Francisco, nuestro Papa jesuita - Alfa y Omega

Tras la gran sorpresa, la persona y los primeros actos del Papa Francisco, al que los cardenales han ido a buscar «al fin del mundo», me han cautivado. Me agrada su aspecto modesto, afable, sencillo. Su rostro sonriente. Y no sé por qué, pero su fisonomía me recuerda a Juan XXIII. Pero, sobre todo, me impresionó ese Padrenuestro rezado por su predecesor el Papa Ratzinger –yo estaba pensando en él en ese momento–. Ya no cabía en mí de alegría, cuando me emocioné al escuchar, antes de bendecirnos, su petición a nosotros, los fieles, para recibir él antes la bendición y rezáramos en silencio por él. La oración en primer plano, ante las cámaras de todo el mundo. Éste es su primer mensaje: la oración, vital para la vida de todo cristiano, para la vida de la Iglesia. Y su primera salida del Vaticano, para llevar un ramo de flores a la Virgen, en Santa María la Mayor. Habemus Papam.

También tengo que decir que me entusiasma que sea jesuita. Esa Compañía de Jesús que tantos santos y servicio ha dado a la Iglesia. Un jesuita al que Juan Pablo II, que tuvo que ser duro con la Compañía por las circunstancias sabidas, nombró en 1992 obispo, en 1998 arzobispo de Buenos Aires, una de las ciudades más populosas del mundo, y en 2001 cardenal. Estoy segura de que el Papa Francisco va a atraer muchas vocaciones a la Compañía de Jesús. Lo vamos a ver pronto…, en la JMJ, por ejemplo.

Se ve y se sabe que el Papa Francisco es un hombre de Dios muy comprometido, amigo de los pobres. Me cuentan que, allá en su Buenos Aires querido, atendía personalmente a los toxicómanos de los suburbios y les lavaba los pies. De vida austera, podríamos decir franciscana, si no hubieran hecho los jesuitas la famosa opción por los pobres que él aprobó y que muchos jesuitas hoy viven radicalmente. Apenas usaba coche y menos con chófer; iba en Metro, se hacía la comida…, y sé de otros muchos que incluso se lavan su ropa.

El Papa Francisco, aseguran quienes le conocen bien, como su portavoz bonaerense, sobre todo es un sacerdote. Un sacerdote que escucha, que habla con todos sin excluir a nadie, y ésa ha sido su dinámica pastoral. No esperemos de él revoluciones, sino sólo luces desde su sólida formación intelectual y teológica. Desde su firmeza y valentía, demostrada ante los poderosos, ante las leyes injustas, ante las costumbres no por modernas sintonizadas con la moral católica a las que ha denunciado sin tregua.

Y además, conoce España, hizo su tercera probación en Alcalá de Henares, donde estudiara Ignacio de Loyola, en la Universidad del gran obispo Cisneros. En 2006, dio los Ejercicios espirituales a todos los obispos españoles, en una casa en Monte Alina, Pozuelo.

Sin llegar a cumplir sus primeras 24 horas de pontificado, las palabras pronunciadas en la Eucaristía concelebrada con los cardenales en la Capilla Sixtina son impresionantes, no leídas, sin texto preparado, como improvisando sobre las lecturas y el Evangelio, han puesto el dedo en las llagas de la Iglesia. Ha invitado a caminar en presencia del Señor, a edificar con piedras duras, a confesar a Cristo, sin ocultar la cruz, para no ser mundanos. Y todo a mayor gloria de Dios.