Mi Benedicto XVI - Alfa y Omega

Cuando me enteré de su elección, hace casi ocho años, se me saltaron las lágrimas de alegría. Cuando leí su renuncia también me vinieron lágrimas a los ojos; no de tristeza, precisamente. Me cuesta definir de qué; tal vez de cariño, de comprensión, de empatía. Tengo unos meses más que él…, y comprendo.

Me ha impresionado la sencillez de su declaración de renuncia, tanto por el momento como por el contenido; al estilo de lo que ha sido siempre: sencillo, claro, verdadero. Ha aprovechado una reunión ordinaria a la que asisten algunos cardenales; no los ha convocado expresamente. No ha dramatizado una decisión poco corriente. Ha sido un punto más de una reunión normal; normalidad de la que ya había hablado con sencillez en las cordiales conversaciones con Peter Seewald, en Luz del mundo.

Ya habrá quienes especulen sobre motivaciones ocultas, desengaños, enfrentamientos solapados… Nunca ha sido su estilo tirar la toalla ante dificultades o incomprensiones. Siempre ha sabido hacer frente. Aquí, confiesa sencillamente: «Falta de fuerzas»; «Vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me ha sido encomendado». Tiene la mente lúcida, pero un Papa hoy tiene que moverse mucho, tener jornadas agotadoras…, y eso desgasta mucho.

Me ha gustado el estilo sencillo de la declaración, muy medida para ajustarse al Derecho Canónico vigente. Y, aunque toma una decisión distinta de su predecesor, hace una delicada alusión a él diciendo que ese ministerio, por su naturaleza espiritual puede ser llevado «en no menor grado sufriendo y rezando»… Pero él, en conciencia, ha tomado otro camino. Da gracias y «pido perdón por todos mis defectos».

Ante su renuncia, las apreciaciones han sido en general favorables. Por eso sentí tristeza –y hasta indignación– al leer un articulista, ¡católico!, que lo minimiza, que habla de fracasos (que no cita) y que llega a decir que «ha sido un pontificado gris». Apreciación injusta y mezquina. Él ya previó que los lobos aullarían y pidió oraciones; han aullado, pero él ha seguido su camino. ¿No hay en todo eso lo que Julián Marías llamaba rencor contra la excelencia?

Este pontificado, breve pero intenso, ha preparado un buen camino para su sucesor. Una prioridad: la santidad. Además, un regalo inmenso de cuyo alcance pocos se dan cuenta: los tres libros sobre Jesús de Nazaret. Con su categoría de teólogo y la discreta cobertura de Pontífice, nos ha dicho que el Jesús de nuestra fe es el Jesús histórico. Y, ante un sutil semi-racionalismo infiltrado hoy, ha sido claro y rotundo: «Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios».

¡Gracias, Benedicto XVI! Y, de paso, ¡bienvenido sea su sucesor! Puede contar totalmente con la fidelidad, el cariño y la oración de este marianista, ya anciano, que ha visto cómo el Espíritu Santo ha hecho maravillas con los sucesivos Papas de su vida.

¡Gracias, Señor!