Dos españoles, entre los nuevos Decretos de Causas de santos - Alfa y Omega

Dos españoles, entre los nuevos Decretos de Causas de santos

Redacción

La Santa Sede ha publicado ocho nuevos Decretos de la Congregación de las Causas de los Santos, entre los que se encuentran el reconocimiento de martirio del sacerdote don Pedro Asúa (no será por tanto necesario un milagro) y las virtudes heroicas del padre carmelita Zacarías de Santa Teresa, ambos españoles.

Don Pedro Asúa, sacerdote diocesano del clero de Vitoria, fue asesinado por tropas milicianas el 29 de agosto de 1936, en el monte Candina de Liendo (Cantabria). Arquitecto, sacerdote y camarero secreto supernumerario de Su Santidad, Asúa es conocido por ser el arquitecto que levantó el edificio del seminario de Vitoria. Después de estudiar con los jesuitas de Orduña (Vizcaya), estudia la carrera de Arquitectura en Madrid, hasta obtener el título de arquitecto en marzo de 1915. Sin embargo, el edificio que Dios quiso hacer con su vida iba a ser más alto: en 1920, ingresa en el Seminario de Aguirre (Vizcaya), y sólo cuatro años más tarde la diócesis le encarga la confección de los planos del seminario de Vitoria. La persecución religiosa que se levantó en España en los años 30 le alcanzó siendo ya arquitecto diocesano de Vitoria, diócesis en la que proyectó diversas obras de reparación y construcción de diversos templos y escuelas. Tras su martirio, y una vez acabada la guerra, sus restos fueron llevados a la capilla del Seminario de Vitoria, donde hoy reposan.

El padre Zacarías de Santa Teresa, de la Orden de los Carmelitas Descalzos, desarrolló toda su labor apostólica como misionero en la India. Tras ingresar en el Carmelo Descalzo en 1903 y ser ordenado sacerdote en 1912, marcha al país asiático acompañando al padre Aureliano del Santísimo Sacramento. Entre ambos realizan una impresionante labor vocacional, acompañando a casi 10.000 jóvenes en su itinerario formativo camino del sacerdocio. En la India estuvo durante 45 años ininterrumpidos, y lo llamaban refugio de pecadores, por su cercanía hacia todos y su especial dedicación al sacramento del Perdón. Murió en 1957, y sus restos descansan hoy en el monasterio de la Inmaculada Concepción de Manjummel, en la provincia de Kerala.

Contra toda esclavitud

Del resto de Decretos aprobados por el Santo Padre, destacan el reconocimiento de las virtudes heroicas del sacerdote italiano don Giuseppe Girelle, que dedicó todo su ministerio al acompañamiento de presos en las cárceles del país. Durante cuarenta años, hasta su muerte en 1978, recorrió las prisiones de toda Italia, llevando el consuelo del Evangelio y la cercanía de la Iglesia. Decía que la cárcel «es un lugar que debe ser humanizado, transformado y liberado de toda esclavitud».

Contra las esclavitudes modernas también luchó la brasileña Noemy Cinque (Hermana Serafina), de las Hermanas Adoradoras de la Sangre de Cristo. Cuando, a mediados del siglo pasado, se puso en marcha el proyecto de la carretera Transamazónica, decenas miles de familias de todo Brasil se vieron seducidas por el señuelo de una vida mejor, y en cambio al llegar se encontraron en la más absoluta miseria. Allí fue la Hermana Serafina, trabajando como maestra, profesora y catequista, ayudando especialmente a las mujeres embarazadas, a los niños, a los pobres y enfermos… A todos quiso llevar la figura de «un Padre tierno con sus hijos, providente y misericordioso».

Una misión parecida llevó a cabo, en el siglo XIX, la Hermana de la Caridad canadiense sor Marcelle Mallet, en Quebec, cuando la ciudad portuaria era lugar de paso para la gran aventura americana y dejaba muchas víctimas a su paso. Llegó allí en agosto de 1849, en medio de una epidemia que asolaba la ciudad, y allí comienza a entregarse a los marginados, proponiéndoles, al mismo tiempo, ofrecer una hora de su día al Corazón de Jesús.

En cambio, el apostolado de la italiana Elisabetta Sanna (1788-1857) se realizó desde el sufrimiento y el dolor. Laica, viuda y madre de cinco hijos, una enfermedad le impedía levantar las manos y apenas podía comer; sin embargo, dedicó su vida a la oración y a las buenas obras que su enfermedad le permitía, haciendo de la maternidad espiritual entre sus personas más cercanas una excepcional labor apostólica.

Junto a la argentina María Benita Arias, fundadora de las Siervas de Jesús Sacramentado, y la maltesa Margarita del Sagrado Corazón de Jesús, fundadora de las Hermanas Franciscanas del Corazón de Jesús, todos estos hombres y mujeres forman parte del pueblo de la vida, una Iglesia triunfante que se propone hoy a toda la Iglesia como modelo de creatividad al servicio de la caridad.