La novia de Cristo - Alfa y Omega

«Me han salido muchos novios, pero desde que me enamoré de Éste, no ha habido otro que le llegue a la suela de los zapatos». La niña Elena Romera hablaba de Jesús. Había, en efecto, más de uno y de dos chavales detrás de esta chica guapísima de Caravaca de la Cruz, que tocaba el piano y practicaba gimnasia rítmica, que tenía una asombrosa melena y una cara espectacular. Enferma de cáncer, perdió desde el cabello a la pierna, pero fue un foco de luz y esperanza para todos los que la rodeaban. A medida que su cuerpo se apagaba, se desarrollaba entre ella y Jesús una relación –que bien podemos llamar mística– que culminó con una peculiar boda. Murió feliz y pidió que su funeral se celebrase como una misa nupcial, con los versos del Cantar de los Cantares. Su tumba reza: «Encontré el Amor de mi vida, lo he abrazado y no lo dejaré jamás». La editorial Signos Buena Nueva ha publicado la biografía de esta joven del Camino Neocatecumenal.

Elena es una de esas santas que desvelan que el sufrimiento puede ser fecundo si nos abandonamos al amor del Señor. «Dios –decía– ha mandado a su Hijo para que venza a la muerte y en la situación que vivas, un cáncer o lo que sea, no te mueras, sino que experimentes la vida eterna». Confieso que se me escapa la profundidad de la experiencia de esta chica. Hay recovecos de belleza y bondad que estoy lejos de recorrer, y es un extraordinario consuelo saber que Dios desplegó su escudo admirable para una criatura tan tierna en su enfermedad.

En Yo soy para mi amado, hay dos historias. La primera es la de la joven que nace en 1984 y muere en 2009, a los 25 años, en olor de santidad, rodeada de una comunidad amorosa y desbordando afecto. La otra es la de una novia que se desposa con su Dios. Esta segunda es una aventura vertiginosa de la que sólo conocemos retazos, como tampoco sabemos del todo qué le dijo Jesús a Madre Teresa de Calcuta en su viaje a Darjeeling. El Señor, que nos ama a todos hasta dar la vida, elige a algunas personas para hacerles gustar el paraíso de forma anticipada, de manera que los demás lo veamos y creamos. Es éste un espectáculo que nos alegra y consuela en nuestras penas:

«Me he dado cuenta –decía Elena– de que la cruz no es una desgracia que Dios te manda diciéndote: Hala, púdrete. Que en la cruz no estás sola, sino que está Cristo. Que Dios ha mandado a su Hijo para que venza a la muerte y veas que, en la situación que tengas, un cáncer o lo que sea, no te mueres, sino que puedes experimentar la vida eterna».

Elena Romera Santillana confesó que no quería morirse sin hacer algo grande. Tenía todas las cualidades para haber destacado en el trabajo, la sociedad o el matrimonio. Pero el Misterio decidió cumplir su deseo de otra forma: haciendo de su propia existencia un caso extremo de humanidad y fe. En este libro tienes la vida de una adolescente que nos demuestra a todos que ser santo es hermoso. Una chica alegre, con sus sombras y sus luces, que se recostó en los brazos de Dios e iluminó a los que la rodeaban.