Cercano, porque Dios es cercano - Alfa y Omega

Cercano, porque Dios es cercano

Si algo ha dejado claro, durante la primera semana, el Santo Padre es que es una persona cercana y expresiva, de arranques significativos y sorprendentes. Es austero y simpático a la vez, y en su corazón lleva sólo un propósito: transmitir a todos, a través de sus gestos, la misma cercanía que Dios tiene con los hombres

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El Papa Francisco entra en la Sixtina, nada más vestirse de blanco

«No tengo ninguna posibilidad de ser el nuevo Papa. La edad juega en mi contra», decía el cardenal Jorge Mario Bergoglio al diario argentino La Nación, antes de viajar al Cónclave que lo eligió como sucesor de Pedro. En unos pocos días, ha experimentado en su propia carne las palabras de Isaías: Vuestros caminos no son mis caminos; y, si Dios sorprendió a Bergoglio, en apenas una semana, el Papa Francisco ha sorprendido a todos por su cercanía y por una multitud de pequeños gestos que han conquistado a muchos, desde el primer momento en que apareció, vestido de blanco, en el balcón de la Plaza de San Pedro.

El Papa Francisco saluda a los fieles saliendo de la iglesia parroquial de Santa Ana.

La noche del miércoles de la semana pasada, millones de hogares de todo el mundo tenían el televisor encendido para conocer quién era el cardenal elegido, tras la esperada fumata blanca; lo que no se esperaba nadie es que el nuevo Papa nos fuera a poner a rezar a todos. Nada más salir al balcón, cuando todo el mundo esperaba quizá una frase solemne, o unas breves palabras que marcaran la línea de su personalidad y de su pontificado, lo que hizo fue pedir un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria por el Papa emérito Benedicto XVI; y después, en un gesto que muchos no han logrado entender bien, nos pidió a todos, no nuestra bendición, sino una breve oración en silencio encomendando a Dios su persona y su misión al frente de la Iglesia. Parece lo más normal del mundo, pero no todos esperan que, en su primera aparición pública, el Papa se ponga a rezar y nos haga rezar a todos…

Poco después, nos enteramos de que el nuevo Papa rechazó la muceta de terciopelo rojo rematada con armiño blanco que le esperaba en la sacristía de las lágrimas, antes de salir al balcón de San Pedro. También rechazó la cruz pectoral de oro que le habían preparado; en cambio, el Papa conserva hasta el día de hoy su cruz pectoral de siempre, una cruz plateada con la imagen del Buen Pastor y que lleva desde el día en que le consagraron obispo. Y también ha insistido en llevar los zapatos negros con los que acudió al Cónclave, no los zapatos rojos que han llevado tradicionalmente los últimos Papas.

En el minibús, con los demás cardenales.

Con la misma sencillez, antes de volver a la residencia de Santa Marta para descansar, se despidió como quien se despide de su familia antes de irse a dormir: «Nos veremos pronto: mañana quiero ir a rezar a la Virgen, para que custodie a toda Roma. ¡Buenas noches y que descanséis!». Como un peregrino más.

Sin tiempo para recuperarnos, nos enteramos de que, a la mañana siguiente, muy temprano, había acudido a la basílica de Santa María la Mayor, en Roma, para rezar ante el icono de María Salus Populi Romani. Allí, quiso que la iglesia no se cerrara con motivo de su visita, sino que permaneciera abierta a los fieles: «Dejad abierta la basílica; soy un peregrino, y quiero estar entre los peregrinos», dijo a sus colaboradores. Haciendo gala una vez más de su espontaneidad, se acercó al padre Ludovico Melo, confesor en la basílica, para decirle: «Vosotros sois los confesores; debéis tener misericordia con las almas; la necesitan». Ya empezaba a aparecer la que va a ser una de las claves de su pontificado: la misericordia.

El Papa pidiendo la cuenta de su habitación.

También nos enteramos de que, mucho antes de acudir a Santa María la Mayor, llevaba ya varias horas despierto, desde las cuatro de la mañana; le gusta hacer tres horas de oración antes de entrar de lleno en las actividades del día. «Por la mañana, se va a la capilla para rezar con tranquilidad», ha contado el cardenal Napier, en su Twitter, dando cuenta del ritmo de oración del Papa durante los días del Cónclave.

Precisamente el cardenal Napier, arzobispo de Durban (Sudáfrica) participó en una de las tantas anécdotas protagonizadas el Papa, en la audiencia a los cardenales, tras su elección. Lejos de ser un encuentro formal y rígido, el Papa Francisco quiso recibir a cada uno de pie, y las imágenes mostraron una gran complicidad y alguna broma entre el Papa y sus cardenales. El cardenal Nieper le regaló una pulsera amarilla, de plástico, que conmemora el Año de la fe en su diócesis, y el Papa Francisco no dudó en ponérsela, en ese mismo momento. Con el resto de cardenales se mostró muy afectuoso, especialmente con los que proceden de las Iglesias perseguidas, como el vietnamita Pham Minh Man, o el indio Ivan Dias, a quien el Papa abrazó con cariño, después de hacerle la señal de la cruz en la frente.

La cruz pectoral.

También hemos sabido de la cercanía del Papa con sus cardenales cuando, en el comedor de la residencia Santa Marta, rechazaba presidir la mesa y buscaba un sitio libre para sentarse a comer como uno más; o cuando les saludó con humor con estas palabras: «¡Que Dios les perdone por haberme elegido!»; o cuando rechazó también el coche oficial que le llevaba desde la residencia hacia la Capilla Sixtina y prefirió subirse al minibús con los cardenales; o cuando quiso recoger personalmente sus maletas y pagar él mismo los gastos de la residencia en la que se alojó antes de entrar en el Cónclave -el cardenal español Santos Abril contó después que el Papa le confesó: «Si he hecho esto, es porque quiero dejar claro que el Papa no se aprovecha para nada de las cosas de la Iglesia»-.

Otro detalle muy especial lo tuvo con el cardenal argentino Jorge María Mejía, ingresado en el Hospital Pío XI de Roma, tras sufrir un infarto. Y no sólo le visitó a él, sino que aprovechó para saludar a los otros tres enfermos con los que compartía habitación; y luego fue a la capilla del hospital para rezar junto a las 13 religiosas españolas del Instituto de las Religiosas de San José de Gerona, encargadas de la gestión del hospital, a las que saludó personalmente y con las que incluso cantó el Pescador de hombres.

Y es que al Santo Padre le gusta el contacto con la gente, hasta el punto de que, la mañana del domingo, fue andando hasta la iglesia de Santa Ana, la parroquia del Vaticano, para presidir la Eucaristía. A la salida, se acercó él mismo a la gente que le esperaba fuera, para saludarlos. «Reza por el Papa, pero reza en serio, ¿eh?», le dijo a un niño. Un discurso espontáneo

Haciendo gala de una sencilla austeridad, en esa Misa en la iglesia parroquial de Santa Ana, el domingo por la mañana, llevó una casulla de las que usan los sacerdotes habituales del templo. Y en la Misa de inicio de pontificado, el martes pasado, llevó su casulla y su mitra de siempre, aquellas con las que se le puede ver en las fotografías tomadas en las celebraciones de Buenos Aires.

Los zapatos del Papa.

En sus homilías y discursos, lo mismo cita el libro de uno de sus cardenales como al escritor León Bloy, o pide a un sacerdote conocido que se acerque al ambón para presentarlo ante los fieles, como ocurrió durante la Misa en Santa Ana. Es tan cercano que finaliza sus homilías con un sencillo Buenas noches, o un Buenos días, y buen almuerzo a todos. Y, si lleva escrita la homilía o el texto que tiene que pronunciar, no tiene miedo de levantar la vista e improvisar, sobre todo si es, como ocurrió ante los periodistas, para explicar cuál es la razón principal de todo lo que está pasando estos días en Roma: «Cristo es el centro, no el sucesor de Pedro: Cristo. Cristo es el centro», dijo el Papa.

Todos estos gestos de cercanía del Papa han impactado a muchos, hasta el punto de que algún obispo ya ha advertido de que ha aumentado considerablemente el número de personas que ha acudido a confesarse durante estos días en todo el mundo. Eso es, con seguridad, lo que realmente importa al Papa Francisco: él es cercano porque Cristo también es cercano.

Jesús, José y María

El Papa ha querido conservar el mismo escudo que tenía como arzobispo, con el mismo lema, tomado del pasaje evangélico de la vocación de Mateo: Miserando atque eligendo (Lo miró con misericordia y lo eligió). El escudo contiene los símbolos de la dignidad pontificia y, en un fondo de color azul, incluye el emblema de la Compañía de Jesús: un sol radiante con la inscripción IHS, monograma del nombre de Cristo, y tres clavos negros que aluden a la Pasión del Señor. En la parte inferior hay una estrella, signo de la Virgen María, y una flor de nardo, que en la tradición iconográfica hispánica evoca la figura de san José, Patrono de la Iglesia universal y santo de especial devoción del Santo Padre.

Durante la Misa de inicio de pontificado, el Papa recibió el Anillo del pescador, que lleva la efigie de san Pedro con las llaves. En la línea de la personalidad del nuevo Papa -quien al llegar al Arzobispado de Buenos Aires no quiso que le hicieran una sotana nueva, sino que pidió que le arreglaran la de su predecesor; y tampoco ha querido desprenderse de los zapatos negros con los que llegó a Roma-, el anillo no ha sido realizado expresamente para el Papa, sino que ha elegido uno ya construido sobre un molde que perteneció al secretario del Papa Pablo VI, y que ha sido regalado al Papa por el cardenal Giovanni Battista Re.