Un garaje convertido en tierra de evangelización - Alfa y Omega

Un garaje convertido en tierra de evangelización

Hay que «transformar la pasividad en protagonismo, animando a la familia a asumir su misión evangelizadora», dicen los obispos en su mensaje para el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Algunas familias llevan ya tiempo haciéndolo…

José Calderero de Aldecoa
Margarita y Ricardo con sus hijos en la urbanización de Villanueva del Pardillo, donde conocieron a Elena y Santiago

Elena y Santiago se fueron de misión. Su compromiso por anunciar a Jesucristo no les llevó a ninguna selva amazónica, sino a una urbanización de las afueras de Madrid, a la que se acababan de mudar. Fue allí, entre sus nuevos vecinos y aprovechando los encuentros casuales en las zonas comunes, donde les tocó dar testimonio.

«Vimos por primera vez a Elena y Santiago en el garaje. Era nuestro primer día allí. Estábamos de mudanza. Yo estaba a punto de dar a luz a nuestro segundo hijo y ellos nos ayudaron a bajar las cosas del coche», cuenta Margarita, una vecina. El jardín era uno de los lugares habituales de encuentro. «Coincidíamos en el parque con nuestros hijos». En aquellos encuentros, se hacía patente «que eran una pareja feliz. Era evidente que Santi tenía a Dios en su vida, aunque no te hablara de Él directamente. Siempre estaba alegre», recuerda Margarita.

El parque, al que bajaban muchos vecinos con sus hijos, se convirtió en un lugar improvisado, natural, en el que Elena y Santiago daban testimonio. Según Margui, Santiago no tenía «ninguna cortapisa» para defender sus posturas o hablar de Dios, «pero no es un tío que vaya avasallando. Lo primero que nos llamó la atención de ellos fue su alegría».

Poco a poco, la relación pasó de ser vecinal, a convertirse en amistad. Fue entonces cuando el anuncio de Cristo se hizo explícito. Las parejas se conocieron en 2005 y, dos años después, Margui y Riqui, invitados por sus vecinos, hicieron un Cursillo de Cristiandad. Fue Santiago el que invitó a «mi marido y creo que lo hicimos porque le tenía envidia. Me decía: Yo quiero ser un tío feliz como él», cuenta Margarita.

La pareja se casó en el 2000. Poco después, «tuve una época mala. Estaba enfadada con Dios por la muerte de un familiar y por una enfermedad que tengo. No entendía por qué me tocaba a mí», confiesa. «Con el nacimiento de nuestro segundo hijo, los problemas ya eran entre nosotros. Ricardo estaba en paro. Por supuesto, habíamos dejado de ir a Misa», reconoce.

A pesar de los problemas matrimoniales, Ricardo aceptó la invitación de Santiago. Margarita también acudió aquel fin de semana, pero lo hizo enfadada «porque yo no quería estar allí. De hecho, sólo acepté cuando me enteré de que el Cursillo se hacía de forma individual y no tenía que pasarme el día pegada a mi marido. En aquel momento estaba enfadada con Dios y con Ricardo», cuenta la propia Margarita. Dos días más tarde, y después de pasarse llorando el último día entero del Cursillo, sabía que le acababa de cambiar la vida, «porque antes Dios no estaba con nosotros, y así se hacía muy difícil todo, y ahora me siento feliz, porque el Señor está con nosotros en nuestro día a día», explica.

Tras el Cursillo, hubo un cambio radical. «Pasamos de 0 a 100. Ahora vivo dando gracias. Mi hijo siempre me tocaba la cara y me decía: Enfadada. Al volver, me tocó y dijo: Contenta. Habíamos encontrado a Dios y lo hicimos gracias a nuestros vecinos».

Lo que un día recibieron, ahora, se lo dan a otros. Margui y Riqui participan activamente en la parroquia como catequistas y tratando de evangelizar a las personas que tienen cerca, en su urbanización, en su barrio, donde sea, «incluso en las redes sociales», concluye.