¿Mi compra influye en la alimentación mundial? - Alfa y Omega

¿Mi compra influye en la alimentación mundial?

Caritas Internationalis ha puesto en marcha la campaña Una sola familia humana, alimentos para todos. Hasta mayo de 2015, 164 Cáritas nacionales, y otras organizaciones como Manos Unidas, se han unido con el objetivo de eliminar el hambre en el mundo para el año 2025. Para lograrlo, a nivel global se van a llevar propuestas a la Asamblea de Naciones Unidas y se promoverá una Ley marco de derecho a la alimentación; a nivel local, cada Cáritas marcará sus propios objetivos. En Europa, es fundamental insuflar la responsabilidad social a las grandes empresas sobre la explotación de la tierra, y a los particulares sobre el cambio en los hábitos de consumo. Doña Natalia Peiro explica a Alfa y Omega la importancia que tiene el modo en que consumimos y cómo repercute en la erradicación del hambre

Cristina Sánchez Aguilar
Una joven aventando semillas en Benín. Foto: Irene H. Sanjuán, Manos Unidas.

¿Qué es el derecho a la alimentación?
Es el derecho a que todas las personas tengan, de manera estable, acceso a una nutrición adecuada, saludable e inocua, y que tengan capacidad de producir alimentos o de acceder a ellos a través de los mercados.

¿Qué requisitos son necesarios para que esto se dé?
La industria agroalimentaria y la producción agrícola han mejorado sus técnicas, y se producen alimentos suficientes para toda la población. Pero sería necesario que los Estados, que tienen la obligación de proteger los derechos humanos —porque han ratificado esos pactos internacionales—, respeten ese derecho a la alimentación, por ejemplo, permitiendo a la gente tener acceso a la tierra. También es necesario que protejan y faciliten este derecho con planes de contingencia, porque hay crisis alimentarias objetivas por situaciones de guerra, o por desastres naturales. Y si el hambre es estructural, mucho más. Los Estados deberían recoger cuál es la situación de sus ciudadanos, porque en algunos países ni siquiera se preocupan de saber si están teniendo una alimentación adecuada, suficiente y estable para su vida.

Además, es necesario que todas las personas seamos responsables en nuestro modelo de consumo. Las grandes empresas productoras han hecho mucho bien produciendo más alimentos y contribuyendo a la mejora de la tecnología de la industria agrícola, pero también han hecho mucho daño en cuestiones como el acaparamiento de tierras o los pesticidas, dañinos para quienes nos alimentamos de esos cultivos y para las poblaciones que viven cerca. Es un compromiso de todos.

Si hay excedentes alimentarios, ¿por qué hay gente que pasa hambre?
Hay excedentes alimentarios en muchísimos países. Algunos productores no pueden colocar en los mercados esos excedentes, porque no tienen condiciones de almacenamiento o de transporte. Otros alimentos se destruyen por causas climatológicas o humanas. Otros de esos alimentos producidos se destinan, por intereses de la industria, a fabricar biocombustibles u otro tipo de productos no alimentarios —hay maíz, o soja, o palma, que se dedica a cosméticos—. Y luego, hay excedentes alimentarios en los supermercados, en los restaurantes y en nuestras casas. En España, el 70 % de la comida que se tira viene del uso doméstico.

Si cada uno de nosotros se concienciara y no tirase esa comida, ¿eso repercutiría en la erradicación del hambre?
Sí, hay una repercusión real. Si sabemos que no podemos tirar, compraremos sólo los alimentos que necesitamos. Eso hará que baje un poco la demanda, y habrá algunas tierras en determinados países que no se dedicarán a la industria agrícola para la exportación. En muchos países, como da más dinero que compren la tierra grandes empresas agroalimentarias y se dediquen a la exportación, no alimentan a sus poblaciones, que siguen pasando hambre. Tampoco tienen igualdad de condiciones de acceso a la tierra un pequeño productor que una empresa muy grande que va a obtener mucho beneficio al vender esos alimentos en Europa. Si los europeos compramos menos, esa empresa acaparará menos tierra y ésta estará más disponible para pequeños productores.

Entonces, si compro menos, facilito la pequeña producción, y por tanto, la alimentación de muchas poblaciones.
Comerme una piña peruana en diciembre, que es época de manzanas, no hace que yo contribuya a la alimentación de los peruanos, sino que favorezco que en Perú se produzcan piñas únicamente para la exportación. Esto hace que los alimentos se encarezcan de precio, que se lucre la empresa, y que compense producir piñas, en vez de frijoles, que a lo mejor es lo que beneficiaría a la gente de allí para comer.

Mujeres de una cooperativa de la sierra ecuatoriana cultivan la tierra. Foto: C. S. A.

O sea que, si yo voy al mercado, es mejor que compre manzanas de temporada que una piña carísima fuera de temporada, que viene de Perú.
Es mejor comer alimentos de temporada, que no machacan tanto la tierra, y es lo que dicha tierra nos da en cada momento. Aunque sea muy positiva la exportación, hay que ver qué pasa con esas tierras donde se producen piñas para que los europeos comamos cuando no es época.

Eso en lo concerniente a nosotros y a las empresas. Pero, ¿y los Estados?
Deberían ponerse de acuerdo con sus políticas sociales y de impuestos. Los Estados que reciben a esas empresas les facilitan instalarse allí, y los tratan bien respecto al pago de impuestos, al acceso a la tierra o respecto a la expulsión de las poblaciones de tierras fértiles, sin exigir ningún tipo de responsabilidad social con la zona en la que están trabajando.

Y el comercio justo, ¿influye en el beneficio de estas poblaciones?
El comercio justo alimentario se reduce a un número muy marginal de productos, por la necesidad de certificaciones para garantizar que los productores han tenido un acceso a la tierra justo y que participan en las decisiones de marcar los precios. Se ha hecho con cooperativas de café, con algunos frutales para las mermeladas, caña de azúcar, cacao… Es una herramienta muy potente para sensibilizar aquí, para saber que una plantación de azúcar puede ser de una persona que no paga justamente a quien lo trabaja, y que explota la tierra, y que por eso es más barato y nos viene bien. Pero el azúcar cuesta lo que cuesta, hay que pagar a la gente, mantener a la tierra respetando sus ciclos de producción… El 70 % de las personas que pasan hambre son agricultores, con la contradicción que eso conlleva, porque trabajan para otros. Pero el comercio justo no sirve como medio de vida para el desarrollo de esas comunidades. Hoy por hoy, es demasiado simbólico para ser la solución a la erradicación del hambre.

El 2014 es el año de la agricultura familiar, ¿ésta sí es una solución real para terminar con el hambre?
Hemos visto que los proyectos que promueven la producción a pequeña escala son muy sostenibles y más respetuosos con la tierra, con el medio ambiente, con las costumbres locales y con la salud de las personas que se alimentan de ellos.

¿Cómo se promueve esta agricultura familiar?
Lo más básico es que los agricultores tengan derecho a ser propietarios de la tierra, no hace falta que sea de forma individual: puede ser en cooperativas o en empresas familiares. Y que tengan derecho a participar en las decisiones sobre cómo se va a producir esa agricultura, sobre cuánto necesitan para el consumo local y cuánto pueden poner en los mercados.

Lo segundo es relativo a las políticas arancelarias. Por ejemplo, a un hondureño le resulta más barato comer maíz transgénico estadounidense que el cultivo de su vecino, porque la producción de Estados Unidos es a gran escala, las semillas son de laboratorio, crecen más rápido, y hay un tratado de libre comercio. Cuando entran en el mercado los dos maíces, se compra el más barato, porque no hay dinero. Si hubiera políticas arancelarias que protegiesen a los alimentos, que no pusieran tan fácil moverlos de un sitio a otro, y que penalizasen con impuestos…, ayudarían a la agricultura familiar.

¿Nos habla de algún proyecto que sea paradigma de esta sostenibilidad?
En la agricultura familiar hay dos problemas: uno, que sólo hay producción los meses de cosecha. Una parte, se deja para consumir y vender en el mercado local —a precio muy bajo, porque todos tienen comida y prefieren venderla que tirarla— y otra se conserva, pero depende de la capacidad de almacenaje. Cuando llega el tiempo en el que se consume toda la producción y empieza una época de escasez, hay que comprar, pero el mercado infla los precios. En Etiopía, ayudamos a la comunidad a construir cooperativas dedicadas al cereal, para que almacenen y vendan a los productores, mantengan precios, saquen al mercado cosas más tarde para estabilizar precios y para que una dotación del dinero vaya dirigida a comprar materiales y semillas. Esta estabilidad ayuda en época de sequía. Funciona muy bien, y hasta tiene el apoyo del Gobierno de Etiopía.

«Lo más básico es que los agricultores tengan derecho a ser propietarios de la tierra» para que la agricultura familiar sea sostenible. Foto: Paul Jeffrey, Cáritas.

Las peticiones que vais a hacer durante la campaña… ¿se van a trasladar a Gobiernos locales y nacionales?
Se va a constituir un grupo de juristas para estudiar las leyes que protegen el derecho a la alimentación en determinados países, y se va a redactar una Ley marco que incluya el acceso al agua, a la tierra, a las semillas, a las bonificaciones…, eso se llevará a la Asamblea de Naciones Unidas. Además, cada Cáritas, a nivel nacional, promoverá medidas legislativas. En los países europeos no hay hambre, pero sí responsabilidad sobre los intereses comerciales externos.

Y una vez que la Ley marco llegue a Naciones Unidas, ¿qué pasa?
La Asamblea de Naciones Unidas la vota, la ratifica, y pide a los países que la implementen legislativamente, de alguna manera. Por ejemplo, en el año 1996 se aprobaron las directivas voluntarias de la FAO, y este 2014 se va a hacer una evaluación de la implementación de esas directivas. El problema es que no son exigibles: los países se comprometen a desarrollarlas, pero hay países que sacan leyes y otros un cuadernillo de derechos humanos.