Libres hacia el martirio - Alfa y Omega

Libres hacia el martirio

La Iglesia en España tiene una deuda de gratitud con nuestros mártires. Una manera de corresponder a su testimonio y a su intercesión es la película Un Dios prohibido, que narra el martirio de 51 claretianos en Barbastro, en los primeros meses de la Guerra Civil. Mañana se presenta en Madrid, dentro de la II Muestra internacional de cine De Madrid hasta el cielo, que organiza la Delegación de Cultura de la diócesis de Madrid

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
En las fotografías dos escenas de ‘Un Dios prohibido’

El cine español apenas ha reflejado el apasionante testimonio de los miles de mártires españoles que fueron asesinados por odio a la fe durante la persecución religiosa de los años 30 en España. La película Un Dios prohibido, de Contracorriente Producciones, mostrará en las pantallas lo que muchos no conocen: que decenas de miles de católicos en España –obispos, sacerdotes, religiosos y laicos– fueron fieles al amor de Cristo y padecieron por su fe en medio de una persecución inédita en nuestra historia.

Un Dios prohibido, que actualmente está en fase de montaje y se va a presentar mañana en la II Muestra internacional de cine De Madrid hasta el cielo, recoge los últimos días de la comunidad claretiana de Barbastro, la diócesis que más sufrió el azote de la persecución en aquellos años. La gran mayoría de los claretianos eran jóvenes, pues la comunidad contaba, en aquellos momentos, con casi 40 estudiantes, pero todos ellos demostraron una gran madurez humana y una fe robusta.

El padre claretiano Manuel Tamargo, productor asociado de la película, cuenta que sus hermanos de congregación «fueron detenidos porque, en Barbastro, había por entonces una célula revolucionaria importante; eran momentos en los que se perseguía a los cristianos y a la Iglesia. Como excusa, dijeron que en el convento se ocultaban armas –algo que nunca encontraron–, y se los llevaron detenidos al colegio de los escolapios», donde estaban detenidos también el obispo de la diócesis, monseñor Florentino Asensio, la comunidad benedictina del monasterio de El Pueyo, los mismos escolapios y algunos laicos. En apenas unas pocas semanas, la gran mayoría de ellos fue conducida a las afueras del pueblo para su fusilamiento; a muchos no se les ahorraron torturas ni mutilaciones.

En el colegio de los escolapios, los futuros mártires «fueron tomando conciencia de que iban a ser martirizados; se burlaban de ellos, los amenazaban e incluso los provocaban introduciendo prostitutas en la sala donde estaban detenidos», relata el padre Tamargo.

Algunos estudiantes tuvieron la oportunidad de ser liberados, pero se negaron diciendo que, si no liberaban a todos, a ellos tampoco. «Sólo pudieron resistir así gracias a la fuerza de la fe que tenían –confirma el padre Manuel Tamargo–. Fueron encerrados durante días en una sala sin luz, sometidos a un maltrato psicológico… Sólo los que tienen la fuerza de Jesucristo pueden aguantar eso».

Los detenidos sacaban fuerzas de la oración –lo hacían a escondidas, pues los guardianes les habían prohibido rezar–, y se las ingeniaban para poder seguir recibiendo los sacramentos: burlando la vigilancia de los milicianos, un claretiano que hacía las veces de cocinero en el colegio lograba introducir las Formas entre la comida, y así lograron recibir al Señor en la Eucaristía, casi a diario.

Al martirio, cantando

Cuando comenzaron los paseos, los detenidos, sabiendo que su muerte estaba cerca, dejaron numerosos testimonios escritos de su fe. A falta de papel, se despedían de este mundo y de sus familiares escribiendo notas en los envoltorios de chocolate, en el taburete de un piano… «Leer hoy los testimonios que dejaron es algo sobrecogedor», confiesa el padre Tamargo. Y más lo es el conocer cómo fueron al martirio todos aquellos chicos. «Una cosa que choca mucho a la gente es saber que, antes de morir, perdonaron a quienes iban a fusilarlos, algo que impresionó también a sus propios verdugos, según confesaron después. Incluso iban al martirio cantando; iban contentos porque iban a dar la vida por Jesucristo, con generosidad», concluye el padre Tamargo.

Don Pablo Moreno, director de Un Dios prohibido, señala que la intención de la película «no es remover nada, sino mostrar cómo una persona es capaz de llegar al martirio. Todos estos chicos, que no tenían nada que ver con la política, sólo se querían formar para ser sacerdotes, y, al final, acaban muriendo por defender su fe». Don Pablo afirma también que, con esta película, se demuestra que «el cine es una buena herramienta para la evangelización, y que es posible contar un mensaje estupendo, de esperanza y amor. Está claro que se puede devolver la dimensión espiritual a un mundo que lo necesita, pues lo que estamos sufriendo es, en realidad, una crisis espiritual».