El Greco, el pintor de lo invisible - Alfa y Omega

El Greco, el pintor de lo invisible

Se cumplen cuatro siglos de uno de los grandes maestros de la pintura universal. Su conmemoración marcará un hito en la historia del pintor y de Toledo, adonde llegarán pinturas desde todo el mundo. A lo largo de 2014, El Greco mostrará al mundo por qué fue un adelantado a su tiempo y cómo consiguió renovar el lenguaje pictórico de la época

Eva Fernández
‘Adoración de los pastores’, detalle, (ca. 1605). Colegio del Patriarca, Valencia

Mirar bien un cuadro implica escudriñar en la biografía de su autor sin pedirle permiso. Cuando además ese autor utiliza un lenguaje propio, imposible de confundir con otro pintor de la época, nos enfrentamos seguramente a las pinceladas de un genio. Basta nombrar al Greco para que nos vengan a la cabeza esas inequívocas figuras alargadas, muchas veces envueltas en violentos nubarrones y rodeadas de una atmósfera muy concreta, que escapa a todo encasillamiento. La efeméride nos invita a viajar por la geografía de uno de los artistas, clave de la pintura española de todos los tiempos. Para conocer la verdadera dimensión del pintor cretense, la editorial Nerea ha reeditado la biografía que nos ofrece el más completo retrato del artista: El Greco, historia de un pintor extravagante. Está escrita por Fernando Marías, que es también el coordinador científico de la Fundación El Greco 2014 y Comisario de la exposición El griego de Toledo, que a partir de marzo podremos disfrutar en el Museo de Santa Cruz, de Toledo.

Al Greco le gustaba ir contracorriente. Siempre quiso hacer lo que pensaba que se debía hacer, aunque esta actitud le enemistara con quienes podrían haber sido sus grandes clientes. A los 26 años, salió de Creta para instalarse en Venecia, donde estudió la obra de Veronés, Tintoretto y Tiziano. Tras una breve estancia en Roma, acogido por el cardenal Alessandro Farnesio, decidió viajar a Madrid, atraído por la idea de que Felipe II buscaba artistas para decorar el monasterio de El Escorial. Pero la relación con Felipe II no fue fácil. El rey le encargó un Martirio de san Mauricio, cuadro que nunca gustó al monarca y que le cerró para siempre las puertas de la corte. A pesar de todo, a partir de ese momento, la suerte de El Greco quedó para siempre unida a España. Se instaló en Toledo en 1577, a los 36 años, y apenas saldría de esa ciudad hasta su muerte, a los 73. En Toledo inventó su propio lenguaje. En esas callejuelas aprenderá a pintar lo intangible, a diseñar sus obras con un dominio técnico que desconcertaba a sus contemporáneos. Previamente, en su Creta natal, había descubierto el carácter alegórico que encerraba el icono –La dormición de la Virgen (ca. 1566)–, como vía de unión entre lo visible y lo trascendente.

Apenas instalado en la ciudad imperial, recibió el encargo de pintar El Expolio para la catedral de Toledo. Serios desacuerdos respecto al precio y a las licencias que se había permitido El Greco, como la de situar a las tres Marías tan cerca de Jesús, estuvieron a punto de echar por tierra una de sus mejores obras. La pintura refleja el instante previo a que Cristo fuera despojado de sus vestiduras. La belleza de su rostro sereno contrasta con la indiferencia de los sayones. Sorprende que ni una gota de sangre enturbie la escena, a pesar de que Cristo ya ha sido flagelado, coronado de espinas y cargado con la cruz. La dignidad con la que el Hijo de Dios afronta la muerte invade el conjunto. La catedral primada jamás volvió a contratar a El Greco, por lo que, empañadas las relaciones con dos de los grandes mecenas de la época, el pintor se refugió en los retratos, la pintura devocional para particulares y los retablos. En La Anunciación de Doña María de Aragón, 1596-1600, ángeles y nubes se introducen en el espacio natural de la escena para subrayar la intervención de lo divino en la Historia. La Adoración de los pastores (ca. 1605) era un cuadro devocional muy difundido en la época, que servía de regalo para las madres de familia. Aquí el Niño ilumina el conjunto y su presencia conmociona a los presentes, tal como se refleja en el movimiento de los cuerpos, las manos y los gestos. Uno de los iconos de este año será la Vista de Toledo (ca. 1600), del Metropolitan de Nueva York. Para muchos, el mejor paisaje de la ciudad que se haya pintado nunca. Los últimos años suponen la culminación de un estilo inconfundible en el que las figuras se alargan y desdibujan con toques impresionistas. Atrás queda el tópico de que El Greco padecía de astigmatismo. Pintaba sus figuras alargadas siguiendo una moda social: la gente quería aparentar ser más alta de lo que era y él concebía sus cuadros para ser contemplados desde abajo hacia arriba. Pentecostés (ca. 1600) pudo ser un encargo del monasterio de los dominicos de Nuestra Señora de Atocha, de Madrid. Un cuadro tardío en el que El Greco, ya anciano y con pelo blanco, aparece como apóstol. Pocos dudan de que El Greco 2014 va a constituir uno de los acontecimientos culturales más importantes de este año. El cretense que supo captar la esencia de lo español, se lo merece.

El Expolio vuelve a la catedral de Toledo

El cuadro de El Expolio, uno de los más célebres de Dómenicos Theotocópuli (El Greco), ha vuelto a su lugar de origen, en la sacristía de la catedral de Toledo, recién inaugurada tras su remodelación. Mientras duraban las obras, El Expolio había sido trasladado al Museo del Prado, de Madrid, donde estuvo expuesto durante dos meses.

Dentro de las iniciativas culturales puestas en marcha, con motivo del IV centenario del célebre pintor, se encuentra la exposición Doménico. Interpretando al Greco, en la catedral de Getafe hasta el 2 de marzo. Esta muestra recoge más de 20 obras del artista local José Luis López que giran en torno al artista cretense.