Hambre y sed de Dios - Alfa y Omega

Hambre y sed de Dios

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Dios: así se podría resumir el encuentro que tuvo el Papa, el domingo pasado, con inmigrantes, refugiados, personas sin hogar, niños, recién casados y familias jóvenes, en lo que fue su cuarta visita a una parroquia de la ciudad de Roma en sus diez meses de pontificado

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Un momento del encuentro del Papa con inmigrantes, durante su visita a la parroquia del Sagrado Corazón, de Roma

Roma, estación ferroviaria de Termini: un lugar de paso en el que miles de viajeros van y vienen, de la mañana a la noche. Muchos pasan, pero otros muchos también se quedan: son pobres, vagabundos e indigentes, y también muchos inmigrantes que llegan a la capital italiana y se buscan la vida como pueden para sobrevivir. Muy cerca, en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia les ayuda y les da calor humano, sobre todo, y también comida, asistencia social, ayuda para buscar empleo y reuniones para la oración en común; hasta allí se desplazó el Papa Francisco el domingo pasado, y tuvo con ellos un encuentro entrañable cargado de confidencias.

Coincidiendo con la Jornada Mundial del Inmigrante y el Refugiado, el Papa se desplazó a esta parroquia, regentada por los religiosos salesianos y conocida en Roma por su dedicación a los más necesitados. En su encuentro con las personas sin hogar, el Papa les animó a «compartir vuestros sufrimientos. Todos tenemos sufrimientos. También el Papa es un hombre, y tiene sufrimientos». Por eso, «es importante compartir nuestras experiencias a la hora de llevar nuestra cruz. Alguno puede pensar que lleva una cruz demasiado pesada; alguno puede pensar: A mí me ha tocado lo peor. Hay que compartir todo esto para expulsar ese mal del corazón que amarga la vida; es muy importante que lo hagáis en vuestra reuniones. Vuestra fe os ayudará a salir adelante. Cristianos y musulmanes: compartid vuestra fe, porque Dios es uno solo, es el mismo. Compartid».

Ante las situaciones de necesidad que puedan vivir, el Papa Francisco confesó que, «a lo largo de mi vida, me he encontrado con muchas personas con hambre y sed. Algunos con hambre y sed pero las del estómago, porque no tenían qué comer y qué beber. En el otro extremo, me he encontrado con personas que lo tenían todo, pero también tenían el corazón hambriento y sediento: les faltaba lo principal, la capacidad de amar, les faltaba Dios. Y, cuando falta Dios, hay mucha hambre y mucha sed. Todos tenemos hambre, hambre de amistad, hambre de Dios».

Durante la visita a la parroquia, el Papa mostró su cercanía con los padres de los niños bautizados en los últimos meses, con los recién casados y con las familias jóvenes; y tuvo ocasión de confesar a cinco personas. Incluso la homilía que pronunció en la Misa tuvo ese calor que desprenden sus palabras cada mañana en la Misa de la Casa Santa Marta: «Juan el Bautista da testimonio de Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Cómo un cordero, en su debilidad, puede quitar todos los pecados y males del mundo? Con mansedumbre y amor. Así de débil es Jesús: como un cordero. Pero también tiene la fuerza para tomar sobre sí todos nuestros pecados: todos. Alguno dirá: Pero, Padre, usted no sabe de mi vida: tengo un pecado que ni siquiera puedo llevarlo con un camión… Muchas veces, cuando nos fijamos en nuestra conciencia, nos encontramos con algunos que son grandes, ¿eh? Pero Él puede con todos. Jesús perdona todo». Y dio un consejo para «tantos chicos y chicas, que ahora empezáis vuestra vida. Oíd bien: Jesús nunca decepciona. Nunca. Esta es una apuesta que debemos hacer: confiarnos a Él; Él nunca decepciona. La fe en el Señor es la clave del éxito en la vida».

Al final, reconoció haberse sentido «como en casa. Uno puede ir a hacer una visita y encontrar mucha educación y protocolo, pero sin calor humano. Entre vosotros, he encontrado el calor de la acogida, como en una familia. Muchas gracias».