«Llevamos la sonrisa de Dios» - Alfa y Omega

«Llevamos la sonrisa de Dios»

«En virtud del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano», llevando a los que más lo necesitan la esperanza y la sonrisa de Dios. Lo afirma el Papa Francisco en su primer Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, del que ofrecemos lo más significativo:

Papa Francisco
El Papa Francisco bendice a los enfermos en la catedral de Cagliari, durante su visita a Cerdeña el pasado septiembre

Queridos enfermos, la Iglesia reconoce en vosotros una presencia especial de Cristo que sufre. En efecto, dentro de nuestro sufrimiento está el de Jesús, que lleva a nuestro lado el peso y revela su sentido. Cuando el Hijo de Dios fue crucificado, destruyó la soledad del sufrimiento e iluminó su oscuridad. De este modo, estamos frente al misterio del amor de Dios por nosotros, que nos infunde esperanza y valor: esperanza, porque en el plan de amor de Dios también la noche del dolor se abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a toda adversidad en su compañía, unidos a Él.

El Hijo de Dios hecho hombre no ha eliminado de la experiencia humana la enfermedad y el sufrimiento, sino que, tomándolos sobre sí, los ha transformado y delimitado. Delimitado, porque ya no tienen la última palabra; transformado, porque, en unión con Cristo, experiencias negativas pueden llegar a ser positivas. Como el Padre ha entregado al Hijo por amor, y el Hijo se entregó por el mismo amor, también nosotros podemos amar a los demás como Dios nos ha amado, dando la vida por nuestros hermanos. La fe en el Dios bueno se convierte en bondad, la fe en Cristo crucificado se convierte en fuerza para amar hasta el final y hasta a los enemigos. La prueba de la fe auténtica en Cristo es el don de sí, el difundirse del amor por el prójimo, especialmente por el que no lo merece, por el que sufre, por el que está marginado.

Como el Buen Samaritano

En virtud del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano. Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia los demás se convierte en el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del reino de Dios.

Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, nosotros tenemos un modelo cristiano a quien dirigir con seguridad nuestra mirada. Es la Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades y dificultades de sus hijos. Ella sabe muy bien cómo se sigue este camino, y por eso es la Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren. Podemos recurrir confiados a ella con filial devoción, seguros de que nos asistirá, nos sostendrá y no nos abandonará. Es la Madre del Crucificado resucitado: permanece al lado de nuestras cruces y nos acompaña en el camino hacia la resurrección y la vida plena.

San Juan, el discípulo que estaba a los pies de la Cruz, hace que nos remontemos a las fuentes de la fe y de la caridad, al corazón de Dios que es amor. El que está bajo la Cruz con María, aprende a amar como Jesús. La Cruz es «la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo; entra también en la muerte para vencerla y salvarnos… La Cruz de Cristo invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre».