propia finitud y limitación. El mandamiento del amor llevado hasta las últimas consecuencias no consiste simplemente en una lección más sobre cómo relacionarnos con los demás según la voluntad de Dios. Al presentar con toda claridad el amor a los enemigos es Jesús el que nos garantiza que esto es posible, en primer lugar, porque podemos mirar al Padre celestial «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos». También el salmo responsorial de este domingo nos recuerda que «el Señor es compasivo y misericordioso» y que «no nos trata como merecen nuestros pecados», sino que, al contrario, «siente ternura por los que lo temen». En segundo término, Jesús mismo nos ha mostrado con su vida que esto es realizable. Así pues, la nueva ley de Cristo carece de límites, ya que propone la realidad de un amor infinito. Una de las formas de comprenderlo es a través del carácter universal de la salvación de Jesucristo. Cuando los israelitas hablaban de amor al prójimo, no pensaban en alguien extranjero o de otra religión. Ahora, la enseñanza de Jesucristo, continuada por la de los apóstoles, está marcada por una clara voluntad de salvación universal, que no es factible sin un amor universal y sin medida por parte de los cristianos. El mismo Evangelio señala esta originalidad con respecto al Antiguo Testamento como algo extraordinario, ya que lo corriente es lo que hace cualquier persona, «también los publicanos», quienes, como sabemos, eran pecadores públicos. Por lo tanto, si se cumple cuanto el Señor nos propone, no solo se supera el clásico «ojo por ojo», sino que se responde con la vida al amor inmenso que Dios ha tenido con nosotros, enviándonos a su Hijo y haciéndonos capaces de participar en la misma vida divina.

Evangelio / Mateo 5, 38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».