La Iglesia es de Cristo - Alfa y Omega

La Iglesia es de Cristo

Alfa y Omega
‘La barca de Pedro’, en la Sala Clementina, del Vaticano

«El Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas se agitaban y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en esa barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya»: estas palabras de Benedicto XVI, en su última audiencia general —al día siguiente, al despedirse de los cardenales, en la Sala Clementina del Vaticano, tenía ante sus ojos la imagen que ilustra este comentario— dan precioso testimonio de su fe en Jesucristo. Ese siempre supe, siempre he sabido, evidencia, sin duda, la certeza de su fe, la fe verdadera, que, lejos de situarse al margen de la razón, la amplía y la potencia.

Desde su fe cristiana, que efectivamente multiplica la luz y la penetración de la razón, pudo decir, al anunciar su renuncia, muy lúcido, «con plena libertad», que, después de examinar «ante Dios, reiteradamente, mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino»; y, con no menos lucidez y racionalidad, añadió: «En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado».

El Papa emérito es bien consciente, desde luego, de que los retos a que se enfrenta la Iglesia no son pequeños, de que el viento es contrario, y no duda en subrayar: como en toda su historia, ¡nada menos que dos mil años! Y es aquí donde brilla su paz y su serenidad, que brotan precisamente de esa fe que, lejos de hacer huir de la vida real, la llena de sentido y de racionalidad: aunque parezca dormir, «el Señor no deja que la barca se hunda; es Él quien la conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido, pues así lo ha querido. Ésta ha sido y es una certeza que nada puede empañar». ¡La certeza razonable de la fe cristiana!

Que Cristo es el Dueño y Señor de la Iglesia lo proclama Benedicto XVI con esa certeza de la fe, obsequio razonable, como la define santo Tomás de Aquino. Sin duda, se hace eco de las palabras de san Pablo, en su Carta a los Romanos, cuando les exhorta a ofrecerse «como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios», es decir, la ofrenda de la fe, y añade: «Éste es vuestro culto razonable». Que la fe amplía la razón llenando de sentido la vida entera, ¡qué bien hemos podido comprobarlo en la propia persona de Benedicto XVI, a lo largo de todo su pontificado! Lo mostró, de modo extraordinariamente lúcido, en su lección magistral en la Universidad de Ratisbona, dejando claro que «no actuar conforme a la razón es contrario a la naturaleza de Dios», y que «una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas». No en vano, razón, en griego, es logos, justamente el nombre de Cristo que leemos al comienzo del cuarto evangelio: el Hijo de Dios que se ha hecho carne. Y por eso el Papa Ratzinger concluyó así su lección en Ratisbona: «En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón».

Con esta misma certeza de la fe cristiana con que proclama que Cristo vive y sostiene a la Iglesia, que el Señor vence, como concluyó su despedida, el pasado 14 de febrero, a los párrocos y el clero de Roma, Benedicto XVI nos dijo el miércoles 27, en su última audiencia general, exactamente con la misma expresión de su homilía de inicio de su pontificado, «que la Iglesia está viva», porque su Señor está vivo, la sostiene y la guía. «Aquí se puede tocar con la mano qué es la Iglesia, no una organización, una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de este modo, y poder casi llegar a tocar con la mano la fuerza de su verdad y de su amor, es motivo de alegría, en un tiempo en que tantos hablan de su declive. Pero vemos cómo la Iglesia hoy está viva». Sí, está viva, porque es de Cristo.