No es verdad 761 - Alfa y Omega

…y tanto que depende, como dice Máximo en la viñeta que ilustra este comentario. Ustedes saben, igual que yo, que las elecciones, más que ganarlas la oposición, las pierden los Gobiernos. Es lo que, afortunadamente, y a Dios gracias, ha ocurrido en España, el pasado día 20. Como nadie puede dar lo que no tiene, el PSOE en el Gobierno ha dado lo que tiene: corrupción, y no sólo económica. Y, naturalmente, la sociedad española le ha pasado la correspondiente factura. Más de 4 millones y medio de españoles con derecho al voto han dejado de votarle, aunque, por esos misterios de la condición humana, todavía quedan más de 6 millones que inexplicablemente le siguen votando. Esto es lo principal que ha ocurrido, pero en estas elecciones han ocurrido otras muchas cosas más, y algunas muy graves: por ejemplo, que por lo ocurrido en Vascongadas, durante mucho, mucho tiempo, los españoles de bien maldeciremos a los responsables político-judiciales que han logrado que los etarras tengan un grupo parlamentario propio en el Parlamento de España. Eso quiere decir que los representantes del mundo etarra que están sentados en un Parlamento; quiere decir que los independentistas y separatistas no tienen el menor reparo de cobrar de los impuestos que pagan los ciudadanos de una nación de la que ellos quieren separarse y a la que odian, después de haber hecho posible con mucha sangre, sudor y lágrimas el desarrollo de Vascongadas y de Cataluña. Van a cobrar 3 millones de euros (de ese dinero que no hay para lo que tendría que haberlo) y van a tener acceso, al igual que cualquier otro diputado, a información privilegiada o, como se dice ahora, sensible. Esto ha ocurrido también el 20-N. Y también ha ocurrido que el voto de un ciudadano normal y corriente, a causa de una Ley electoral absurda, vale la cuarta parte que el voto de los proetarras, a la hora del reparto de los escaños. Eso también ha ocurrido el pasado 20-N.

Lo cierto es que nunca los españoles con derecho a voto han otorgado tanto poder a una formación política como el que han dado al PP. Y eso lo han hecho para algo, evidentemente; por ejemplo, para que en vez de andarse con tiquismiquis y con almíbares, aborden ya los problemas urgentes que hay que resolver. ¿No estamos en una situación de emergencia? Pues entonces habrá que tomar soluciones de emergencia. Se está oyendo la sirena de la ambulancia que viene a recoger a una España casi en coma, y andan discutiendo que si tiempos, que si modos; o sea, que si hay aspirinas en el dispensario. Si fue posible que se pusieran de acuerdo los dos partidos mayoritarios, recientemente, para resolver algo que afecta a la economía, ¿por qué no se ponen de acuerdo con la misma rapidez para atacar el mal en sus causas, y no en sus consecuencias? Cuáles son las causas de cómo estamos lo saben todos perfectamente. Tienen que ver con la dignidad, con la honradez, con la lealtad, con la verdad, con la verdadera libertad; es decir, con las virtudes y principios morales que están en la base y por encima de toda política y de toda economía. Nunca nadie tuvo tanto poder como el PP para poder hacerlo. Es muy triste que en el próximo Parlamento español vaya a haber más voces anti-España que nunca. Y, encima, sus representantes cobran ya, desde el próximo mes de diciembre, del dinero que, por lo visto, no hay en España. El PP tiene la obligación de hacer lo que hay que hacer ya. Si no lo hace en los primeros cien días, no se lo dejarán hacer ni los sindicatos, ni los grupos de presión, ni los que se dicen expertos en componendas y consensos, que en lo único que son expertos es en barrer para casa y en arrimar el ascua a su sardina. La diferencia entre el antes y después del 20-N es que, al frente del barco España, que está en medio de la tormenta, antes había un alucinado supervisor de nubes y ahora parece haber un piloto con sentido común. De las crisis se puede salir; pero si, naturalmente, se aplica, sin medias tintas ni rebajas, el sentido común. Es llamativa y da mucha pena, incluso a los que el PSOE nos cae muy lejos, la prisa que les ha entrado por arreglar el entuerto, un entuerto que vienen levantando desde hace ocho años. Claro que, acostumbrados al beneficio sin oficio, se comprende que anden preocupados por ver qué va a ser de mí y de lo mío. De ahí las prisas… y las rencillas.