Necesitados de Dios - Alfa y Omega

Necesitados de Dios

«La Navidad es la fiesta de la alegría, porque Dios está en medio de nosotros»: anunciar el amor de Dios en la cárcel, o en un hospital, o en las Casas de las Misioneras de Caridad en Madrid es lo que hizo el cardenal Antonio María Rouco Varela durante estos días de Navidad; porque los presos, los enfermos, los indigentes, los necesitados… tienen todo el derecho a recibir el Evangelio

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Un momento de la homilía del cardenal Rouco, en la cárcel

La semana pasada, en medio de las celebraciones navideñas, el cardenal Rouco realizó varias visitas a algunos de los principales centros en los que se suele concentrar el sufrimiento: la cárcel de Soto del Real, el Hospital Madrid y las Casas de las Misioneras de la Caridad en la capital. A todos los que allí sufren y esperan, el cardenal arzobispo de Madrid les llevó «la Buena Noticia de que Dios se ha hecho hombre», con el deseo de que «ese Niño que ha nacido en Belén nos gane el corazón, y que triunfe el bien y la belleza en el mundo», como afirmó en su homilía a los internos de la prisión madrileña.

«Dios ha vencido el mal para nosotros –señaló–. Con el nacimiento de Jesús, celebramos que podemos nacer a una vida nueva, que podemos vencer el mal, que podemos ser libres de verdad, de corazón». Así lo han experimentado Juan Gabriel y Fernando, dos internos que recibieron de manos del cardenal arzobispo de Madrid los sacramentos de la Iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Ellos son el testimonio de que el Señor sigue ganando los corazones de los más pobres, incluso en las condiciones más duras. Y lo ha hecho «haciéndose ternura de Dios, como dice el Papa Francisco. Dios se ha hecho tanta ternura para nosotros que se ha hecho Niño, para disipar toda la oscuridad y toda la tiniebla que puede haber en nuestra vida, para librarnos de todo sufrimiento», afirmó el cardenal Rouco.

Fernando recibe el Bautismo

De ese acercamiento de Dios a los más pobres y necesitados participa también toda la Iglesia, y así lo viven los voluntarios que acuden regularmente a las casas de la Misioneras de la Caridad, a los diferentes hospitales de Madrid, a los comedores para indigentes, o que llenan su tiempo en Cáritas, o en la ingente labor social que se realiza en las parroquias. Lola, una de los treinta voluntarios que acuden a la prisión de Soto del Real, cada semana, a ayudar en todo lo que pueden, comenta: «Yo tengo mi familia y mi vida hecha, pero en determinado momento sentí la necesidad de ofrecer a los demás lo que a mí se me ha dado». Todos ellos son el rostro de la Iglesia para los más necesitados de cariño: los más necesitados de Dios.

No son la basura de la sociedad

Mi trabajo como Capellán en la prisión es ayudar espiritual y humanamente a todos los internos que lo necesiten y pidan nuestra ayuda. Lo más importante es estar con los internos, caminar al lado de ellos escuchando sus preocupaciones, sus problemas y sus inquietudes. Sólo estando al lado de ellos como uno más, conociéndolos como personas, respetándolos y queriéndolos…, podré proponerles a Jesús de Nazaret como un mensaje de liberación, y mostrarles el rostro de un Dios que es Padre y les quiere a pesar de sus muchos fallos y pecados.

Los internos acogen muy bien mi trabajo y el de los voluntarios, hasta tal punto que están esperando que llegue el día en el que visitamos el módulo para charlar y pasar un rato agradable juntos. Sobre todo, se ve que nuestra presencia es importante en la respuesta que dan participando activamente en la Eucaristía del domingo, con una asistencia grande.

Para ellos, nosotros somos los amigos en los que pueden confiar, pues para nosotros no son un número, ni gente mala, sino personas que han cometido fallos por diversos motivos y circunstancias. Antonio reflexionaba: «Hoy ha venido el Capellán y los voluntarios. Me fijo en sus miradas y son miradas de amor, que no juzgan, que comprenden y ayudan a llevar la cruz de la indiferencia de los demás».

Los años vividos con los privados de libertad me llevan a invitar a los que estamos libres a acoger a estas personas. Los cristianos tenemos que acercarnos a ellos. No son la basura de la sociedad, son personas que por unas circunstancias o por otras se han equivocado, han cometido un delito. Cada uno de nosotros, en sus circunstancias, estaríamos aquí. Y porque son personas, porque necesitan estímulo y cariño, tendremos que estar con ellos. Dentro de la prisión la vida sigue, y hay que seguir liberando y dando vida.

Paulino Alonso
Religioso Trinitario