Bien común: Padre común - Alfa y Omega

Bien común: Padre común

La actividad política debe estar «al servicio del bien común», pero este objetivo «no es un pacto de circunstancias», sino que tiene su origen en el reconocimiento de «un Padre común a todos»: así habló el lunes monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en la celebración de la fiesta del Patrono de la diócesis

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Celebración de la fiesta de San Sebastián, presidida por monseñor José Ignacio Munilla

«Con mayor o menor consciencia de ello, en esta vida todos tenemos que optar entre dos metas: o el bien común de la sociedad, o nuestro exclusivo interés»: en la celebración de la fiesta de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla habló de la necesidad de una actividad política realizada verdaderamente tomando como objetivo el bien común. «El drama de nuestra sociedad –afirmó el obispo de San Sebastián en la homilía que pronunció en la basílica de Santa María del Coro, ante numerosas autoridades civiles– consiste en que la política, siendo muy necesaria, ha llegado a convertirse en el único principio rector de la existencia humana. En efecto, la política pretende decidir el bien y el mal; la política pretende redefinir la naturaleza humana y la propia familia; la política pretende determinar el principio y el fin de la vida humana; la política pretende ser la única responsable del sistema de enseñanza, etc.».

Por este motivo, monseñor Munilla afirmó que la clave para un correcto ejercicio de la actividad política «es el ejercicio de la prudencia social al servicio del bien común; es decir, al servicio de la justicia. Sería un error gravísimo que un valor moral absoluto –como, por ejemplo, el respeto a la dignidad de toda vida humana desde su concepción– quedase sin protección de forma incondicional. De igual manera, sería otro error gravísimo que se tensase al extremo la convivencia social, con objeto de dar cabida a todas las reivindicaciones partidistas, que, siendo más o menos legítimas, no son en sí mismas ningún valor absoluto, sino cuestiones opinables y, por lo tanto, relativas».

La sociedad es una familia

Así, hay dos maneras de hacer política: la de «quienes persiguen el bien común por encima de todo» y, por el contrario, la de «quienes no persiguen otra cosa que su propio interés, que suelen hacer gala de imprudencia, obstinación y hasta de crueldad. Sí, queridos donostiarras. ¡Lo hemos visto muy claro en nuestra propia historia!». Por ello, hoy, «cuando el bien común se identifica, sin más, con un pacto de circunstancias; o cuando suele confundirse la tolerancia con el relativismo, y la prudencia con la cobardía, lo decisivo está en entender que la prudencia tiene que estar puesta al servicio de la justicia».

Junto a ello, hay que considerar que «la fe cristiana aporta elementos decisivos para el bien común; entre otras cosas, la propia creencia en la existencia del bien común». ¿Pero qué es realmente el bien común? Monseñor Munilla lamenta que «no parece una casualidad que, en nuestra cultura secularizada y laicista, prácticamente se haya dejado de utilizar este término: bien común. Cuando se niega la existencia de un Padre común a todos, y se enfatiza al máximo la autonomía de la persona, el bien común, en el mejor de los casos, puede ser entendido como un principio regulador necesario en el choque de intereses. La razón de ser de los Estados sería entonces la de equilibrar los egoísmos; una especie de árbitro de egoísmos. ¡A eso se limita el bien común para una sociedad sin Dios!».

Sin embargo, la concepción cristiana es bien diferente: «Nuestro punto de partida es que todos los hombres compartimos un Padre común. El bien de cada uno tiene necesariamente implicaciones en el bien común de los hermanos, y viceversa. Lo que es bueno para mí, no puede ser malo para los otros; lo que es bueno para los otros, no puede ser malo para mí. El bien de la persona no se puede entender al margen de la familia (y no sólo de la familia biológica, sino también de la sociedad como familia). Y, si en algún momento percibiésemos –como frecuentemente nos ocurre– que nuestro interés personal se contrapone al bien común, o viceversa, entonces, estaremos confundiendo el bien moral con el egoísmo».