Luces en la ciudad: «Voy a dedicar mi vida a los más pobres» - Alfa y Omega

Luces en la ciudad: «Voy a dedicar mi vida a los más pobres»

La iniciativa Luces en la ciudad, que reunió el viernes a jóvenes y consagrados en distintos puntos de Madrid, da sus frutos más allá de lo vocacional. El encuentro impacta en las orientaciones profesionales de los jóvenes y rompe barreras entre ambos mundos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Las siervas de Jesús con los jóvenes (Jorge, en primer plano). Foto: Cristina Calleja

«He vuelto bastante tocado. Me ha impresionado mucho encontrarme con estas monjas. Estoy en mi último año de carrera y desde hace tiempo le vengo dando vueltas a qué voy a hacer el año que viene. Ahora lo tengo claro: quiero dedicar mi carrera profesional a los más pobres». Jorge es un estudiante de Económicas que participó el viernes en la iniciativa Luces en la ciudad, organizada por la Vicaría para la Vida Consagrada y la Delegación de Jóvenes, en la que los jóvenes de Madrid tuvieron la oportunidad de visitar las casas y comunidades de vida consagrada de la diócesis y compartir oración, testimonios y diálogo.

A los jóvenes de la parroquia de Jorge les tocó visitar a las siervas de Jesús, que llevan un comedor en el barrio de Vallecas que da de comer diariamente a más de 300 personas. Allí las religiosas les contaron su historia y su carisma. «Yo no las conocía de nada –reconoce Jorge–, pero fue muy bonito. Rezamos juntos y eso me impresionó. Me sorprendió mucho que trabajen con gente en condiciones de extrema pobreza. Yo estoy en la universidad y mi vida es otro mundo. Ellas acogen a gente que está muy mal, pero las religiosas los reciben y les dan todo. Tienen apenas dos pensiones para vivir y el resto lo reciben de donativos. Con muy poco, dan mucho. Eso es lo que más me ha impresionado».

Del otro lado de la barrera, Miryam, una de las religiosas, reconoce su nerviosismo los días anteriores a la iniciativa: «No paraba de darle vueltas a qué íbamos a decirles, hasta que fui a la capilla y le pedí al Señor: “Dímelo Tú”». Lo que salió fue muy sencillo, «una obra del Espíritu Santo»: una canción, un texto del Evangelio y una dinámica muy visual. «Mostramos dos vasijas –explica Miryam–, una de ellas rota y la otra entera. Las vasijas rotas son las personas que vienen a nuestro comedor, para las que no hay seguridades ni esperanza, que viven en la noche de su vida, esclavas de las drogas, durmiendo en la calle, lejos de sus familias… No podemos hacer invisibles a esas personas, ni apuntarlas con el dedo».

Ante estas situaciones, «Jesús viene a liberar y a dar la luz, porque Él es la Luz de las luces de la ciudad. Él nos ilumina para ser luz. Eso les conmovió», cuenta la religiosa. La misión de las siervas de Jesús en Vallecas «es muy humilde, consiste en dar de comer, pedir alimentos, cargar y descargar la comida… Es algo oculto, pero es luz para estas personas. A eso hemos venido: a dar nuestra vida por el Señor. Nuestro lema es Amor y sacrificio: nosotras lo vivimos a tope, y yo me siento feliz aquí».

En ese rato juntos, las religiosas contaron a los jóvenes su día a día, que comienza con la Misa, el rosario, compartiendo lo que le ha dicho a cada una la Palabra de Dios… «Los jóvenes no quieren palabras –opina Miryam–, están cansados de palabras. Conocieron nuestra vida por dentro y entraron en un mundo distinto, y los animamos a dejarse tocar por Jesús». Al final de la tarde, las religiosas les pidieron que escribieran en un papelito qué les había dicho Jesús esa tarde; esos papelitos los metieron en la vasija entera, y les prendieron fuego: «la llama se elevó para que Dios haga suyos esos sentimientos, para que esa oración que se eleva se convierta en luz».

«También les dijimos que cuando se sientan rotos, como la primera vasija, vayan a Jesús, que Él los ama. Y les hicimos una propuesta vocacional para que se lancen a dar la vida. Se les veía a gusto y como sin prisa de irse», dice Miryam, para quien «la vida religiosa no está tan mal como se piensa. Tenemos poco, ¡pero tenemos tanto que dar! Somos poquitos, es un momento de minorías, pero vivimos el milagro de Dios. Cuando Dios te llena, tienes que gritarlo».

Un franciscano explica en el templo la misión de su comunidad. Foto: Pedro José Lamata

«Una sintonía muy profunda»

En la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en Batán, los franciscanos esperaban el viernes a no más de 80 jóvenes, pero se presentaron 200. «Nos desbordaron», reconoce divertido fray Abel, uno de los frailes de una comunidad de diez hermanos.

El viernes prepararon el encuentro en tres espacios distintos, los habituales en su vida diaria: la capilla, la sala de la comunidad y la parroquia, en cada uno de los cuales los frailes daban su testimonio. «Fue muy bonito, lo decían los jóvenes y también los sacerdotes diocesanos que los acompañaban. Pudimos transmitir los tres elementos fundamentales de nuestra vocación».

En el diálogo surgieron preguntas e inquietudes. «Uno nos pidió alguna pauta para rezar en su día a día de manera sencilla; otro nos preguntó cómo solucionamos los conflictos; otro, cómo compaginamos la vida de oración y nuestra misión», y así «pudimos contarles que tenemos un parking de móviles en la sala común para cuando rezamos, comemos o descansamos; les hablamos del perdón, del diálogo y de la humildad, necesarios para la vida juntos; les contamos que a la noche nos reunimos para poner nuestro día en común, y que ir vestidos con el hábito propicia el encuentro con las personas, en el metro o por la calle», desvela fray Abel.

Jonathan, uno de los jóvenes que participó en el encuentro, lo califica de «supergenial», porque los franciscanos «fueron muy acogedores con nosotros». Lo que más le gustó fue poder conocer los pequeños detalles de la casa, «como las frases que hay en las paredes», y también «la forma de vivir» que tienen los frailes, «en lo personal y como comunidad».

«Nos sorprendió mucho lo atentos que estaban –continúa fray Abel–. Hubo un seminarista que acompañaba a uno de los grupos y que nos dijo: “Nos confirmáis en nuestra vocación y nos habéis tocado el corazón”». Y al ser preguntado por la dimensión vocacional de la iniciativa, responde con una sonrisa: «Hubo una sintonía muy profunda. Lo demás, Dios dirá, pero no sería extraño que alguno nos escribiera».

Al acabar, tanto unos como otros estaban invitados a participar en la vigilia mensual de jóvenes con el arzobispo, el cardenal Osoro, quien señaló al hilo de esta iniciativa que «en esta ciudad de Madrid hay luz, y no cualquier luz: es la luz que proviene de Jesús. Muchos hombres y mujeres la han acogido en su vida y en su corazón como el único tesoro para vivir. ¿Puede existir una profesión tan bella y que más necesiten los hombres como es transparentar a Dios en esta Tierra?».