Tiempo de reconstruir - Alfa y Omega

Tiempo de reconstruir

El Papa que salga elegido del Cónclave recibirá, en octubre, a familias de todo el mundo. Será uno de los grandes acontecimientos del Año de la fe, que pondrá de relieve el estrecho vínculo entre la defensa de la familia y la nueva evangelización. La Iglesia ha asumido el liderazgo mundial en defensa del matrimonio, a menudo entre graves incomprensiones, que le obligan a defenderse de acusaciones como su supuesta hostilidad hacia la mujer, o a las personas homosexuales. El entonces cardenal Ratzinger formuló, en 1989, algunas propuestas para afrontar el problema de raíz, que reside tanto en la secularización del mundo, como en la propia secularización interna de la Iglesia

Ricardo Benjumea
En la explanada de la catedral de Milán, a la espera de Benedicto XVI, que presidió el Encuentro Mundial de las Familias ‘Milán 2012’

Francia será pronto el duodécimo país del mundo que equipara las uniones homosexuales al matrimonio. Pronto le imitará el Reino Unido. El presidente Obama quiere que Estados Unidos siga también esos pasos, y ha urgido al Tribunal Supremo a pronunciarse para que el matrimonio gay sea reconocido a nivel federal. «Si hasta ahora habíamos visto como causa de la crisis de la familia un malentendido de la esencia de la libertad humana, ahora se ve claro que aquí está en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombre», advertía Benedicto XVI, en su último discurso a la Curia romana, al criticar la ideología de género.

El matrimonio homosexual ha desbordado las fronteras de Europa y Norteamérica, y se extiende por Iberoamérica. Y mientras tanto, persisten, en prácticamente todos los rincones del planeta, problemas como la ausencia del padre o el drama del divorcio, con la disolución de millones de hogares cada año.

Toca reconstruir desde los cimientos. La institución matrimonial ha quedado desprovista de valor intrínseco y reducida a un producto para satisfacción del individuo. A partir de la llamada revolución sexual de los años 60, se ha extendido una mentalidad individualista que «exalta al hombre desvinculado de todo vínculo», escribía el cardenal Scola, en La «cuestión decisiva» del amor: hombre-mujer, publicado en 2002. Con el actual arzobispo de Milán, antiguo Presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia, colaboró en algunas investigaciones el cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos con Benedicto XVI. En 2006, el entonces todavía arzobispo de Quebec publicó Teología de la familia, a partir de una serie de conferencias organizadas por la Conferencia Episcopal Italiana y el Pontificio Instituto Juan Pablo II, que planteaban la magnitud del reto: «La Iglesia ya no puede contar con el Estado para defender los derechos de la familia», afirmaba el purpurado canadiense. Las amenazas son tan de fondo, que no basta ya con «la exhortación moral», sino que hay que poner las bases para «una antropología y una eclesiología de la familia», a partir de la imagen de una visión trinitaria, que permita redescubrir y volver a interiorizar la naturaleza relacional de la persona, decía. El ser humano –insistía también el cardenal Scola– adquiere sólo sentido en relación con otro, y por ello la familia es el ámbito natural para su desarrollo integral.

Esa batalla por la familia se libra en un entorno cultural fuertemente condicionado por los medios de comunicación, donde la posición de los católicos es sistemáticamente ridiculizada, o presentada como liberticida, reaccionaria y hostil a los derechos de las personas homosexuales o de la mujer. De esa constatación partía, en 1989, el entonces cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante una reunión con los responsables de las Comisiones episcopales europeas de Doctrina de la Fe, en la que pronunció un discurso que ha traducido al español la revista Humanitas.

Jóvenes, en una Vigilia de Oración por la vida, en Dublín (Irlanda)

Para responder a las críticas contra la moral sexual y familiar de la Iglesia –sugería–, los cristianos no pueden dejarse «arrastrar a una batalla sobre los detalles», y deben permanecer en condiciones de «expresar en su integridad la lógica de la fe, el sentido común y el carácter razonable de su perspectiva de la realidad y la vida». Pero, para ello, la Iglesia debe recuperar primero la integridad de su doctrina. En concreto, el cardenal Ratzinger aludía a la teología de la Creación y a los novísimos, esto es, a la predicación sobre juicio, cielo, infierno y purgatorio.

«Decir que la naturaleza tiene una inteligibilidad matemática es afirmar lo obvio. Sin embargo, si se afirma que también contiene una inteligibilidad moral, esto se rechaza como fantasía metafísica», decía el cardenal, con respecto al primer punto. En ese contexto ideológico, ha cambiado profundamente la comprensión que el ser humano tiene de sí mismo. «El cuerpo llega a considerarse una posesión de la cual cada persona puede hacer uso de cualquier manera que le parezca más útil para lograr calidad de vida… Por consiguiente, ciertamente, no hay diferencia si el cuerpo es de sexo masculino o femenino», puesto que ahora es una simple propiedad.

La misión de la Iglesia es recordar que «la grandeza del hombre no reside en la miserable autonomía de proclamarse su propio y auténtico maestro», sino que «el hombre es tanto más grande cuanto más capaz es de oír el profundo mensaje de la creación, el mensaje del Creador. Y entonces será patente cómo la armonía con la Creación, cuya sabiduría se convierte en nuestra norma, no significa una limitación de nuestra libertad, sino que, más bien, es una expresión de nuestra razón y nuestra dignidad. Así también se reconoce al cuerpo su debido honor: ya no es algo utilizado, sino el templo de la auténtica dignidad humana, porque es la obra de las manos de Dios en el mundo».

Jóvenes españoles, durante la Jornada Mundial de la Juventud, de ‘Madrid 2011’

Recuperar los novísimos

El otro gran obstáculo señalado por el cardenal Ratzinger es la secularización de la moral. «La creencia en la vida eterna difícilmente tiene hoy un rol en la predicación», por lo que toca volver a presentar «la vida cristiana en la perspectiva de la eternidad». Sólo llegan a la vida eterna «quienes ya son sus amigos y tienen oídos para escuchar —añadía, citando a Nicolás Cabasilas—. Porque no es ahí donde se inicia la amistad, se abre el oído y se prepara la vestimenta nupcial y todo lo demás; es más bien esta vida actual el lugar de trabajo donde todo eso se constituye. Porque así como la naturaleza prepara al embrión, mientras éste tiene una vida oscura y recluida, para vivir en la luz y lo forma, por decirlo así, en conformidad con el tipo de vida que está por venir, lo mismo ocurre con los santos. Únicamente la exigencia de la vida eterna otorga su urgencia absoluta al deber moral de esta vida».

Por eso hay que denunciar el «engaño inherente en la idea del mundo mejor, que se manifiesta hoy, incluso entre los cristianos, como el verdadero objetivo de nuestra esperanza y la auténtica norma de moralidad. El Reino de Dios ha sido sustituido casi totalmente en la conciencia general por la utopía de un mejor mundo futuro por el cual nos esforzamos y que se convierte en el verdadero punto de referencia de la moralidad, una moralidad que, por lo tanto, se combina nuevamente con una filosofía de la evolución y la Historia, y crea normas por sí misma calculando aquello que puede ofrecer mejores condiciones de vida», concluía el cardenal Ratzinger.

La emergencia educativa

Entre las prioridades que tiene la Iglesia, está la de responder a la emergencia educativa, denunciada reiteradamente por Benedicto XVI. El Papa acuñó por primera vez este concepto en junio de 2007, para denunciar «la creciente dificultad» que encuentran los padres y los educadores para transmitir la fe a niños y a jóvenes, y, más aún, para «hacer llegar a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento». Ante esto, el peligro es que familias, parroquias y escuelas «reduzcan la educación a la transmisión de determinadas habilidades o capacidades de hacer, mientras satisfacen el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas de objetos de consumo y de gratificaciones efímeras». Por el contrario, la clave pasa por la implicación personal de los educadores, pues «el auténtico educador cristiano es un testigo cuyo modelo es Jesucristo» y un testigo de Cristo «no transmite sólo informaciones, sino que está comprometido personalmente con la verdad que propone».

José A. Méndez

La defensa de la vida

La defensa de la vida humana, desde la concepción, hasta la muerte natural, es otra de las grandes batallas que libra la Iglesia en todo el mundo, mientras los ataques aumentan en violencia e intensidad. La aceptación cultural del aborto ha llegado a extremos como que, en Suecia, paradigma de la igualdad de la mujer, la Junta Nacional de Salud y Bienestar haya defendido la legitimidad del aborto selectivo de niñas, o a que, en el Reino Unido, una publicación de referencia mundial en bioética, el Journal of Medical Ethics, plantee que el aborto deba legalizarse más allá del parto, de modo que matar a un recién nacido se considere un derecho de la madre. Los católicos han puesto en marcha todo tipo de iniciativas para la defensa y protección del no nacido en todo el mundo, combinando con la acogida y la ayuda a las mujeres que se plantean abortar o que han abortado. A estas últimas, la Iglesia les ofrece el perdón de Dios y acompañamiento para reconstruir sus vidas. La defensa de la vida ha sido una clara prioridad para los últimos Papas, desde Pablo VI, que publicó la encíclica Humanae vitae, o después Juan Pablo II, con la Evangelium vitae. También ha sido una preocupación constante para Benedicto XVI, que este año apoyó públicamente la 40 Marcha por la vida en Estados Unidos, y la Iniciativa Ciudadana Europea Uno de nosotros, que pretende defender a nivel comunitario al embrión humano. La defensa de la vida es citada también como tarea de la nueva evangelización en el Instrumentum laboris del reciente Sínodo de los Obispos, donde se anima a la acción de los católicos en este ámbito. Uno de los actos principales del Año de la fe será la celebración en el Vaticano, en junio, de la Jornada de la Evangelium vitae, para dar testimonio sobre el valor sagrado de la vida de todos y para alentar la labor de quienes se dedican a cuidar y proteger a los más indefensos. Pero, además del aborto, la defensa de la vida supone también luchas contra la expansión de la eutanasia y del suicidio asistido, en un contexto de envejecimiento general de la población, lo que genera una gran presión económica para las arcas del Estado. La eutanasia sólo es legal en Bélgica, Holanda y Luxemburgo; y el suicidio asistido, en Suiza y los Estados de Washington, Oregon y Montana, en Estados Unidos. Pero en Canadá y Francia se ha abierto ya el debate, mientras que, en países como España o Reino Unido, existen medidas —dos leyes autonómicas y un protocolo de cuidados paliativos, respectivamente— que amparan prácticas eutanásicas. Durante el pontificado de Benedicto XVI, estalló el caso de Eluana Englaro, joven italiana en estado vegetativo persistente a la que su padre quería retirar la alimentación e hidratación. Sólo lo consiguió —provocando su muerte, en 2009— una vez que logró sacarla de un centro católico, pues las religiosas que la cuidaban se habían comprometido a seguir cuidándola asumiendo los costes. En su Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo de ese mismo año, el Papa afirmó, «con vigor, la absoluta y suprema dignidad de toda vida humana. Con el paso del tiempo no cambia la enseñanza que la Iglesia proclama incesantemente: la vida humana es bella y debe vivirse en plenitud también cuando es débil y está envuelta en el misterio del sufrimiento».

María Martínez