Saliendo de la estación de Atocha - Alfa y Omega

Saliendo de la estación de Atocha

Javier Alonso Sandoica

A Ben Lerner no lo conocíamos en España hasta que Mondadori ha traducido está novela, que se mueve entre Madrid, Barcelona y Granada, con el escenario de fondo del 11M. Esta opera prima ha concitado el interés de la crítica internacional y se la ha ganado. Un joven de Kansas es becado un año en Madrid por una Fundación poética, ya que el chaval promete en la lírica (aunque él bien se asegura en afirmar que sus versos no tratan de nada). ¿Y qué hace en Madrid? Lo mismo que en sus poemas, nada de nada, es un vagante, que diría san Benito. Pasa del porro al sexo, y de la euforia a la indeterminación, no se agarra a nada porque nada lo retiene. No lleva asideros visibles ni invisibles. Su vida es vida artificial, es mentiroso y lleva facilidad en hacerlo. Su cometido vital es la gran fuga de lo real; lo expresa cumplidamente Lerner ante el reto de las relaciones: «Mi español estaba mejorando y supe, con la fuerza de una revelación, algo evidente: nuestra relación dependía en gran medida de que yo nunca dominara el idioma, de que tuviera una excusa para hablar en fragmentos enigmáticos».

Su vida se parece a ese pasatiempo trivial de los puntos independientes de los que, aparentemente, no logramos encontrar su relación, pero una vez que andamos con cuidado haciendo trazos, logramos ver la imagen final. Pues en el caso del de Kansas, ni siquiera la figura creada es inteligible. El meollo de su carencia se llama sentido de direccionalidad, un sentido invisible pero más necesario que el tacto o la vista. No sabe su cometido, esto le pasa. Nada de cuanto emprende lleva un proyecto, es sólo la lagartija que se deja sorprender por el sol, como cuando fuma hachís en el Retiro y se queda a expensas de una oleada de euforia que lo cubra todo con su falsa placidez: «Comenzaba a sentir un ataque de lo que yo consideraba amor, por los vencejos, por las avenidas de árboles, las estatuas de piedra de reyes y reinas». Las relaciones con las chicas oriundas no se sostienen; por eso, nuestro protagonista está siempre a dos grados de inclinarse y abandonar su condición humana, nada lo mantiene en lo que nos es tan propio, la verticalidad.

He querido referirme a esta novela porque existe un sentido sutil en el hombre que le informa, entre líneas, del precipicio al que se asoma cuando vive en una falta de verdad sostenida, provocándole la imposibilidad de una decisión.

Cuando Adam vuelve a su tierra, regresa con menos de sí.