En 1977, con Wojtyla el subversivo - Alfa y Omega

En 1977, con Wojtyla el subversivo

En su nuevo libro (Sale, zucchero e café –Sal, azúcar y café–), el periodista de la RAI italiana Bruno Vespa evoca así, en Avvenire, la entrevista que mantuvo, en 1977, con el entonces arzobispo de Cracovia:

Colaborador
El cardenal Stefan Wyszynski y el entonces arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla

En 1977 propuse (y conseguí) hacer una serie de reportajes sobre los duros del Este, los líderes de los regímenes comunistas que, a veces, eran más duros que sus líderes de referencia del Kremlin. Era una pura ilusión. Inútil probar con Bulgaria y con Rumanía, cuyos regímenes eran más cerrados que el moscovita. Antes de intentarlo con Checoslovaquia, llamé a Polonia, que parecía el país menos cerrado, aunque sólo fuera porque la mayoría de sus habitantes eran católicos.

La ocasión propicia la tuve con motivo de la visita a Italia de Edward Gierek, primer Secretario del Partido Comunista polaco y, de hecho, la más alta autoridad de Polonia. En estos casos, se acostumbraba a conceder una entrevista a la televisión hermana del país anfitrión y me aproveché de esta oportunidad. Fijada por Roma una entrevista con Gierek, mi intención era principalmente encontrar a los intelectuales disidentes y al cardenal Stefan Wyszynski, mítico e inaccesible Primado de Polonia. El periodista de televisión Pierluigi Varvesi tenía contactos con la comunidad polaca de Roma, y me sugirió que fuera a cenar con un joven cardenal. Me dijo el apellido, pero no lo retuve mucho tiempo. Nos reunimos con este prelado que demostraba, a sus 57 años, ser atlético, fuerte y vivo, y a la vez parecía ser más el titular de una gran parroquia que un filósofo convertido en arzobispo de Cracovia.

De él, me llamaron la atención dos cosas que le hacían parecerse a algunos párrocos de mis montañas: la cara abierta y consumida por el sol, y los enormes zapatos negros, con los que debía haber caminado mucho. Comimos algunos embutidos y estábamos hablando de temas irrelevantes, cuando Varvesi, conocido por sus impredecibles diatribas, soltó: «Ustedes, los sacerdotes, no deben hacerse cargo de la educación de los jóvenes en la escuela. Sólo hacen daño». El joven cardenal exclamó: «Usted dice estas cosas porque vive en Italia, donde tienen la libertad para elegir la educación que desean. Venga a Polonia y descubrirá que, sin la escuela católica, ni siquiera existiría un mínimo de la libertad civil que se nos concede». Cuando el cardenal se había calmado, le pregunté si podía ayudarme a encontrar a Wyszynski.

Él respondió que consideraba mi petición imposible: «Vivimos un momento delicadísimo en las relaciones con el Gobierno. Una palabra fuera de lugar del Primado podría tener consecuencias impredecibles». Y agregó: «Si se contenta y quiere pasarse por Cracovia, puede hacer, sin embargo, dos entrevistas conmigo».

Fui, pero antes me detuve en Varsovia para entrevistar a Adam Michnik y Jacek Huron, los dos disidentes laicos más conocidos del régimen. Los encontré escondidos entre inmensas pilas de libros, vestidos con ropa andrajosa, con el rostro sin una sonrisa y un gran coraje.

Mis entrevistas a los disidentes hicieron enfurecer al régimen. Sin embargo, el episodio que más enfureció a las autoridades comunistas fue mi visita a Cracovia, en noviembre de 1977. Descubrí que el arzobispo -el joven cardenal con zapatos grandes al que yo había conocido en Roma- estaba considerado un subversivo peligroso.

Traté de conocer su mundo. Me llevó a la redacción de su difundidísimo periódico, el Semanario universal: los redactores me enseñaron los números que salían con parte de las páginas en blanco, porque algunos artículos habían sido eliminados por la censura. Después, fui a Misa; no había visto nunca una iglesia tan llena de gente, a pesar de que era un domingo cualquiera. Aquellas personas estaban allí en la Eucaristía para sentirse vivos, unidos y libres, al menos en el pensamiento y la oración.

Por último, me presenté en la casa del cardenal para la entrevista, política en todos los sentidos. Me quedé muy impresionado por la popularidad y por el carácter de aquel hombre; y, cuando me acompañó a la puerta, abrazándome y citándome para vernos en Roma, le dije: «Eminencia, ¿no sería hora de tener un Papa polaco?» Él, dándome una palmada en la espalda, me replicó que, en 455 años, el Papa había sido siempre italiano. Me dijo: «Quizás es todavía un poco pronto».

Aquel joven cardenal se llamaba Karol Wojtyla.

Bruno Vespa
Traducción: María Pazos