Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo - Alfa y Omega

Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo

50 años después de su comienzo, las falsas interpretaciones del Concilio Vaticano II se rompen y emerge el Concilio real, con toda su fuerza espiritual. Benedicto XVI lo explicó en su última gran lección en público

María Martínez López
El Papa durante su charla con los sacerdotes de Roma, el pasado jueves 14 de febrero, en el Aula Pablo VI

Fue la última gran lección de un gran profesor. En su encuentro del pasado día 14 con los sacerdotes de Roma, Benedicto XVI compartió, durante 45 minutos y sin leer, su experiencia en el Concilio Vaticano II. El Papa, que participó en este evento primero como asistente del arzobispo de Colonia, y luego como perito, recordó que acudieron a Roma con una «expectativa increíble». La Iglesia «era aún bastante robusta», pero «parecía una realidad del pasado y no la portadora del futuro». Se esperaba que, tras el Concilio, «fuera de nuevo una fuerza del mañana» y «del hoy».

Para el Papa, fue «muy acertado» que la primera cuestión que trató el Concilio fuera la liturgia, recogiendo una inquietud surgida en las décadas anteriores; es decir, «hablar de Dios y abrir a todos, al pueblo santo por entero, a la adoración de Dios en la celebración común de la liturgia del Cuerpo y la Sangre de Cristo». Sin embargo -matizó-, «inteligibilidad no quiere decir banalidad».

Otro de los objetivos era completar la eclesiología del Vaticano I, apoyándose en la reflexión teológica de principios del siglo XX sobre la Iglesia como cuerpo místico de Cristo: «La Iglesia no es una organización, algo estructural, jurídico, institucional –también es esto–, sino que es un organismo, una realidad vital, que entra en mi alma, de manera que yo mismo, precisamente con mi alma creyente, soy elemento constructivo de la Iglesia». Desde el punto de vista estructural, se buscó «definir mejor también la función de los obispos»; y se encontró el concepto de colegialidad, «para expresar que los obispos, juntos, son la continuación de los Doce, del Cuerpo de los Apóstoles». También «se puso en juego el concepto de Pueblo de Dios», que «implica continuidad de la historia de Dios con los hombres», a través de Cristo. A partir de estas ideas, «el Concilio decidió crear una construcción trinitaria de la eclesiología: Pueblo de Dios Padre, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu Santo».

Sin embargo, mientras el «verdadero Concilio» profundizaba en estas cuestiones y «se movía dentro de la fe», el mundo conocía e interpretaba el Concilio a través de los medios de comunicación. Para ellos, era «una lucha de poder entre diversas corrientes en la Iglesia». Y apoyaron a quienes, supuestamente, «buscaban la descentralización de la Iglesia, el poder para los obispos y después, a través de la palabra Pueblo de Dios, el poder del pueblo, de los laicos». Por ello, por ejemplo, «no interesaba la liturgia como acto de la fe, sino como algo en lo que se hacen cosas comprensibles, una actividad de la comunidad, algo profano». Este Concilio virtual fue «más fuerte que el Concilio real» y provocó muchas calamidades. Pero ahora, 50 años después, el Concilio virtual «se rompe», y «aparece el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual. Nuestra tarea, comenzando por este Año de la fe, es la de trabajar» para que el verdadero Concilio, con la fuerza del Espíritu Santo, se realice y la Iglesia se renueve realmente». Benedicto XVI concluyó mostrando su certeza de que «el Señor vence».