Nuestro Sí a Dios - Alfa y Omega

Nuestro Sí a Dios

VI Domingo del tiempo ordinario

Carlos Escribano Subías
‘Sermón de la Montaña’ (detalle), de Cosimo Rosselli. Capilla Sixtina, del Vaticano

Jesús continúa pronunciando el Sermón de la Montaña. Hoy se detiene en el Decálogo que, a la luz de las Bienaventuranzas, nos mostrará su sentido más profundo, más pleno. Es cierto que las Bienaventuranzas no coinciden plenamente con los Mandamientos, pero entre unas y otros no hay contradicción o discrepancia: ambos se refieren a la búsqueda del bien, de la felicidad verdadera, en definitiva, del anhelo de la vida eterna. Es muy interesante ver cómo Jesús en sus palabras amplia horizontes respecto al Decálogo que el pueblo de Israel había recibido y practicado como Ley. Al pasarlos por el tamiz de las Bienaventuranzas, en el fondo lo que está haciendo es resituarlos en su perspectiva auténtica: son el camino que hace posible seguir radicalmente a Jesús.

La propuesta del Maestro atañe al cumplimiento de los mismos y a la vez al testimonio. Esta doble vertiente atiende, por un lado, al crecimiento de la persona que responde positiva y conscientemente a la invitación que recibe del Señor. Por otro, a la posibilidad de convertirnos en cooperadores de su obra de Salvación, al enseñarlos a los demás.

Cumplir los diez mandamientos supone dar un rotundo a Dios. Así lo expresaba Benedicto XVI en su homilía de la fiesta del Bautismo del Señor del año 2006: «El contenido de nuestro gran se expresa en los diez mandamientos, que no son un paquete de prohibiciones, de No, sino que presentan en realidad una gran visión de la vida. Son un a un Dios que da sentido al vivir (los tres primeros mandamientos); un a la familia (cuarto mandamiento); un a la vida (quinto mandamiento); un al amor responsable (sexto mandamiento); un a la solidaridad, a la responsabilidad social, a la justicia (séptimo mandamiento); un a la verdad (octavo mandamiento); un al respeto del otro y de lo que le pertenece (noveno y décimo mandamientos)».

Jesús, en su discurso, se implica con el hombre. El Señor se la juega por nosotros. Moisés recibió la formulación original de los Mandamientos, pero Jesús los propone con una autoridad nueva: «Pero yo os digo». El uso de esta fórmula inquietó a los que lo escuchaban. Parecía que se estaba poniendo en juego la autoridad misma de Dios. Pero, para el Buen Pastor, sus ovejas son lo más importante y Él tiene un mensaje que trasmitir. El impulso que las Bienaventuranzas daban al Decálogo, abría ante sus oyentes un horizonte insospechado. Estaban redescubriendo la grandeza del mensaje del Sinaí.

La escena se hace de nuevo presente cada vez que en la Iglesia se proclama este texto, o nosotros mismos nos situamos ante él con el corazón lleno de receptividad. El reto sigue vivo hoy. Cada uno debe sentarse en la Montaña, a los pies de Jesús, y formular con generosidad su personal que le introduzca en un camino nuevo, positivo, actual y profundamente evangelizador.

Evangelio / Mateo 5, 17-37

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

«No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien las cumpla y enseñe, será grande en el reino de los cielos.

Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado…

Habéis oído el mandamiento: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior…

Sabéis que se mandó a los antiguos: No jurarás en falso y Cumplirás tus votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».