Educar para la paz - Alfa y Omega

Educar para la paz

Que las escuelas católicas construyan «una humanidad más fraterna». Es el deseo del Papa, que reunirá en mayo en el Vaticano a líderes de todo el mundo con el objetivo de alcanzar un pacto educativo global. Los días 6 y 7 de febrero la Pontificia Academia de Ciencias Sociales ha dado un primer paso de acercamiento

Victoria Isabel Cardiel C.
Una maestra ayuda a una alumna, durante una clase, en el campo de refugiados de Maban County (Sudán del Sur). Foto: CNS

Las escuelas de Mali están cerradas a punta de fusil. Son un objetivo directo en una guerra que comenzó hace ocho años y que ha roto los sueños de más de la mitad de los niños. Una generación perdida, como la de Siria, donde casi tres millones de niños se han quedado fuera de las aulas. En Yemen, los niños menores de 16 años que no saben leer llegan a los dos millones. En Chad, menos del 20 % va a clases con regularidad. Pero el peor récord lo tiene Sudán del Sur, donde el abandono escolar en educación primaria es del 72 %.

No garantizar el derecho a la instrucción condena a los menores al total desamparo. «Dejar de ir a la escuela los coloca en una situación de riesgo. Son carne de cañón para las redes criminales. Pueden acabar siendo víctimas de prostitución, de trata, de explotación laboral, en matrimonios forzados o reclutados por algún grupo para el combate», indica el profesor John Rogers, de la Universidad de Los Ángeles, en un congreso organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales los días 6 y 7 de febrero, en línea con el cuarto objetivo de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada por Naciones Unidas, que establece como compromiso «garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida».

Según datos de Unicef, en todo el mundo hay cerca de 258 millones de niños en edad escolar que no van al colegio. La mayoría viven en países ahogados en conflictos donde aprender a sumar es igual a jugarse la vida; otros viven en zonas pobres y sus familias no pueden pagar el material escolar. Son las caras del analfabetismo cuyas cifras globales desmoralizan a cualquiera. En total, hay 773 millones de adultos que no saben leer ni escribir. Una realidad que cimenta las desigualdades entre personas y entre países.

Las bolsas de pobreza no solo ensanchan la brecha entre los estudiantes que tienen más y menos recursos, sino también entre los estados que más y menos recursos invierten en educación, especialmente en la infantil. Por ello, el respetado economista Jeffrey Sachs aboga por la creación de un Fondo Mundial para la Educación que garantice «que incluso los niños más pobres del mundo tengan la oportunidad de recibir una educación de calidad, al menos en la escuela primaria». «De todas las inversiones necesarias para lograr el desarrollo sostenible, ninguna es más importante que una educación de calidad para cada niño», señala el investigador de la Universidad de Harvard y profesor de Columbia University.

Escuelas con paradigmas alternativos

No sorprende pues que la educación se convierta en el primer rehén de las guerras porque es, sobre todo, un instrumento para la paz. De ello está convencido el Papa, que desea que las escuelas católicas construyan «una humanidad más fraterna». Por eso ha convocado en mayo una cita mundial a la que acudirán líderes políticos y religiosos, instituciones y expertos para alumbrar un nuevo pacto educativo global. «La educación católica no es solo un aula cerrada de la universidad o de la escuela que se dedica exclusivamente a investigar o enseñar, sino sobre todo una institución que busca poner en práctica la tercera misión: dar respuesta a los desafíos del mundo económicos y sociales, como la creciente desigualdad, los movimientos migratorios o el cambio climático…», subraya el arzobispo Angelo Vincenzo Zani, secretario de la Congregación para la Educación Católica, de la que forman parte 216.000 institutos en todo el mundo y donde se forman cerca de 40 millones de estudiantes, algunos de ellos no católicos.

En la enseñanza católica también entran las escuelas con paradigmas alternativos. Como aquellas inspiradas en la filosofía Reggio, instituida tras la Segunda Guerra Mundial por el pedagogo italiano Loris Malaguzzi, en las cercanías de la ciudad de Reggio Emilia, al norte de Italia. En palabras de su heredera, Carla Rinaldi, su método educativo se basa en que los niños aprendan a través de la experimentación, de las interrelaciones y de la propia expresión, adoptando un papel más activo que el que les reserva la educación tradicional. «El gran cambio que proponemos no es solo hablar y enseñar al niño, sino escucharle e ir en busca del lenguaje propio que él expresa con el cuerpo, con su curiosidad, con sus deseos. Y esto tiene profundas raíces en la cosmovisión católica», subraya Rinaldi. De este modo, explica que es fundamental el papel de las familias: «Creamos una comunidad de niños, maestros y familias porque educar es, sobre todo, crecer juntos. Educar es educarse. No puedes decir al otro lo que tiene que hacer si no buscas hacerlo tú antes». En este proceso la acogida de la diversidad que manifiesta cada niño es una pieza fundamental. «Se desarrolla la empatía. Y los niños crecen más responsables y más capaces de trabajar con los demás sin competiciones», concluye.