La adolescencia cazada - Alfa y Omega

La adolescencia cazada

Javier Alonso Sandoica

Me sorprendió, el pasado sábado, y no gratamente, leer la confesión de Laura Revuelta, redactora jefe del Cultural de ABC, a propósito de su incapacidad para leer El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, una de las obras cumbre de la literatura norteamericana. Yo, que le hago mucho caso a C. S. Lewis cuando dice que quienes aman la literatura releen, y los demás se limitan a leer, tengo mi volumen de Alianza Editorial desgastado de relecturas. Su biografía sigue siendo un rompecabezas para los investigadores literarios. Su vida fantasmal ha tenido más peso que la que llegamos a conocer en carne mortal. Acaban de salir publicadas algunas cartas reveladoras de su personalidad, tan fugaz y huidiza de la mirada de los otros. Ya sabemos que murió en el 2010, a los 91 años, inadvertidamente, como una hoja de arce meciéndose en invierno. Pero siempre nos quedará su guardián, la novela que mejor refleja esa incertidumbre temporal que llamamos adolescencia.

Hay un pasaje final, el encuentro entre un antiguo profesor y el niñato protagonista, Holden, en el que aquel le suelta: «Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella». Me recuerda lo que, hace poco, dijo en mi programa de 13TV el doctor Enrique Rojas: «Hay muchos hombres dispuestos a morir por su mujer, pero incapaces de vivir con ella». Así de lapidaria y huera retumba la adolescencia. Sin embargo, como el adolescente tiende a ser sincero y no calla cuanto ve, su detalle en la observación de la conducta ajena no deja de ser revelador. Aunque reproche la totalidad de cuanto existe, Holden acusa a su amigo católico, que es muy piadoso, su conducta egoísta al no prestarle su habitación, que la conserva sólo para sí; no entiende por qué los curas cambian el tono de voz en las homilías, como si estuvieran diciendo cosas pretendidamente teatrales y no ciertas; o aquel antiguo alumno, director ahora de pompas fúnebres, que recomienda a los alumnos rezar mucho, pero cuyo discurso se basa exclusivamente en cómo ganar dinero.

Ahora que lo pienso, no sé cómo ha pasado un año sin releer El guardián entre el centeno; a ello me pongo, discúlpenme.