La urgente necesidad de decir - Alfa y Omega

La urgente necesidad de decir

Javier Alonso Sandoica

Estamos en las fechas propicias para pensar en el libro que pedir o regalar. Hace poco, charlaba con un amigo sobre los recién llegados a la vocación literaria. Autores que, evidentemente, no lo son. Se arriman a la escritura porque un periodista les puso cerca un micrófono, se hicieron conocidos y, con menos vergüenza que talento, un día les dio por el oficio. Pero a lo sumo llegan a redactar, que no a escribir. Redactar es poner una cosa detrás de otra, como la conga que arbitrariamente se forma en las bodas. Una cosa detrás de otra apenas requiere dedicación, sino búsqueda del espacio correcto. Pero el ser humano es hijo de un Creador, y el reconocimiento de esa virtud creativa debe ser reflexión ineludible, si se quiere realizar una propuesta digna. Por eso, el que busca un libro, debe exigir lugares donde se diga, no sólo donde se nombren cosas. Nombrar cosas es un ejercicio de enumeración para el que no se requiere talento, sino introducción a la matemática, con eso bastaría. En cambio, la escritura de calidad es un riesgo genuinamente humano, porque el autor decide iniciar una relación, principia un gesto de toma de contacto entre lo que allí se cuenta y el lector.

Entristece que un talento tan extraordinario como el de la joven escritora Valeria Luiselli confiese que escribir es «taladrar paredes, romper ventanas, hacer volar edificios, hacer excavaciones profundas para —¿para qué realmente?—…, para no encontrar nada».

Valeria, la literatura es una mano de madre que alcanza las cosas con acierto. El hombre es capaz de nombrar lo que ve, percibe la correspondencia entre lo exterior y lo que le es propio. Por eso san Juan de la Cruz llegaba a decir hasta lo aparentemente inasible, y lo expresaba sin atraparlo, sin el gesto orgulloso del cazador tras su presa, ¡por fin te cacé! De ahí su magisterio inaudito. Y nadie ha expresado la fe con más atrevimiento que Dante en la Divina Comedia, comparándola a una moneda, ¡una moneda! Nada tan ajeno al hecho de la fe como el dinero, pero en manos del maestro todo se transfigura: «Sí, la tengo (la moneda, la fe), tan redonda y brillante que no me cabe duda de su cuño (el mismo Dios)». Por eso mi felicitación navideña de este año se la he robado a un escritor argentino, que dejó escrito: «Mirada la desnudez, abriga». Cristo, el Hijo de Dios, el hombre más veces reproducido en arte en absoluta desnudez, abriga al género humano con la Revelación de sí hasta el desnudo. Urge la necesidad de saber decir.