El Papa ha hecho lo que el Señor le pedía - Alfa y Omega

El Papa ha hecho lo que el Señor le pedía

En entrevista a Javier Alonso Sandoica, en la cadena COPE, el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco, ha hablado del Papa y de la Cuaresma

Javier Alonso Sandoica
Momento de la imposición de la ceniza al Papa Benedicto XVI, en la celebración del Miércoles de Ceniza, el pasado 13 de febrero

Esta semana que concluye nos hemos quedado muy sorprendidos con la renuncia del Santo Padre, Benedicto XVI.
Sí, realmente fue una noticia sorprendente tal como el Papa nos la ha ofrecido. Se la ha ofrecido también, de algún modo, al Señor y a la Iglesia; es única en la historia de la Iglesia. De todos modos, a la luz de la fe se la comprende perfectamente. El Papa puede, viéndose en una situación de no poder cumplir con plenitud, o mejor dicho, con suficiencia de fuerzas físicas, con las fuerzas humanas que se necesitan para asumir y realizar con fidelidad, y luego con suficiencia, el ministerio de pastor de la Iglesia universal, puede presentar la renuncia ante Dios, de una forma pública y formal ante la Iglesia, y automáticamente se produce. Lo único que se necesita para que el Señor confirme esa renuncia es que lo haga libremente, que lo haga formalmente como lo ha hecho. Ciertamente sorprende, pero, por otro lado, también abre un camino, o mejor dicho, ofrece una perspectiva, de algún modo, nueva en la historia de la Iglesia, no para que el Papa sea un sucesor de Pedro menos entregado que todos sus predecesores, que ese gesto y esa actitud no tenga que ver con el de Pedro a Nuestro Señor, hasta el final. Hay que recordar aquel diálogo de Pedro con el Señor, después de la Resurrección, en la orilla del lago Tiberíades, cuando le pregunta por tres veces si le ama, y le responde: «Sí, te amo, y más que éstos». Pero al final el Señor le dice: «Cuando eras joven, ibas adonde querías; cuando seas mayor, otros te llevarán sin que puedas hacer mucho por ti mismo y desde ti mismo». Desde ese punto de vista, al Santo Padre, de algún modo, le han llevado los acontecimientos, le ha llevado la voluntad del Señor a tener que decirle que le ama más que éstos, pero que, por eso, porque le ama más que éstos, es la hora de que otro sucesor de Pedro coja el timón de la Iglesia en este tiempo tan difícil; hace alusión a ello el propio Benedicto XVI en la breve declaración en la que anuncia su renuncia. Alude a la dificultad de los tiempos, de una situación histórica tan cambiante, en la que las oleadas de lo que podríamos llamar el No a Dios y de un difícil al hombre se suceden con tan vertiginosa rapidez. El Santo Padre ha hecho lo que el Señor le pedía. Eso es muy importante que lo sepamos, comprendamos y asimilemos, porque en definitiva en la Iglesia todo oficio, todo servicio, por no decir en la vida sin más, en la vida cristiana, o se hace con docilidad, con respeto a la voluntad de Dios, o si no se hace así, los asuntos no irán bien, las cosas irán mal, y el anuncio del Evangelio, la nueva evangelización no prosperará. De forma que comenzamos la Cuaresma con una invitación, a la luz de ese ejemplo del Papa, de esa lección que nos ha dado Benedicto XVI, de entrega a la voluntad de Dios sin condiciones. Tratemos de vivirlo y de hacerlo también realidad en nuestra vida. Es la lección de seguimiento de la voluntad de Dios que el Señor nos da en la Cuaresma.

Es una Cuaresma muy especial, estamos en pleno Año de la fe, en la Misión Madrid… El Miércoles de Ceniza, dijo usted una cosa muy ilustrativa sobre este tiempo: que cuando la Iglesia vive la penitencia, el tiempo cuaresmal se convierte en un elemento de transformación del hombre y del mundo; esto nos alcanzará hasta el momento de la Pascua.
Efectivamente, la penitencia es esa actitud y esa forma de vida que permite al hombre abrirse en lo más hondo de sí mismo, en lo más hondo de su tragedia, diríamos, de lo que puede ser su tragedia pero que no tiene por qué quedarse en eso, que es la de la ruptura de por dentro, la del pecado, la de romper su ser más íntimo, porque rompe con Dios que es el que lo sostiene, el que le da sentido, el que le da vida. Por la penitencia, se cura esa herida, se cierra ese boquete del alma y el corazón y todo el hombre se abre a la luz del Dios que le ama y, por tanto, a la verdad del amor que le salva y que le redime. Si el hombre queda así de curado y transformado por dentro, todo se transforma: no sólo el hombre individual, sino diríamos el hombre en su sociabilidad, que siempre tiene que ver con otro y con otros, con su familia, con su patria, con la vida de la ciudad en que vive, con la familia humana en general.

El mundo hoy en su globalización física y mediática, y casi psicológica, parece que nos está invitando mucho más que antes a pensar y proyectar nuestra penitencia y nuestra victoria contra el pecado y contra el mal en nuestra vida no sólo a los entornos más próximos en los que se desarrolla nuestra existencia, sino a la familia humana en general. Vamos a aprovechar esta Cuaresma, este momento en que la Iglesia aparece como lo que es, la familia nueva de los hijos de Dios, extendida por toda la tierra, hasta sociológica y empíricamente de forma constatable; nunca fue tan constatable como ahora ni tan verificada como ahora de norte a sur, de este a oeste.

Aprendamos la coyuntura de tener que pedir al Señor luz, sobre todo los que dentro de la Iglesia tenemos la grave responsabilidad de la elección del nuevo Romano Pontífice, para que ese Evangelio que transforma al hombre, lo vivamos con el espíritu de la Cuaresma, en el cual la lucha contra el mal, la lucha y la victoria contra el pecado será posible recibiéndola del Señor y viviéndola con Él.

Nos sumamos a la oración de toda la Iglesia universal por el nuevo Papa.

Ya lo están haciendo muchos fieles, de toda condición, de toda vocación, seglares, consagrados, consagradas, sacerdotes; por supuesto, los obispos de Madrid, los obispos auxiliares, el arzobispo de Madrid, lo estamos haciendo.