Pan y Cristo - Alfa y Omega

Pan y Cristo

«Con frecuencia, los programas de las organizaciones de ayuda de la Iglesia ya no se diferencian de los de cualquier ONG»: de este peligro alertó el cardenal Sarah, Presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, en una conferencia que pronunció, el 21 de enero pasado, en el Seminario Conciliar de Barcelona, sobre la encíclica Deus caritas est. Para evitarlo, pide unir caridad, evangelización y santidad de vida

Robert Sarah
‘Los pobres tienen una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad’

Me parece importante hacer una distinción: amor no es igual a caridad. El término amor ya existía antes de Cristo, pero Cristo nos enseñó el ápice del amor, que es precisamente la caridad, es decir, entregarse por el otro. Lamentablemente, incluso en nuestro lenguaje cristiano, el término caridad ha decaído simplemente en el significado banal de limosna. ¡Y cuántos hoy día hablan de amor sin saber lo que es! Las numerosas heridas y sufrimientos en la vida matrimonial testimonian la frágil comprensión del amor en el sentir común de la gente de hoy. Decía el Papa Benedicto en un encuentro con nuestro Dicasterio: «La palabra amor hoy está tan devaluada, tan gastada, y se ha abusado tanto de ella, que casi se quiere evitar nombrarla. Sin embargo, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no podemos simplemente abandonarla; debemos retomarla, purificarla y devolverle su esplendor originario».

No es casualidad que Deus caritas est, que trata de la caridad en la Iglesia, haga referencia a Aquel que es el inicio de la caridad, es más, a quien se identifica con la caridad. Dios es amor, como nos enseña san Juan en su Primera Carta. Quizás precisamente el hecho de habernos acostumbrado al texto bíblico nos lleva a veces a olvidar cuán grandiosa es esta afirmación y la novedad que encierra: Dios es amor.

La caridad es Cristo, no otra cosa

La experiencia de los pueblos que no han conocido el Evangelio no es precisamente ésta: la experiencia de lo divino normalmente va acompañada por el miedo, el asombro, la lejanía, la indiferencia, la imposibilidad de nombrarlo. No debemos infravalorar el hecho de que la incapacidad del hombre de concebir a Dios como amor depende de que el hombre, por sí mismo, no conoce el amor. El hombre no puede producir por sí mismo una imagen de Dios con elementos que no le son propios. Por este motivo, es necesaria la revelación: Cristo vino a decírnoslo y a vivirlo.

Me gusta citar a san Juan: «En esto consiste el amor (ágape): no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados».

De Cristo, pues, aprendemos el amor auténtico. ¿Cuál es entonces la característica de la caridad, la que aprendemos de Cristo? La caridad entendida como dar la vida; y no por un justo, sino por los pecadores; no por personas de bien, sino por quien no lo merecía.

No digo todo esto para suscitar buenos sentimientos. Existe un lugar y una persona concreta en donde se manifiesta el amor del que estamos hablando. Es Cristo, el Hijo de Dios que en la cruz da su vida por el hombre pecador. Sin esta medida, todo se queda a medias; si hablamos de testimonio cristiano de caridad, hablamos de esta caridad.

Vivir la caridad, pues, no puede prescindir de la catequesis sobre Dios o del anuncio de la fe. Evangelización y caridad forman parte de un único corazón. La concepción cristiana del amor al prójimo, en una oleada de humanismo, corre el riesgo de perder sus raíces bíblicas y, por tanto, su inspiración original. El hombre contemporáneo muestra una disposición a ayudar al prójimo necesitado, pero, en algunos casos, esto ha causado la secularización de este aspecto central de la misión de la Iglesia entre sus mismos miembros. Las organizaciones de ayuda de la Iglesia a gran escala sienten la tentación de deshacer sus vínculos con la Iglesia y de identificarse completamente con las organizaciones no gubernamentales (ONGs). Con frecuencia, el resultado es que se apoyan programas que ya no se diferencian del de la Cruz Roja, o de las organizaciones de ayuda de las Naciones Unidas. Este enfoque contradice toda la tradición del compromiso caritativo de la Iglesia, reduciendo como consecuencia la credibilidad del mensaje cristiano.

El debilitamiento de la fe en quienes trabajan en el ámbito de la caridad conlleva también un lento empobrecimiento del apostolado, que perjudica necesariamente la obra de evangelización, impidiendo su desarrollo. Estoy cada vez más convencido de la necesidad de unir en nuestra vida de Iglesia la evangelización con la caridad y la santidad de vida: el Evangelio y la caridad conducen a esta santidad de vida.

El riesgo de perder la fe

En la Evangelii gaudium, el Papa Francisco se refiere a la necesidad de que no se separe el servicio de la caridad de la misión de evangelización, ya que constituyen dos aspectos de la única misión de la Iglesia. Muchas veces se piensa que la ayuda material es la única forma de luchar contra la miseria en el mundo. El Papa Francisco afirma: «Quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria». Para el Papa, el primer anuncio del Evangelio, el Kerigma, tiene una inmediata dimensión universal y una repercusión moral, cuyo centro es la caridad.