De la cultura del rechazo, al encuentro - Alfa y Omega

De la cultura del rechazo, al encuentro

La creación de mejoras económicas y sociales en los países de origen de emigrantes y refugiados, o la superación de los prejuicios en los países de destino, a quienes insta a fundamentar la cultura del encuentro frente a la del rechazo, son algunas de las peticiones del Papa Francisco en su Mensaje para este día, del que ofrecemos lo esencial:

Redacción
El Papa Francisco saluda a jóvenes inmigrantes llegados hasta las costas de la isla de Lampedusa

Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la Humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser algo más. La Iglesia se compromete a comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino.

Al mismo tiempo, no podemos dejar de denunciar el escándalo de la pobreza. Violencia, explotación, discriminación, marginación, planteamientos restrictivos de las libertades fundamentales son algunos de los principales elementos de pobreza que se deben superar. Precisamente, estos aspectos caracterizan muchas veces los movimientos migratorios.

La realidad de las migraciones pide ser afrontada y gestionada de un modo nuevo, equitativo y eficaz, que exige, en primer lugar, una cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión. Es importante la colaboración a varios niveles, con la adopción, por parte de todos, de los instrumentos normativos que tutelen y promuevan a la persona humana. Trabajar juntos por un mundo mejor exige la ayuda recíproca entre los países, con disponibilidad y confianza, sin levantar barreras infranqueables. Es importante subrayar cómo esta colaboración comienza con el esfuerzo que cada país debería hacer para crear mejores condiciones económicas y sociales en su patria, de modo que la emigración no sea la única opción para quien busca paz, justicia, seguridad y pleno respeto de la dignidad humana.

Quisiera subrayar la superación de los prejuicios y preconcepciones en la evaluación de las migraciones. La llegada de emigrantes suscita en las poblaciones locales, con frecuencia, sospechas y hostilidad. En esto se necesita, por parte de todos, un cambio de actitud: el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a la cultura del rechazo–, a una actitud que ponga como fundamento la cultura del encuentro, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno. Los medios de comunicación están llamados a entrar en esta conversión de las actitudes y a favorecer este cambio de comportamiento hacia los emigrantes y refugiados.

La Iglesia está llamada a ser el pueblo de Dios que abraza a todos los pueblos. El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios y, más aún, en el ser hijos de Dios. Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados. Las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva Humanidad.