La segunda vida de la alfombra roja - Alfa y Omega

La segunda vida de la alfombra roja

El director del colegio Misioneras Cruzadas de la Iglesia, situado en la barriada malagueña de Palma-Palmilla, una de las zonas con mayor índice de exclusión de Andalucía, recogió la alfombra roja de los Premios Goya y la puso bajo los pies de los alumnos del centro para que, por un día, se abstrajeran de la difícil situación del barrio y sus familias y se sintieran los protagonistas

José Calderero de Aldecoa
José Miguel Santos, tumbado sobre la alfombra roja de los Goya con varios alumnos del colegio. Foto: Colegio Misioneras Cruzadas de la Iglesia

Hasta que José Miguel Santos la rescató de un contenedor el domingo 26 de enero, la alfombra roja de los Premios Goya no era más que una moqueta destinada a ser pisada durante algunos pocos minutos por Penélope Cruz, Pedro Almodóvar o Antonio Banderas. Pero en sus manos, después de meterla en su coche y llevársela al colegio malagueño en el que es director, se convirtió en una potente herramienta educativa que hizo que los 325 alumnos del colegio Misioneras Cruzadas de la Iglesia de Málaga se convencieran definitivamente de los mensajes que se les trasmiten a diario en el colegio: «Que ellos son los verdaderos protagonistas de la educación, y para que se den cuenta de su propia dignidad», explica Santos, que con esta misma argumentación hizo esperar 30 minutos a tres medios de comunicación nacionales que acudieron el centro a entrevistarle. Tuvieron que esperar para ser atendidos por el director porque «estaba dando clase y en este colegio lo primero son los alumnos».

Pero más allá de la «sorprendente» repercusión mediática que ha provocado la segunda vida de la alfombra roja, el director José Miguel Santos ha utilizado esta anécdota para «que nuestros alumnos, muchos de los cuales viven en unas circunstancias vitales muy complicadas, puedan abstraerse por un momento y experimentar que son importantes».

Alto índice de exclusión

El colegio está situado en Palma-Palmilla, «uno de los barrios de Andalucía con mayores índices de exclusión social». Entre sus calles se vive un «ambiente de drogas, con familias que, en muchos casos, están desestructuradas o con alguno de sus miembros en la cárcel. El índice de paro es muy alto, también el de abandono escolar, y no es raro encontrarse a muchas familias que no valoran el proceso educativo de sus hijos», asegura el director del colegio.

Esta es la «dramática realidad que muchos de nuestros alumnos, que son en su gran mayoría de etnia gitana —60 %—, e inmigrantes —15 %—, se encuentran al llegar a casa».

La congregación y el colegio están presentes en el barrio desde 1973. «La primera idea era crear un centro de formación profesional para la promoción de la mujer, pero al llegar al barrio se vio que la primera necesidad era la de la alfabetización», rememora el director. Entonces, se creó un colegió de educación básica con el carisma de las misioneras —fundadas por san Nazaria Ignacia March en 1927—, que es «elevar la dignidad de los más pobres atendiendo todas sus necesidades, tanto humanas como espirituales».

Al principio las religiosas vivían en el propio centro educativo, pero quisieron hacerse todavía más cercanas a la realidad de sus vecinos, y se trasladaron a vivir a casas del barrio. «Ellas son unas vecinas más del distrito y acompañan con su presencia la realidad de estas personas». De igual modo, los profesores del colegio han seguido el ejemplo de las hermanas y llevan el acompañamiento a las familias, más allá de las puertas del centro. «Yo te puedo contar, por ejemplo, sobre profesores que han tenido que hacer tutorías en el mercadillo o en un bar por ser el lugar donde está la familia de tal o cual alumno. O algunos hemos tenido que hacer visitas a la cárcel para ver allí a algún antiguo alumno que te pide que le visites. O acudir al centro penitenciario a hacer una tutoría porque hay un familiar internado», asegura Santos.

Todos los galardonados sobre la misma alfombra roja. Foto: Europa Press/Álex Zea

Comedor y refuerzo

La actividad del colegio transciende las puertas del centro e incluso el propio horario lectivo. De hecho, cuando se apagan las luces de las clases se encienden las del comedor para dar de comer gratuitamente, gracias a la Junta de Andalucía, a 190 alumnos en riesgo de exclusión social. «Somos el centro concertado de Andalucía con mayor número de niños en riesgo de exclusión social atendidos en el comedor».

La comida se sirve a diario y, posteriormente, «se vuelve a retrasar el cierre del colegio para atender el proyecto solidario Bajar a la calle que tenemos por la tarde junto con la Obra Social de La Caixa». «Cuando se acaba la jornada escolar, unos 120 niños que tienen el certificado de exclusión tienen la posibilidad de acudir a refuerzo educativo, taller de manualidades, taller de baile, deporte, teatro… Hay niños que pueden estar todo el día en el centro, desde las 7:45 hasta las 19:30 horas. Tanto tiempo juntos han generado unos lazos muy fuertes entre nosotros», concluye José Miguel Santos.