No es verdad 810 - Alfa y Omega

Pues efectivamente: aquí estamos todos encogiéndonos, mientras episodios escandalosos de corrupción saltan a las primeras páginas, curiosamente, después de las elecciones gallegas y catalanas. El Gobierno que había prometido solemnemente que «si hay algo que no tocaremos serán las pensiones», ha tocado las pensiones, quizá por no ser menos que los del Gobierno anterior, y sale diciendo que no lo ha hecho obligado por Bruselas, sino por la realidad. ¿La realidad de quién?, preguntaba el otro día un jubilado en la barra de un bar. ¿Y qué realidad es ésa: la mejicana, la bruselense? Claro que la herencia recibida por el Gobierno actual no podía ser peor, pero claro también que ha pasado un año desde que este Gobierno asumió sus difíciles responsabilidades; y claro también que no hacía falta prometer lo que se sabía que no se podría cumplir; y, sobre todo, claro no, sino clarísimo, que, antes de tocar un solo euro de una pensión de jubilación o de viudedad o de lo que sea –derecho adquirido a lo largo de toda una vida de trabajo y de cotización–, había que haber hecho muchas otras cosas que todavía no se han hecho. Por ejemplo, ¿qué pintan 17 gobiernitos autonómicos, a estas alturas de la película? Pudieron ser hasta muy convenientes y oportunos en el momento de la Transición, pero evidentemente se han salido de madre. ¿Qué pintan las subvenciones a los partidos políticos y a los sindicatos? ¿Por qué tengo que pagar a un partido o a un sindicato al que no me da la gana de pertenecer? Que se busquen los garbanzos como me los busco yo, es lo que oye uno comentar en la calle. A esos sindicatos que cacarean la necesidad de un referéndum, habría que contestarles que el único referéndum que sin duda, merecería la pena es el que preguntase a los españoles si quieren seguir financiando o no a estos sindicatos. ¿Y qué pinta el Consejo de Estado al que –que no falte el humor– algunos llaman refugium pecatorum, porque, con las lógicas excepciones que confirman toda regla, acoge y remunera de manera sorprendente a tantos que no saben hacer otra cosa que cobrar del Presupuesto? ¿Y qué pintan, a estas alturas, las embajadas autonómicas, las flotas de coches de alta gama, las televisiones autonómicas dilapidadoras, en las que, en el mapa del tiempo, en vez de Ibiza se lee Eivissa, etc., etc.? ¿Y qué pinta un Senado en el que un vasco y un catalán que pueden entenderse perfectamente en español recurren a la traducción simultánea con cargo al Presupuesto? ¿Pero qué tomadura de pelo es ésta? ¿Tendrá razón Aznar cuando, en la espléndida entrevista que le ha hecho Victoria Prego, dice que «hoy la política no es atractiva para la gente capaz»? Todo eso y muchas más cosas tenían que haber sido tocadas antes que las pensiones de los jubilados. ¿Pero tan difícil de entender es esto? Eso por no hablar del escándalo confiscatorio de las tasas judiciales.

Si del Gobierno pasamos a la Oposición, ¡para qué les cuento a ustedes! Cuando no se tiene nada serio que ofrecer hoy ni para mañana, se recurre al pasado, a Felipe González nada menos, con quien comenzó, en realidad, todo este desmadre que ha venido luego y que, efectivamente, ha conseguido que España haya dejado de ser lo que era y lo que todavía puede volver a ser, si quiere. Y ahí tienen ustedes a un grupo de socialistas pidiendo perdón, a ver si así consiguen hacerse perdonar; pero el viejo Catecismo del padre Astete –vieja y consolidada sabiduría humana, que vale también para no católicos– ya advertía que para una buena confesión son necesarias cinco cosas: examen de conciencia (menos mal si han empezado a hacerlo), dolor de corazón (que a mí hasta ahora no me lo han demostrado, y mucho me temo que todo sea paripé y conveniencia), propósito de la enmienda (que yo no lo veo francamente por ningún lado, porque cada día que pasa sale un escándalo más), confesión de boca (y no de boquilla) y, sobre todo y fundamentalmente, satisfacción de obra, es decir, cumplir el deber de reparación y restaurar el mal hecho, y devolver lo que uno se ha llevado crudo, porque, si no, nada de todo lo demás es creíble. Esta reparación (ver Catecismo de la Iglesia católica, 2487), moral y a veces material, debe aplicarse según la medida del daño causado y, naturalmente, obliga en conciencia. Claro que, para que obligue en conciencia, hay que tenerla…