La Iglesia es de Cristo. El Señor vence - Alfa y Omega

La Iglesia es de Cristo. El Señor vence

Benedicto XVI se encuentra, en estos momentos, recogido, junto a los cardenales, obispos y colaboradores de la Curia romana, en los Ejercicios espirituales anuales, alejado de encuentros públicos y audiencias. Era imposible imaginar un final mejor para este pontificado y una mejor preparación para el próximo cónclave

Jesús Colina. Roma
Benedicto XVI, en la Audiencia General del pasado 13 de febrero

El verdadero adiós de Benedicto XVI como Papa tendrá lugar el 27 de febrero, miércoles, día en el que tradicionalmente los Papas reciben a los peregrinos que llegan a Roma. Según confirman fuentes vaticanas a Alfa y Omega, el Pontífice quiere que este encuentro tenga un carácter de oración. La Plaza de San Pedro se llenará de fieles de todos los países que, a última hora, han cogido un billete de avión o de tren para despedirle. Será una liturgia de la Palabra, en la que pronunciará su última alocución al pueblo de Dios, sus últimas palabras como Pontífice.

Al día siguiente, el jueves 28, a las 11 de la mañana, se despedirá de los cardenales en un encuentro privado. En la tarde, hacia las 17 horas, se trasladará a la residencia pontificia de Castel Gandolfo. Las imágenes de este adiós podrán verse en directo a través de las televisiones del mundo, gracias a la cobertura del Centro Televisivo Vaticano. Y en torno a las 20 horas comenzará la Sede Vacante, es decir, Roma dejará de tener obispo, y la cristiandad dejará de tener Papa.

A partir de ese momento, Joseph Ratzinger permanecerá durante el cónclave en la residencia pontificia situada a 30 kilómetros al sur de Roma. Con su ausencia, busca dar plena libertad a las deliberaciones de los cardenales, que días después se reunirán en cónclave, así como al nuevo Papa en el inicio de su pontificado. El obispo emérito de Roma regresará al Vaticano dos meses después, al hasta ahora monasterio de religiosas de clausura Mater Ecclesiae.

Su ministerio: remitir a Otro

Lo cierto es que, a pesar del gran revuelo mediático que ha generado su decisión, los últimos días del pontificado de Benedicto XVI han estado caracterizados por una absoluta normalidad, en la que el Santo Padre ha seguido compartiendo con la Iglesia universal su enorme bagaje espiritual y teológico. Eso sí, en cada una de sus últimas apariciones, el Papa no ha querido acaparar el protagonismo y, a pesar de que son días con la emoción a flor de piel, se toma muy en serio que su ministerio, como Vicario de Cristo, es remitir a Otro.

El domingo, por ejemplo, la Plaza de San Pedro estaba llena de fieles, unos 70.000, congregados para rezar con él su último ángelus. Al igual que ha venido haciendo en estos años, sus palabras se convirtieron en una estupenda meditación para la vida del creyente. Al hablar de las tentaciones de Jesús en el desierto, el Papa explicó que, en el fondo, todas consisten en «manipular a Dios para los propios fines, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es falso: no induce directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las realidades verdaderas son el poder y lo que satisface las necesidades primarias». Y añadió una idea que está marcando estos días como un hilo conductor del pensamiento del Papa: «En último término, en las tentaciones está en juego la fe, porque Dios está en juego. En los momentos decisivos de la vida, pero, bien mirado, en todo momento, nos encontramos frente a una encrucijada: ¿queremos seguir al yo, o a Dios? ¿El interés individual, o el verdadero Bien, lo que realmente es bien?». Es difícil no encontrar ecos de su decisión, tomada «por el bien de la Iglesia», en estas palabras.

Petición sólo a los españoles

El Papa saludó después en varios idiomas a los peregrinos y tuvo un gesto de particular confianza con los españoles. Hablando en nuestro idioma, y sólo en nuestro idioma, pidió oraciones «por mí y por el próximo Papa». Una especie de significativa confesión de su corazón.

Otro de los gestos sumamente expresivos tuvo lugar el 14 de febrero, cuando el obispo de Roma quiso reunirse con sus sacerdotes en un encuentro en el que les confío, sin papeles, una de sus preocupaciones más profundas: que el Concilio Vaticano II sea comprendido y vivido. El Papa tenía ganas de hablar, y se le veía. La charla fue desenfadada y, a veces, divertida (suscitando risas entre los sacerdotes que llenaba el Aula Pablo VI del Vaticano). Evocó el entusiasmo, la alegría y los momentos culminantes del Concilio Vaticano II, que él vivió, como joven teólogo y colaborador del cardenal Frings, arzobispo de Colonia. Al final, dejando espacio a las confidencias, añadió: «Esperemos que el Señor nos ayude: yo, retirado con mi oración, estaré siempre con vosotros. Y juntos caminemos con el Señor, con la certeza de que el Señor vence». Fue en ese encuentro cuando confesó que, tras retirarse al monasterio Mater Ecclesiae, permanecerá «oculto para el mundo, pero cerca de vosotros».

¿Qué lugar ocupa Dios en mí?

El día anterior, la celebración del Miércoles de Ceniza se convirtió en otra oportunidad para compartir con la Iglesia su testamento espiritual vivo. Así, durante su homilía, realizó un llamamiento «a la conversión, a volver a Dios de todo corazón, acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús». Sólo unas horas antes, durante la Audiencia con los peregrinos típica de los miércoles, había vuelto a insistir en que, en estos días difíciles para él, «me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla». Y recordó que el núcleo de las tentaciones de Jesús en el desierto, así como de las tentaciones que experimentan los cristianos de cada época, «es la propuesta de instrumentalizar a Dios, de utilizarle para los propios intereses, para la propia gloria y el propio éxito. Y por lo tanto, en sustancia, de ponerse uno mismo en el lugar de Dios, suprimiéndole de la propia existencia y haciéndole parecer superfluo. Cada uno debería preguntarse: ¿qué puesto tiene Dios en mi vida? ¿Es Él el Señor, o lo soy yo?».

Fieles en la plaza de San Pedro, con la pancarta: ‘Te echaremos de menos’

Encuentros de despedida

El pontificado está concluyendo con encuentros previstos con antelación, pero que gozan de un notable tono de despedida. Para este sábado, está prevista la audiencia del Papa con el presidente de Italia, Giorgio Napolitano, más anciano aún que Benedicto XVI. Será un encuentro emotivo, pues el Papa y el antiguo líder comunista, de 87 años, han trabado una amistad institucional y también humana en estos más de seis años de presidencia. De quien ya se ha despedido Benedicto XVI es del Primer Ministro italiano, Mario Monti, a quien recibió el 16 de febrero. Ambos también están unidos por una amistad de años, como pudo verse en el encuentro. Según se ha podido saber, en los 40 minutos que estuvieron en la biblioteca privada del Papa, Benedicto XVI explicó a Monti los motivos de su renuncia: «Lo he hecho por el bien de la Iglesia y también de mis sucesores», dijo. El Papa regaló a su amigo una estampa de una fuente de los jardines vaticanos: «Es la que veré desde mi nueva casa», le dijo a Monti, pues es la fuente que se encuentra enfrente del monasterio Mater Ecclesiae. Era el octavo encuentro que mantenían estos dos profesores en catorce meses, algo totalmente extraordinario. Monti, consciente de que no le será fácil volver a ver a Joseph Ratzinger, le regaló tres plumas, pues el Papa siempre podrá escribirle mensajes personales, y este Papa escribe con pluma. Tres plumas, una roja, una verde, y otra blanca, como los colores de la bandera italiana, para que le duren mucho, y se acuerde de rezar por Italia.

De otro tono fue el encuentro con el Presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, ese mismo día, quien confesó que vio al Papa «muy decidido y muy firme» por la decisión tomada.

Importantes actos de gobierno

Ahora bien, en estos últimos días de pontificado, el Papa no ha descuidado sus responsabilidades de gobierno de la Iglesia, y ha tomado decisiones importantes que, en algunos casos, serán decisivas para superar crisis vividas en los últimos meses.

El 15 de febrero, por ejemplo, se anunciaba el nombramiento del nuevo Presidente del Consejo de Superintendencia del Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como el Banco del Vaticano, con lo que se da por cerrada la crisis que se abrió con el despido de su predecesor, el italiano Ettore Gotti Tedeschi, ligado a las filtraciones de prensa del famoso Vatileaks. El nuevo responsable de este banco es el abogado alemán Ernst von Freyberg, hasta ahora Presidente de la constructora naviera Blohm+Voss, de Hamburgo, fundada en 1877.

Igualmente significativo ha sido el nombramiento, como Superior de la congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción, al cardenal Giuseppe Versaldi, presidente de la Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede, designándole delegado pontificio. La Congregación atraviesa una situación económica dramática, a causa de una mala gestión y del impacto de la crisis de los hospitales que gestiona, que acumulan cientos de millones de euros de deudas.

Con Mario Monti, el 16 de febrero

Último intento contra el cisma

No obstante, el último acto de gobierno, más significativo si cabe, todavía no se conoce oficialmente. El Papa trata por todos los medios de superar el cisma que la Iglesia ha vivido en los últimos años, con la separación de la Fraternidad de San Pío X, fundada por el difunto arzobispo Marcel Lefebvre, opuesto al Vaticano II. La Santa Sede ha pedido a la Fraternidad que acepte el acuerdo propuesto por Roma antes de este viernes, fiesta de la Cátedra de San Pedro.

El documento, firmado por el arzobispo Gerhard L. Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, plantea por vez primera una fecha de tiempo límite. El Papa lo ha intentado todo en este pontificado para sanar esta herida, que sigue sangrando en la Iglesia.

De este modo, el pontificado de Benedicto XVI concluye como comenzó: con la dulzura y la profundidad de una decidida acción centrada en Dios.

«Volvamos a la oración»

A lo largo de los encuentros que ha llevado a cabo Benedicto XVI en la última semana, el Papa no ha dejado de repetir una idea, que quedó plasmada de forma elocuente tras su homilía del Miércoles de Ceniza. Al terminar sus palabras, los fieles rompieron en un emocionado aplauso a Benedicto XVI, que, después de agradecer la muestra de cariño, recondujo la situación con un: «Volvamos a la oración». Esa idea de volver a la oración, al encuentro con Jesús, ha sido el leitmotiv de sus últimas intervenciones: «Convertirse significa seguir a Jesús de manera que su Evangelio sea guía concreta de la vida; significa dejar que Dios nos transforme, dejar de pensar que somos nosotros los únicos constructores de nuestra existencia; significa reconocer que somos creaturas, que dependemos de Dios, de su amor, y sólo perdiendo nuestra vida en Él podemos ganarla. Esto exige tomar nuestras decisiones a la luz de la Palabra de Dios», dijo en la Audiencia General del miércoles. Ahora bien, esta vuelta a la oración, que parte de la invitación de Dios, «es una llamada que no sólo se dirige al individuo, sino también a la comunidad», es decir a la Iglesia. De ahí que Benedicto XVI haya querido denunciar, como hizo el Miércoles de Ceniza ante todos los cardenales de la Curia, que «hoy muchos están dispuestos a rasgarse las vestiduras ante escándalos e injusticias, cometidos por otros, pero pocos parecen dispuestos a (…) dejar que el Señor les transforme, renueve y convierta», así como «las culpas contra la unidad de la Iglesia, las divisiones en el cuerpo eclesial». Dicho de otro modo: «Nuestro testimonio será más eficaz cuando menos busquemos nuestra propia gloria y seamos conscientes de que la recompensa del justo es Dios mismo, el estar unidos a Él, aquí abajo, en el camino de la fe, y al final de la vida, en la paz y en la luz del encuentro cara a cara con Él para siempre».