Ante desafíos cruciales - Alfa y Omega

El cardenal Julián Herranz estaba presente cuando Benedicto XVI anunció su renuncia. «Primero tuve la reacción del jurista», le cuenta a Juan Vicente Boo, de ABC. «Para un canonista fue una sorpresa, primero por la precisión jurídica con que estaba actuando. Pero, sobre todo, porque un hecho de este tipo no tiene ningún precedente en la Historia». Según reconoce a La Vanguardia el director de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian, el Papa «ha abierto una puerta de consecuencias históricamente imprevisibles». «¡Olvidemos los cinco últimos casos!», advierte a kath.net el también historiador Michael Hessemann, biógrafo de Georg Ratzinger. No hay precedente comparable. «Somos testigos de un acontecimiento del milenio… Ante nuestros ojos, se está escribiendo la historia de la Iglesia».

Las interpretaciones sobre las consecuencias de la renuncia varían mucho. El sociólogo Zygmunt Bauman, padre del concepto de la modernidad líquida, dice a Il Messagero que Benedicto XVI ha secularizado y relativizado el papado. Llaman la atención valoraciones desde el mundo laico, como la que hace, en una entrevista radiofónica, el Presidente de Polonia, el liberal Bronislaw Komorowski, recogida por la agencia eclesial alemana KNA: «Estamos todos algo desgarrados», afirma. «Necesitamos este ancla», el papado, «la convicción de que hay algo estable» en el mundo. «Muchos tenemos miedo». Similar es la reacción del director de El Mundo, Pedro J. Ramírez: «Llevo varios días preguntándome por qué la renuncia del Papa me está produciendo una desazón creciente, si no soy católico practicante… ¿A qué viene que me sienta mucho más concernido por este paso atrás del jefe de la Iglesia que por la elección y reelección de Obama, por los escándalos políticos que El Mundo desvela casi a diario, o por la propia situación económica que nos mantiene a todos contra las cuerdas?».

Benedicto XVI es quien más visiblemente mantiene la paz en «estos días difíciles», según él mismo los definió el domingo, al pedir oraciones a los peregrinos de habla alemana. El sábado, vio al Papa el cardenal Scola, arzobispo de Milán, que presidió la delegación de Lombardía, en visita ad limina. «El más sereno de todos era el Papa», confiesa el prelado a Radio Vaticano. Sereno, aunque cansado, le encontró también hace unas semanas Peter Seewald, autor del libro entrevista al Papa Luz del mundo, que ha contado esa entrevista en la revista Focus y en el Corriere della Sera.

Seewald rechaza teorías conspirativas, como las que vinculan la renuncia al escándalo del Vatileaks. Ha sido una decisión muy rezada y meditada, en la que Benedicto XVI ha tenido en cuenta a toda la Iglesia y a sus sucesores, dice a Avvenire el cardenal Georges Cottier, teólogo emérito de la Casa Pontificia. Es lógico y legítimo «estar triste», pero no se debe perder la esperanza. El Papa da un paso atrás, en este preciso momento, porque es lo mejor para la Iglesia. Civilità Cattolica, revista de los jesuitas, cuyos contenidos revisa la Secretaría de Estado vaticana, afirma que no es «la debilidad el verdadero motivo» de la renuncia. «El Papa no renuncia al ministerio petrino porque se sienta débil, sino porque advierte que están en juego desafíos cruciales que necesitan energías frescas». En plena tormenta —prosigue Cottier—, Benedicto XVI no huye, sino que muestra el fundamento de nuestra esperanza. «Estaré con vosotros hasta el final del mundo, nos dice Jesús. La Iglesia es misterio de fe. El Papa es Vicario de Cristo, y Él no nos va a faltar». Escribe incluso el General de los carmelitas descalzos, el padre Saverio Cannistrà: «Santidad, querríamos tenerle siempre con nosotros, para continuar escuchando su voz de pastor que nos aseguraba y nos animaba a atravesar las cañadas oscuras de la vida. Sepa que estamos viviendo con dolor su decisión de retirarse, pero en sus palabras sentimos resonar aquellas de Jesús a sus discípulos: Si me amarais, os alegraríais porque voy al Padre».

El Papa no ha muerto, pero el mundo pronto no le verá ya más. «Yo, en mi corazón, ya he canonizado a Benedicto XVI», concluye el cardenal Herranz.