Gaspar Romero: «Nunca mezcló la Iglesia con política» - Alfa y Omega

Gaspar Romero: «Nunca mezcló la Iglesia con política»

Gaspar Romero se convertirá, el próximo sábado, en el hermano de un Beato, un hecho casi único en la Historia. En esta entrevista, el menor de los hermanos de monseñor Óscar Romero revela detalles significativos para comprender la personalidad del arzobispo

Jesús Colina. Roma
Gaspar Romero, hermano menor del nuevo Beato. Foto: Diario1.com

Gaspar Romero es técnico en telecomunicaciones. Siguió los pasos de su padre, que era telegrafista. La madre era ama de casa. Por ser hermano del arzobispo, perdió su puesto de trabajo en una compañía pública.

No hay que mezclar a la Iglesia con la política

De todo lo que se ha dicho y escrito sobre monseñor Romero, hay algo que le molesta en especial a Gaspar: «De él siempre se decía que era comunista, que apoyaba la guerrilla… Y él no era para nada político, detestaba todo eso. Alguna vez yo le preguntaba si había visto las noticias, y él me decía: Mira, aquí no vengás a hablar de esas cosas».

Según explica Gaspar Romero en esta conversación que mantuvo con un periodista del diario El Faro, de El Salvador, «él siempre tuvo claro que no quería mezclar la Iglesia con la política. Y unos le decían que estaba sólo al lado de los ricos, y otros que sólo al lado de los pobres. Cuando la guerra estaba en su más grande apogeo, a su oficina en el seminario de San José de la Montaña, llegaban a pedirle ayuda los ricos y también los guerrilleros, incluso a pedirle hospedaje, y a nadie le decía que no».

Gaspar recuerda que, en las semanas precedentes al asesinato, él mismo recibía también «muchas amenazas anónimas en mi casa, desde groserías hasta algunas muy finas, en las que me decían que querían mucho a mi hermano y que yo intercediera. El viernes antes de que lo mataran (a monseñor Romero lo asesinaron un lunes), me llegó un anónimo que decía algo así: Si tu hermano no desiste de sus homilías, las horas las tiene contadas; que lo iban a secuestrar y que yo se lo dijera… Era bien pulida, bien nítida. Entonces fui a verlo y me dijo: No le hagás caso, botálo».

Ésa fue la última conversación de los dos hermanos, en el seminario de San Salvador. El entierro de monseñor Romero sería unos días después, el domingo 30 de marzo. Ya había pasado casi una semana, y el ambiente cada vez era más tenso. El Salvador se empinaba hacia una guerra civil que duraría 12 años.

Un entierro violento

Gaspar recuerda el entierro de su hermano, que se convirtió en una tragedia en la tragedia. Como reportaba al día siguiente el diario salvadoreño La Prensa, la ceremonia había comenzado tranquilamente hasta que llegó el momento de la homilía, que pronunció el cardenal mexicano Ernesto Corripio Ahumada, representante especial del Papa Juan Pablo II.

En ese momento, se escucharon cuatro detonaciones de bombas. En todo el centro de la capital, cundió el pánico y más aún dentro de la catedral metropolitana, donde se efectuaban los funerales de monseñor Romero. Al escucharse las detonaciones de las bombas, el pánico se apoderó de todos los que se encontraban dentro de catedral.

Revueltas en El Salvador el día del funeral de monseñor Romero

Cuenta Gaspar: «Recuerdo que el ataúd lo pusieron en las gradas, y que me pidieron que diera un breve discurso con la biografía de él. Aquella plaza estaba rebosando, miles y miles. Yo decía: Pobre gente, cómo está ahí aguantando sol… Entonces se dio lo de las bombas, la gente corrió para un lado y para otro, muchos querían meterse en la catedral, y otros agarraban la caja, la empujaban, y algunos hasta se la querían llevar… Muchos estábamos tirados en el suelo: los curas, los obispos, todos, porque, boom, boom… Y no nos dejaban salir, cerraron las puertas. ¡A saber a qué horas nos sacaron!».

El saldo de ese funeral fue de varios muertos y heridos, aunque no hay números exactos. Tras el asesinato, los escuadrones de la muerte impusieron un estado de terror en el que tener siquiera una fotografía de Romero podía significar la muerte.

Gaspar decidió quedarse en El Salvador. «Me preguntaban si tenía miedo, y yo creo que lo que me dio valor y serenidad fue el mismo dolor de haber perdido a un hermano que había sido tan bueno conmigo».

«Después de la guerra, vendrá algo peor»

23 años después del fin de la guerra civil, El Salvador sigue sin conocer la paz, aunque ahora la violencia sea de otro signo: las maras. De la tregua entre pandillas iniciada en 2012, con la aceptación tácita (nunca oficial) del Gobierno y respaldada por la Organización de Estados Americanos y la Iglesia, no queda hoy nada.

Gaspar, al ver la situación de su país, afirma: «Siempre que platico sobre mi hermano se me vienen cosas de él y, ahora que me preguntan eso, recuerdo que, cuando la guerra iba a empezar, él me dijo: Mirá, la guerra no la detienen ya, yo hablé con medio mundo para que se sienten a dialogar y ninguno quiere aceptar, así que lo que viene va ser terrible, pero lo más terrible es lo que vendrá después de la guerra. Yo, entonces, no le entendí. ¿Cómo que después de la guerra va a ser peor? Y parece que así está siendo…».