Educar hoy, es ayudar para siempre - Alfa y Omega

Educar hoy, es ayudar para siempre

Jóvenes y Desarrollo (JyD) es una ONGD que, siguiendo el carisma salesiano, trabaja con niños y jóvenes, especialmente los más desfavorecidos. Inspirada por Don Bosco, la organización apuesta por erradicar la pobreza a través de la educación, y en especial, de la formación profesional. En estos 25 años han llevado a cabo más de 1.200 proyectos en los países del Sur, que han beneficiado a 3 millones de niños, algo que ha sido posible gracias a los más de mil voluntarios que han trabajado y trabajan sobre el terreno. Una de ellas es la madrileña Pilar Ponce, para quien sus 7 años de periplo por diversos países africanos «me hizo abrir los ojos sobre lo que pasa fuera, y eso cambió mi vida»

Cristina Sánchez Aguilar
Pilar en Lwena (Angola)

Ya desde pequeña quería ser monja misionera. Con el paso de los años descubrió que la vocación religiosa no era su camino, pero la segunda parte, la de la misión, «no se iba de mi cabeza», reconoce Pilar Ponce. Vinculada desde siempre a la obra salesiana, la joven madrileña –iscariense de adopción–, llegó hasta Jóvenes y Desarrollo al terminar la universidad. «Me propusieron iniciar un proyecto en Benín para niños de la calle. Era un sueño hecho realidad». Allí, junto a un religioso salesiano y varios trabajadores locales, «pusimos en marcha una escuelita de introducción a la lectura y escritura para niños del mercado, con el objetivo de ponerlos al nivel adecuado para que entrasen en la enseñanza reglada».

Los niños que acudían a aquel punto educativo, abierto a principios del año 2000, «tenían entre 8 y 14 años, y nunca habían cogido un lápiz», explica Pilar; «hasta se asustaban cuando nos acercábamos a ellos, porque no habían tenido una relación con otra persona que no fuese violenta». De hecho, muchos niños terminan en la calle porque el coste de volver a casa y recibir una paliza es mayor que quedarse recogiendo basura.

Por eso, el problema para Pilar «no era sólo que los niños tuviesen una situación de exclusión social, sino su falta de dignidad y autoestima. «Los chavales creían que eran malos, y se comportaban como tales», afirma. Pero cuenta una anécdota muy ilustrativa: «Les dimos un uniforme, y cambiaron por completo su forma de ser. Compórtate, que estás en la escuela, se decían unos a otros. Los habíamos dignificado». Algo que también redundaba en las familias: «Cuando veían que sus hijos llegaban con un pan debajo del brazo, les acogían mejor, se reconstruían los vínculos familiares», añade la voluntaria.

Niñas etíopes

Educación para el desarrollo

El proyecto salesiano en Benín cuenta con cuatro centros. Una caseta dentro del mercado, primer punto de encuentro con los niños; una casa de primera acogida; un internado y una granja donde vuelcan sus aptitudes laborales con la cría de cerdos, el cultivo del maíz y las judías… «El espíritu salesiano, que marca el trabajo de Jóvenes y Desarrollo, es que la educación es un motor de cambio que da la oportunidad de sacar de la calle a estos chavales», explica Pilar.

En el tiempo que la voluntaria estuvo trabajando en África -no sólo en Benín, sino también en Angola y Etiopía- el ejemplo más claro de que esta máxima es real fue durante el cierre de un curso de formación profesional con ex militares de la guerrilla angoleña, a los que enseñaban carpintería y agricultura. «Un juez de guerra entre Angola y Zambia, Floriano, se levantó durante la clausura y pidió hablar. Todos temblábamos, pero lo que nos dijo es uno de los testimonios más bonitos de mi trabajo en el continente africano: Vosotros nos habéis cambiado el fusil por la azada para construir escuelas, futuro de nuestro país y de nuestros hijos», recuerda Pilar. Otro testimonio de esta potente herramienta de cambio se dio también en Angola: «Una mamá que venía con su hijo a clase de alfabetización nos dijo que, por fin, podía cantar siguiendo el libro de cantos en Misa», recuerda.

Proyecto de formación profesional en carpintería, en Angola

La incidencia política

Los salesianos aportan mucha estabilidad en los países. No sólo porque trabajan desde hace años en África, sino porque, por ejemplo, en Angola, durante la guerra, no quedaba nadie, excepto ellos. Eso les ha permitido tener mucha incidencia política. «En Angola, la Ley para la recuperación del atraso escolar y la alfabetización la preparó el Ministerio de Educación con nuestra ayuda directa» afirma Pilar Ponce. También «la estrategia que se lleva a cabo en Benín con niños de la calle se basa en la experiencia del proyecto de Jóvenes y Desarrollo. Y en Mozambique, el programa de formación profesional se ha desarrollado a través de uno de JyD». Ésta es la mayor aportación de la ONG salesiana, «que no se limita a dotar de infraestructuras a los países, sino que deja una forma de hacer las cosas distinta y útil para los ciudadanos».

Otra grandeza de la organización es el trabajo de los voluntarios. Para Pilar, «somos un ejemplo para la gente y un elemento motivador. Las profesoras voluntarias que llegaban a la escuela desde Europa motivaban a las jóvenes a seguir estudiando, a querer ser como ellas». Además, el voluntario tiene la gran responsabilidad de «ser impecable, y, sobre todo, de respetar», añade. Pero lo más importante para Pilar Ponce es, sobre todo, la vuelta, y «ser capaz, aquí, de cambiar las cosas en el día a día, para que aquello también cambie».