Eméritamente, gracias - Alfa y Omega

Los focos de los medios de comunicación apuntan hacia el Cónclave. A esta sociedad, empujada por la prisa, la despedida de un Papa anciano le importa ya poco, más allá de los detalles que aporte una nota de sentimentalismo a un caos de noticias ennegrecidas por primas de riesgo.

También la Iglesia vive con intensidad el momento crucial que significa la elección del sucesor de Pedro. Y, quizás por eso, porque en Benedicto XVI se ha traslucido con nitidez sobrenatural el primado de Pedro, los matices de su gesto no cesan de enriquecer el regalo que ha hecho a la Iglesia y al mundo.

Hay algo que en ningún caso nos debiera pasar inadvertido de la última gran lección pública de un gran pedagogo de la fe. Entre las alabanzas a la valentía, la humildad y la autenticidad del Papa, ha quedado también la sombra de un rumor; flota en el ambiente una sospecha, incluso alimentada por algunos hijos de la Iglesia, víctimas de la ignorancia, el desconcierto o la imprudencia. ¿Dónde está el Dios omnipotente, si no manifestó su gracia para sostener al Papa, que se sintió sin vigor para desempeñar su misión?

Nuestra cultura malvive fascinada por lo productivo. Y no pocas veces, la ascética cristiana se ve envenenada por el voluntarismo del superhombre nietzscheano. Enseguida nos seduce el espejismo de que la vida espiritual y nuestra vocación irrepetible dependan más de nuestras proezas que del Amor gratuito de Dios. Por eso nos resulta más fácil admirar la heroicidad de un misionero que se juega la vida por los pobres que el valor inconmensurable de un alma consagrada a Él en la clausura.

El Papa emérito era plenamente consciente del alcance de sus decisiones y palabras. Habló de retirarse a la montaña, con las riquísimas resonancias bíblicas de esta imagen. En la montaña se descalzó Moisés, porque pisaba tierra santa. ¿Cómo nos atreveremos nosotros a juzgar el diálogo de amor de la conciencia sagrada de un hombre de Dios? A la montaña se retiró Jesús a orar y, en esa infecundidad aparente, se manifestó su transfiguración gloriosa. ¿No estaba Pedro allí, junto a su Señor?

En el gozne entre la Antigua y la Nueva Alianza, en la cima del Calvario, muchos se preguntaron: ¿Ese condenado es Dios omnipotente? Si es así, que se baje de la Cruz (escándalo para creyentes, necedad para los incrédulos). También allí hubo quien supo reconocer en aquel cuerpo triturado a quien, en verdad, era Hijo de Dios. A la montaña, al encuentro con el Dios que se revela en la humildad del silencio, que muere en la humildad de la cruz, se ha retirado el Papa humildemente. Y el ruido de esta cultura esclava de las opiniones se desvanece ante la profundidad de sus certezas.

¡Gracias, Papa Benedicto! Se te ha comparado justa e injustamente con tu predecesor, que encarnó la santificación de la debilidad de otro modo. Y que, de otra forma, se encontró con Dios en la montaña. Gracias, porque no te retiras a una vida privada, sino que te escondes, con Cristo, en el corazón de la Iglesia. ¡Ojalá seamos capaces de apreciar cómo late su omnipotencia en tu ministerio, también y precisamente ahora!