El ejemplo a seguir - Alfa y Omega

El ejemplo a seguir

Alfa y Omega
‘El esplendor del verdadero amor… Jesús en el taller familiar’, de William-Adolphe Bourgerau

Este año, en la madrileña Plaza de Colón, con el Papa Francisco, ha vuelto a brillar la luz de la auténtica familia, el ejemplo del que nos habló su antecesor en la sede de Pedro el pasado año: «Que Jesús, María y José sean un ejemplo de la fe que hace brillar el amor y fortalece la vida de los hogares. Por su intercesión –añadía Benedicto XVI–, pidamos que la familia siga siendo un don precioso para cada uno de sus miembros y una esperanza firme para toda la Humanidad». Sí, este año ha vuelto a brillar ese precioso ejemplo de la fe que, en su sencillez llena del amor y de la fuerza verdadera que cambia el mundo, se aprende en el hogar de Nazaret, y que permite decir con toda verdad que la familia es un lugar privilegiado, como anunciaba el lema de la Fiesta de las Familias 2013 en Madrid.

Este lugar privilegiado que es la familia cristiana, lo mostraba el Papa Francisco, hecho oración, en su mensaje del ángelus, el pasado domingo, seguido en directo desde la madrileña Plaza de Colón: «Jesús, María y José, en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero amor. Sagrada Familia de Nazaret, haz que también nuestras familias sean lugares de comunión y cenáculos de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas Iglesias domésticas», no para encerrarse en sí mismas, ¡todo lo contrario!; de tal modo que el Santo Padre, al final de su oración, decía: «Sagrada Familia de Nazaret, que el próximo Sínodo de los Obispos pueda despertar en todos la conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia, su belleza en el proyecto de Dios». Su belleza, sí, y su bondad ¡y su verdad!, pues, como dijo el cardenal arzobispo de Madrid en la celebración del pasado domingo, «no hay otro lugar de la experiencia y de la existencia humana» donde se pueda vivir, de un modo auténticamente humano, «que no sea en el ambiente cercano, acogedor, tierno y comprensivo de la familia», que tiene su ejemplo primero en la Familia de Nazaret y que sigue vivo y presente en las familias cristianas. ¿Acaso hay necesidad mayor, hoy, que esta acogida, que brota de la fe y del amor cristianos, en un mundo en el que, como denunció el cardenal Rouco, «ni siquiera el don de la vida se entiende como definitivo e inviolable»?

En el encuentro de las familias peregrinas a la tumba de san Pedro, en el Año de la fe, el pasado 26 de octubre, lo dijo así el Papa: «He sentido el dolor de las familias que viven en medio de la pobreza y de la guerra» y, «en medio de todo esto, ¿cómo es posible vivir hoy la alegría de la fe en familia?» Y añadió: «Lo que más pesa en la vida no es esto: lo que más cuesta de todo esto es la falta de amor… Sin amor, las dificultades son más duras, inaguantables». No así cuando está Él, bien presente, en el centro mismo de la casa, como en el hogar de Nazaret. Y repitió las palabras de Jesús: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, antes de añadir: «Queridas familias, el Señor conoce nuestras dificultades: ¡las conoce! Venid a mí, familias de todo el mundo –dice Jesús–, y yo os aliviaré, para que vuestra alegría llegue a plenitud».

Al día siguiente, en la Misa celebrada en la misma Plaza de San Pedro, con multitud de familias cristianas venidas de todo el mundo, justamente para celebrar su fe en Cristo, les explicó el Papa cómo, teniendo a Jesús en el centro del corazón, y de la vida toda, lejos de encerrarse la familia en sí misma, ¡se abre al mundo entero!, como decía el Beato Papa Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris missio, de 1990: «La fe se fortalece, dándola». Se explicaba así el Papa Francisco: «El apóstol Pablo, al final de su vida, dice: He conservado la fe ¿Cómo? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo perezoso. Ha conservado la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado, la ha llevado lejos», y dirigiéndose a las familias peregrinas en Roma, precisamente, para celebrar junto a san Pedro el Año de la fe, decía a continuación: «También aquí, podemos preguntar: ¿de qué manera, en familia, conservamos nosotros la fe? ¿La tenemos para nosotros, en nuestra familia, como un bien privado, como una cuenta bancaria, o sabemos compartirla?» Y concluía la explicación afirmando sin ambages: «Las familias cristianas son familias misioneras».

El pasado domingo, en la madrileña Plaza de Colón, más de cien familias recibieron el don del envío misionero, para llevar al mundo entero, a la India y al sudeste asiático, y a diversos países de Europa, la alegría del Evangelio de la familia. Familias enteras, padres e hijos que pondrán su tienda, como hizo el Hijo de Dios en la Encarnación, en países lejanos donde no se conoce a Jesús, o donde, conociéndolo, le han dado la espalda, y que por eso viven sumidos, aun teniendo toda clase de bienes materiales, en una tristeza mortal, serán enviados, junto con otras muchas familias, desde Roma por el Papa, el 1 de febrero próximo. Como Jesús, María y José, ¡el ejemplo a seguir!