Una exigencia insoslayable - Alfa y Omega

Una exigencia insoslayable

Salir al encuentro, vivir la fraternidad es el título de la Carta que el cardenal arzobispo de Madrid ha escrito con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebra con el lema Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor. Dice en ella:

Antonio María Rouco Varela
‘El anuncio del Evangelio, que nos impulsa a vivir la catolicidad, reclama ofrecer una fraterna hospitalidad al inmigrante’

La Jornada Mundial de la Pastoral de las Migraciones nos recuerda de nuevo que estamos ante la exigencia insoslayable de hacer posible una convivencia profundamente humana sobre la base evangélica de nuestro reconocimiento mutuo como hermanos en una sociedad en la que la presencia de los emigrantes continúa siendo determinante: una convivencia que ha de ser alimentada y sostenida a la luz de la fe, con la fuerza de la esperanza y de la caridad cristianas.

En nuestra responsabilidad evangelizadora, reavivada en la Misión Madrid, se nos impone una primera y fundamental tarea: la ayuda a los inmigrantes a mantener firme su fe, siendo conscientes de que les falta el apoyo cultural que tenían en su país de origen. En el Plan Pastoral para este curso constatábamos que «la situación general –humana y espiritual– del mundo y de Europa hoy urge a la Iglesia a vivir con generosidad su misión. La crisis nos inquieta por sus raíces espirituales y trascendentes, que conducen al hombre a la pérdida del sentido de su vida y de su propia dignidad personal». En un tiempo en que el intercambio mutuo globalizado acerca más a las personas de los distintos pueblos, el impacto de esta crisis alcanza al mundo de la emigración en los países de partida y en los de llegada, con una especial dureza. También aquí entre nosotros: ¡en Madrid! Factor que acentúa la urgencia de la llamada a vivir fraternalmente y a superar juntos las dificultades no sólo materiales, sino también espirituales que nos rodean.

Asumir cristianamente las responsabilidades pastorales y apostólicas ante los problemas y esperanzas del mundo de la emigración, en esta hora global de la Historia, es exigencia y forma parte del anuncio del Evangelio del Señor que nos salva: ¡Jesucristo! Frente a la acumulación de dificultades humanas, sociales y culturales, pudiera surgir la tentación de la desconfianza o desesperanza. Pero sabemos que la Iglesia, como sacramento de la salvación de Cristo, realiza y transmite, con obras y palabras, el amor de Dios, afrontando las situaciones -incluso las más dolorosas- con la esperanza gozosa que brota del Misterio Pascual.

Anunciar el Evangelio nos implica inexorablemente en la comunicación auténtica y generosa, a los hermanos venidos de la emigración, de la experiencia que tenemos del Señor, resucitado gloriosamente, en quien hemos puesto nuestra esperanza.

Convivir fraternalmente

El anuncio del Evangelio, que nos impulsa a vivir la catolicidad, reclama de nosotros vivir no sólo la comunión fraterna entre los bautizados, sino también sacar fielmente la consecuencia de ofrecer una fraterna hospitalidad al inmigrante, sea cual sea su raza, cultura, y religión; rechazando toda exclusión o discriminación y proponiéndoles la verdad del Evangelio.

Las comunidades parroquiales, que perseveran, con generosidad y valentía, en convertir en obras de amor fraterno el servicio a los inmigrantes, han de mantener: la acogida que favorezca su inserción integral, con una vida más digna que presupone e incluye también la dimensión de la fe y la práctica religiosa, esencial para toda persona; el acompañamiento eficaz que necesitan en las tramitaciones tan complicadas, exigidas por las leyes y las normas administrativas para su pacífica integración social –acompañamiento que no debe ser escatimado a aquellos que están bautizados en su incorporación activa a la vida de la Iglesia–; la caridad, que es creativa, para colaborar en la resolución de las emergencias que acontecen, y pueden acontecer, incluso en situaciones de emigración irregular, a fin de conseguir la normalización tan deseada, que estabiliza y favorece una fructuosa convivencia.

La Iglesia reconoce el derecho a emigrar, la posibilidad de salir del propio país y de entrar en otro en busca de mejores condiciones de vida, y también reconoce el derecho a no emigrar, es decir, a que se promuevan y aseguren las condiciones objetivamente válidas para permanecer con dignidad en la propia tierra. Reconocimiento que se debe de hacer efectivo en el esfuerzo incesante por lograr una actitud de acogida, basada en el respeto de los derechos fundamentales de nuestros hermanos emigrantes y de su equiparación en derechos y deberes con lo demás ciudadanos.

La llamada a convivir fraternalmente -quienes aquí estamos y quienes han llegado- se encuentra viva y latente en nuestra común condición de hijos de Dios Padre, que es creador; de hermanos en Dios Hijo, que es redentor; de hijos y hermanos por la acción del Espíritu Santo, que es amor. Su promoción humana integral y la convivencia fraterna con ellos se posibilita y se consolida justamente en ese marco de la comunión espiritual en la que la plena dignidad humana es percibida y reconocida como inseparable de la experiencia compartida de ser hijos de Dios.

La Misión Madrid comprende el servicio de la caridad que debe alcanzar a todos los ambientes de nuestra archidiócesis y, muy especialmente, a nuestros hermanos emigrantes. Si queremos, pues, llevar a la práctica pastoral consecuentemente la actitud misionera por parte de nuestras parroquias, movimientos y asociaciones, es necesario salir a su encuentro de forma espiritual y pastoralmente renovada, haciendo presente a la Iglesia en sus casas y familias, sin duda, situadas en lugares de periferias de pobreza tanto material como espiritual.

No cabe duda, ¡en el contexto de esta nueva Jornada del emigrante y del refugiado, la invitación a ser testigos y misioneros del Evangelio contiene la de ser artífices incansables de fraternidad!