Amor y verdad - Alfa y Omega

Amor y verdad

Alfa y Omega
Amor y verdad «son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y la mente de cada uno»

«Existe una correlación entre la nupcialidad y los nacimientos –recordaba el cardenal Erdö, el pasado 31 de octubre, en estas mismas páginas–. Estadísticamente, las parejas que viven juntas, sin casarse, tienen menos hijos que las parejas que viven casadas». Es un hecho el envejecimiento, cada día más abrumadoramente acelerado, de nuestras sociedades tenidas por avanzadas: flagrante contradicción, que pone en evidencia el enorme engaño de creerse libre y feliz cuando no se tiene compromiso alguno con nada ni con nadie, y de creerse vivo cuando no se genera vida alguna, e incluso cuando se destruye la concebida y no nacida. En realidad, lo que se esconde en tal contradicción es el miedo, señalaba el cardenal Erdö, «miedo al compromiso definitivo, y no sólo en el matrimonio», pues es un «miedo a todas las instituciones, ya sean estatales, eclesiásticas, sociales…». Un miedo que se disfraza de autosuficiencia, como si la vida y todo lo que ella conlleva nos lo diéramos cada uno a nosotros mismos. No es ésa la experiencia de libertad y de vida cumplida de quien abraza el verdadero amor, exactamente en las antípodas de la autosuficiencia, pues amor y verdad «son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano», en palabras de Benedicto XVI, en su última encíclica, Caritas in veritate, de tal modo que es «una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona».

Sí, amor y verdad, en unidad indisoluble, están inscritos en lo más hondo de todo ser humano, «son el proyecto –se lee también en Caritas in veritate– de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros». Lejos de coartar la libertad o de impedir el desarrollo personal, el matrimonio indisoluble los realiza en plenitud, como lo pone bien en evidencia quien lo vive en toda su verdad, porque «la institución matrimonial –decía Juan Pablo II en la Exhortación Familiaris consortio, de 1981– no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, ni la imposición intrínseca de una forma, sino exigencia interior del pacto de amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador». Un designio que, frente a las propuestas de la cultura dominante, «seductoras, pero que comprometen la verdad y la dignidad de la persona humana», eleva al hombre y a la mujer a la misma dignidad de imagen y semejanza de Dios. «A la imagen del Dios monoteísta –subraya Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est– corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano». Un amor humano que no lo expone Dios en un discurso, sino que lo muestra vivo y palpitante haciéndose Él mismo humano, y así la encarnación del Hijo de Dios ilumina la entera vida humana.

Si Dios es amor, su verdadera imagen y semejanza no puede ser sino amor, y «el amor –explica también Benedicto XVI– engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad». Y aclara el Papa que se puede decir que «el amor es éxtasis, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios», que aparece nítido en las palabras que Él, Jesús, Dios encarnado, nos dirige a todos y son, al mismo tiempo, la perfecta descripción de su propia vida: «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará».

Es tan alta la vocación del hombre y la mujer, que sólo Otro puede cumplirla. Del mismo modo que Jesús vive por el Padre, nosotros sólo podemos vivir por Jesús. Por eso, en el documento sobre La verdad del amor humano, de abril de 2012, al referirse a la preparación al matrimonio, los obispos españoles no dudan en afirmar que «se hace necesario acompañar y discernir la vocación al amor esponsal, y propiciar itinerarios de fe que den contenido cristiano al noviazgo». Ningún otro contenido hace justicia a la verdad del amor, porque lo cristiano es lo verdaderamente humano, que no puede ni podrá jamás hacerse a sí mismo, como tan frecuentemente afirma la engañosa cultura actual de la autosuficiencia. «La verdad, y el amor que ella desvela –leemos en Caritas in veritate–, no se pueden producir, sólo se pueden acoger. Su última fuente no es, ni puede ser, el hombre, sino Dios, o sea, Aquel que es Verdad y Amor».