Pequeñas decisiones diarias que cambian el mundo - Alfa y Omega

Pequeñas decisiones diarias que cambian el mundo

Comprar más o menos carne, tener en cuenta la procedencia de los alimentos que consumimos a diario, o apoyar una recogida de firmas sobre los derechos del niño en África, puede suponer un cambio radical en el desarrollo de una comunidad indígena en Bolivia, o en la vida de un niño togolés. Ser conscientes de que estas decisiones cotidianas no sólo nos competen a nosotros, sino que tienen repercusión mundial, es el objetivo de la LV Campaña de Manos Unidas, que se celebra el domingo con el lema Un mundo nuevo, proyecto común

Cristina Sánchez Aguilar
‘Con pequeñas decisiones cotidianas, nosotros podemos contribuir a que cada vez haya menos desigualdades entre países’. Foto: Cristina Sánchez

La LV Campaña de Manos Unidas está centrada en el octavo de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que tiene como fin lograr una asociación mundial para el desarrollo. Aunque, en España, «hacemos hincapié en otro punto de vista: si no se involucra y participa cada individuo con un fuerte nivel de compromiso, se tomen las decisiones políticas que se tomen, no se puede afrontar el desafío», afirma don Marco Gordillo, coordinador de campañas de Manos Unidas.

Este compromiso se materializa, para Gordillo, en el cambio «de nuestro estilo de vida. Con pequeñas decisiones cotidianas, nosotros podemos contribuir a que cada vez haya menos desigualdades entre países, a que se reduzca el cambio climático, a que se conserve la biodiversidad…», señala.

Por ejemplo, «el consumo de carne ha aumentado en muchos países, y esto tiene una implicación directa sobre cuestiones medioambientales: el aumento de la cría de ganado produce una mayor deforestación, incrementa la emisión de metano y provoca que muchas cosechas se destinen a piensos animales -para producir un kilo de carne animal, se necesitan entre 6 y 10 kilos de proteína vegetal-, lo que hace que estemos dejando de producir comida para humanos, para producir carne, a la que sólo pueden acceder unos pocos», explica el coordinador de campañas de Manos Unidas. «No se trata de no comer carne, sino de hacerlo en su adecuada proporción, siendo conscientes de la cadena de reproducción, y de priorizar lo justo sobre lo económico», añade.

Don Óscar Bazoberry, sociólogo boliviano que se encuentra estos días en Madrid con motivo de la Campaña, pone un ejemplo desde el terreno y explica cómo la exportación indiscriminada de alimentos desde Sudamérica a Europa, China o Estados Unidos –y que nosotros compramos sin ser conscientes de lo que supone– pone en peligro los avances conseguidos en el desarrollo rural de comunidades indígenas. «Hasta ahora, habíamos logrado el reconocimiento del territorio –más de un tercio de la tierra es de comunidades campesinas–, la autonomía indígena, los derechos de las mujeres…». De hecho, para Bazoberry, «Sudamérica presenta grandes posibilidades para establecer un patrón de desarrollo basado en las potencialidades de la población y el conocimiento campesino indígena», pero, con las nuevas dinámicas de desarrollo, «lo único que interesa es mostrar los mejores indicadores económicos. Todos estamos orgullosos de exportar soja para alimentar al ganado europeo y chino, o biocombustibles hechos a partir de caña de azúcar, pero la creciente presión pone en riesgo a los pequeños productores». Como los alimentos tienen que ser baratos, «los Gobiernos terminan optando por ofrecer la tierra y las mejores ventajas a las grandes empresas internacionales. Esto hace que el campesinado se empobrezca y termine siendo echado del campo», reconoce. Por eso, el sociólogo pide que, en el marco de Naciones Unidas, se logre un acuerdo que permita apreciar y valorar la sostenibilidad desde la perspectiva rural.

De hecho, don Óscar ha presentado un proyecto, al que llaman Familias inspiradoras, con las que trabaja Manos Unidas, que son un paradigma de trabajo rural en el Chaco boliviano. «Estas familias muestran lo que hay que hacer bien en el campo. Toman decisiones juntos, gestionan su territorio, conservan la biodiversidad, y mantienen su medio de vida, de forma que permita a sus hijos ir a la ciudad en busca de trabajo, y si no lo consiguen, que puedan volver y haya una tierra esperándoles», afirma. La idea es que este tipo de gestión del campo pueda extenderse y sostenerse en toda Sudamérica.

‘Que aumente el consumo de carne tiene una implicación directa sobre cuestiones medioambientales’. Foto: Genaro Seoane

La presión internacional

No sólo influyen nuestros hábitos domésticos en el desarrollo en otros países. También la sensibilización social puede lograr cambios sustanciales. Es el caso de Togo y Gabón, donde, gracias a este tipo de campañas que dan a conocer la situación social de los países, «los Gobiernos reaccionan para tener una buena imagen exterior». Así lo ha afirmado la misionera carmelita vedruna sor Covadonga Orejas, otra de las invitadas por Manos Unidas durante la presentación de la Jornada. Para ilustrarlo, la religiosa asturiana pone el ejemplo de su periplo con unos niños togoleses, que llevaban seis meses en prisión a la espera de ser juzgados: «Fuimos al Ministerio del Interior, al Comité de protección del niño, al Ministerio de Familia… y nadie movió nada. Cuando se nos ocurrió ir al Ministerio de Asuntos Exteriores, reaccionaron rápidamente, no vaya a ser que aquello trascendiera, y les tirasen de las orejas», señala.

Sor Covadonga también hace alusión al octavo Objetivo de Desarrollo del Milenio, que, a priori, puede parecer un poco teórico: Fomentar una asociación mundial para el desarrollo. Pero en la práctica, gracias a las alianzas entre instituciones y países, se han conseguido grandes avances. Por ejemplo, África es el único continente que, después de la Convención de Derechos del Niño, firmó una Carta con los derechos y procedimientos específicos a seguir para garantizar el bienestar de los más pequeños. «Esto hizo que la Unión Africana organizase un comité de expertos que, dos veces al año, se reúne con un foro de ONGs e instituciones de la sociedad civil que aportan datos desde el terreno», explica la misionera, miembro de la Comisión de Justicia y Paz en Togo y Gabón. Esta alianza entre organizaciones y el Gobierno «ha supuesto un gran avance en el trabajo con los niños», señala. De hecho, ahora los menores tienen la posibilidad de reclamar sus derechos ante instancias internacionales, como Naciones Unidas. También ha propiciado que a nivel local y regional «hayamos creado plataformas de defensa de los derechos del niño -en Gabón está naciendo la Coalición Nacional de Asociaciones de Protección de Menores-, para exigir que lo firmado se cumpla», y que problemas como los abusos sexuales a una niña menor dejen de ser tabú, y se pueda ir con las familias a los tribunales. Al menos, en Togo; «en Gabón, todavía estamos comenzando», añade.

Sor Covadonga lleva doce años en África. Desde hace cinco, trabaja en proyectos de protección de menores en situación marginal y de explotación laboral y sexual en Togo y Gabón. En estos dos países, las misioneras tienen centros, que llaman de tránsito, financiados desde hace 20 años por Manos Unidas: «Los niños vienen al centro a buscar apoyo. Pueden venir de día, de noche…, aunque no necesariamente permanecen. También trabajamos en las escuelas, donde enseñamos a los niños cómo protegerse y cuáles son sus derechos», explica la misionera. Además, en diez años han conseguido que se repatríe a más de 500 niñas y que la justicia obligue a los explotadores a que paguen el viaje de vuelta, un salario digno por el tiempo que hayan estado trabajando para ellos, y una maleta con ropa nueva.

Las ayudas caen

Además del compromiso personal, es fundamental la aportación económica, algo necesario para que Manos Unidas «dé la oportunidad a millones de personas de 60 países de comenzar a transitar por ese mundo nuevo», como afirmó doña Soledad Suárez, Presidenta de Manos Unidas, durante la presentación de la Jornada, el pasado martes. Suárez, que dio cifras provisionales de 2013, aseguró que «las ayudas han vuelto a caer por año consecutivo». Del sector público, la organización ha recibido 4,5 millones de euros -cifras, aseveró la Presidenta, «como las de hace 20 años»-. También han decrecido, aunque en menor medida, las aportaciones privadas. «El sentimiento de cercanía ha llevado a algunos a trasladar sus ayudas a otras organizaciones que trabajan en España», afirmó Soledad; «sin restar un ápice de importancia a los terribles apuros económicos que están pasando tantas familias, lo que aquí es una necesidad o una carencia, en los países en los que trabajamos puede ser cuestión de vida o muerte. Nuestra solidaridad debe ser global, sin distinción de ámbito geográfico», añadió.