No es verdad 736 - Alfa y Omega

Viene lo que se dice al pelo la viñeta que El Roto publicó, hace unos días, y que ilustra este comentario. Viene al pelo cuando se trata de no dejar pasar en silencio algunas de las cosas que ciertos medios -los de siempre- han publicado, estos días, sobre el Bienaventurado Juan Pablo II y sobre su beatificación. Efectivamente, como dice el humorista, no es bueno dejar que decidan qué es peligroso los que crean el peligro. Ya, de por sí, pertenece al pintoresco reino de la aurora boreal, que haya alguien que pueda aplicar a Juan Pablo II el adjetivo peligroso. La inmensa mayoría de la gente con sentido común lo aplica, lo ha aplicado estos días, y ha sabido ver en la beatificación de Juan Pablo II lo que realmente significa. Todos los medios de comunicación, dignos de tal nombre, lo han contado, y sólo unos pocos -insisto, los de siempre- han salido por peteneras, como era de esperar, porque decir como era de temer sería demasiado. Para que no vayan a creer que el que calla otorga, en este rincón se alude a lo que han escrito y dicho y no es verdad.

Como siempre, El País ya se había distinguido -quienes leyeran esta sección en nuestro número anterior lo recordarán- por exacerbar las cosas más sencillas. Acabábamos de cerrar el número anterior, cuando alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, escribió en El País un artículo -y El País tuvo la desfachatez de publicárselo- titulado Lo contrario de un libro es un crucifijo. Hace falta haber leído muy pocos libros para escribir tal cosa. Es curioso que los dogmáticos de profesión dogmaticen escribiendo «lo contrario de las ideas son los dogmas». Sólo un intolerante dogmático puede escribir tal cosa. Perdón, también puede hacerlo un ignorante culpable. Poco después, el intelectual orgánico del régimen que dice que nos gobierna, Javier Pradera, titulaba otro artículo, también en El País, Barra libre para los obispos; en él, mantiene la peregrina teoría de que los Acuerdos entre el Estado y la Santa Sede, que tanta pupa les hacen, «son un cuerpo extraño dentro de un sistema político aconfesional»; sólo unas líneas más abajo ya no habla de sistema político aconfesional, sino de Estado laico.

Algunos comentaristas radicales que se consideran progres han criticado la beatificación de Juan Pablo II, e incluso han hablado de oportunismo político. Señores: hacen falta orejeras para ver política en la beatificación de Juan Pablo II. Se ve que estos chicos se levantan y se acuestan pensando sólo y exclusivamente en eso de la política. Les asusta que la beatificación de Karol Wojtyla se transforme «en un intento de reproducir el wojtylismo». Es curioso, tienen miedo del Papa que dijo «¡No tengáis miedo!» Ese pobre hombre llamado Hans Küng, al que algunos consideran todavía teólogo católico, en una entrevista al diario italiano La Repubblica, que viene a ser El País de Italia, se permitía decir: «Juan Pablo II fue un hombre autoritario que rechazaba el diálogo». Y ¿saben ustedes cuál es la razón que daba? Que, siendo Papa Juan Pablo II, a él le habían acusado de hereje. ¿Comprenden ustedes? Lo único que les interesa es ¿Qué hay de lo mío?

Aquí, entre nosotros, Bono ha declarado -porque estas cosas se declaran: son como los trenes del Metro, que no entran en la estación, sino que efectúan su entrada– que Juan Pablo II era «muy rigorista en defensa del dogma y la ortodoxia de la Iglesia». ¿Y qué quería, que defendiera el dogma y la ortodoxia del socialismo? Otros cantamañanas han hecho todo lo posible por sacar los trapos sucios de Maciel y de la pederastia, y los bedoyas papanatas de turno han hablado del papanatismo de los que han gozado con la beatificación de Juan Pablo II. Cada cual da lo que tiene, como los que han escrito sobre los «varios modelos» de una Iglesia cuyo Credo reza que la Iglesia es una.

ía hablaremos de Bildu, de los 5.000 liberados sindicalistas que fueron a Valencia a todo menos a exigir trabajo, el 1 de mayo, y de las inefables declaraciones de la señora ministra de Asuntos Exteriores de España, que asegura -ustedes no se lo creerán, pero es así- «que el zapaterismo sobrevivirá a Zapatero; es tan grande su impronta que permanecerá». Estas declaraciones tan lapidarias deben quedar registradas en las hemerotecas, aunque sólo sea para recordarle a doña Trinidad lo que queda de Zapatero dentro de unos meses, además de todo el daño que ha hecho.