La puerta de Cristo, la puerta de la fe, la puerta de la misión - Alfa y Omega

La puerta de Cristo, la puerta de la fe, la puerta de la misión

No hay dos Papas iguales. Cada uno tiene su personalidad, su acento pastoral, su sello en el trato, sus prioridades en la misión, e incluso sus preferencias en la espiritualidad cristiana. Sin embargo, la sucesión apostólica garantiza que, como decía en 1985 el cardenal Ratzinger, «en la historia de la Iglesia no hay saltos, no hay rupturas», sino que «existe una sola y única Iglesia que camina hacia el Señor». Ahora, las novedades –que parece no serán pocas– vienen de la mano del Papa Francisco, quien, hace sólo unos meses, celebraba el inicio del Año de la fe con una suerte de profecía: si Juan Pablo II pedía al mundo abrir las puertas del corazón a Cristo, y Benedicto XVI invitaba a atravesar la puerta de la fe, ha llegado el momento de «abrir las puertas de la Iglesia para salir y llenar de Evangelio la calle»

José Antonio Méndez
«Cruzar el umbral de la fe es dar la nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y su Evangelio»

Lo repitió muchas veces en los más de 26 años que estuvo al timón de la barca de Pedro, pero la que ha quedado grabada en la memoria colectiva del siglo XX fue la primera vez en que Juan Pablo II, en su homilía de inicio de pontificado, el 22 de octubre de 1978, se presentó al mundo exclamando: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!». Todo lo demás, el huracán Wojtyla que vino después y que llenó de asombro a los medios de comunicación y a quienes se admiraban ante el primer Papa que ha hecho tantas cosas, fue consecuencia de aquella invitación. Su programa de gobierno fue ése, proponer a los hombres y mujeres que invitasen a Dios a entrar en su vida, en todos los ámbitos de la vida: «Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo».

Treinta y tres años después, en octubre de 2011, Benedicto XVI retomaba la misma imagen para inaugurar el Año de la fe, con su Carta Porta fidei. En ella, el Papa invitaba a los católicos a dar un paso más: a cruzar «la puerta de la fe, que introduce en la vida de comunión con Dios», a «redescubrir el camino de la fe para iluminar, de manera cada vez más clara, la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo», a asumir «un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización, para redescubrir la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fe». Porque «la fe crece cuando se vive y se comunica». O sea, que, tras abrir las puertas del corazón a Cristo, los católicos se dejasen encender por Él en ardor apostólico, en ganas de evangelizar. Que abriesen las puertas de su fe.

Aquel mismo mes de octubre de 2011, el entonces cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, escribía una Carta a sus diocesanos sobre el inicio del Año de la fe. Y en ella volvía, casi proféticamente, a utilizar la imagen de la puerta para proyectar cómo debe ser el futuro inmediato de la Iglesia. Un futuro que se entronca, sí, con el legado de los Pontífices anteriores, pero que ha de entrañar novedades. Poco podía imaginar el cardenal Bergoglio que sería él mismo quien, como Papa Francisco, iba a recibir el encargo de acometer semejante misión.

En su Carta, el hoy Santo Padre explicaba que, «atravesar la puerta de la fe, supone emprender un camino que dura toda la vida, mientras avanzamos delante de tantas puertas que hoy en día se nos abren; muchas de ellas falsas, que invitan de manera atractiva pero mentirosa a tomar camino y prometen una felicidad vacía, narcisista y con fecha de vencimiento». En ese contexto, «se cruza el umbral de la fe cuando la Palabra de Dios es anunciada y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma». Porque la llamada a desinstalarse, a dejarse sacudir por el Espíritu, no viene de una mentalidad reformista de corte político o social. No. Es «una gracia que lleva un nombre concreto, y ese nombre es Jesús. Jesús es la puerta. Él, y Él solo, es y siempre será la puerta. Si no hay Cristo, no hay camino a Dios».

Un cambio de vida

Ya en 1985, el cardenal Ratzinger decía que «el diálogo con el mundo es posible únicamente sobre la base de una identidad indiscutida; podemos y debemos abrirnos, pero sólo cuando estemos verdaderamente seguros de nuestras propias convicciones». Por eso, sólo después de haberse afianzado en Cristo durante tres décadas, junto a Juan Pablo II, la Iglesia puede cruzar la puerta de la fe propuesta por Benedicto XVI, y, de la mano de Francisco, acometer cambios en la barca de Pedro, y, sobre todo y primero, en la vida de cada bautizado.

Porque, como decía el hoy Santo Padre, «cruzar este umbral entraña la permanente conversión de nuestras actitudes, los modos y tonos con los que vivimos; reformular y no emparchar o barnizar, sino dar la nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y su Evangelio de vida; es animarnos a hacer algo inédito por la sociedad y por la Iglesia; porque el que está en Cristo es una nueva criatura. Cruzar el umbral de la fe es vivir en el espíritu del Concilio: Iglesia de puertas abiertas no sólo para recibir, sino fundamentalmente para salir y llenar de Evangelio la calle y la vida de los hombres de nuestro tiempo. Cruzar el umbral de la fe supone sentirnos confirmados en la misión de ser una Iglesia que vive, reza y trabaja en clave misionera. Cruzar el umbral de la fe es, en suma, aceptar la novedad de la vida del Resucitado en nuestra pobre carne, para hacerla signo de la vida nueva».

Juan Pablo II

Nueva evangelización:

Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos. (…) Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu (encíclica Redemptoris Missio. 1990).

Justicia social:

Debemos tener presente ante nuestros ojos la pobreza estremecedora que aflige a tantas partes del mundo. (…) ¿Cómo juzgará la Historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta, y que rechaza hacerlo por una ceguera fratricida? ¡Qué desierto sería un mundo en el que la miseria no encontrara la respuesta de un amor que da la vida! (Mensaje para la Cuaresma. 1990).

Concilio Vaticano II:

El Concilio Vaticano II ya ha dado muchos frutos en estos 35 años de vida, y dará muchos más en el futuro. Una nueva época se abre ante nuestros ojos: es el tiempo de la profundización de las enseñanzas conciliares, el tiempo de la cosecha de cuanto sembraron los Padres conciliares y la generación de estos años ha cultivado y esperado. Fue una verdadera profecía para la vida de la Iglesia, y seguirá siéndolo durante muchos años del tercer milenio (Congreso sobre el Vaticano II. 27 de febrero de 2000).

Familia:

La familia es la única comunidad en la que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que es y no por lo que tiene. La norma fundamental de la comunidad conyugal no es la de la propia utilidad y del propio placer. El otro no es querido por la utilidad o placer que puede procurar: es querido en sí mismo y por sí mismo. La norma fundamental es la norma personalística; toda persona (la persona del marido, de la mujer, de los hijos, de los padres) es afirmada en su dignidad en cuanto tal, es querida por sí misma (Misa de las familias. Madrid, 1982).

Eucaristía:

Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen (encíclica Ecclesia de Eucharistia). 2003).

Benedicto XVI

Nueva evangelización:

La nueva evangelización concierne toda la vida de la Iglesia. A ella se refiere la pastoral ordinaria, que debe estar más animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles. (…) El primer anuncio se impone también en los países de antigua evangelización. Todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo y su Evangelio; y a esto corresponde el deber de los cristianos, de todos los cristianos, de anunciar la Buena Noticia (Clausura del Sínodo para la nueva evangelización. 2012).

Justicia social:

No se puede hablar de paz donde el hombre no tiene lo indispensable para vivir con dignidad. Pienso en las multitudes inmensas de poblaciones que padecen hambre. (…) También en los grandes campos de prófugos o refugiados acogidos en precarias condiciones para librarse de una suerte peor. ¿No son nuestros hermanos? ¿Sus hijos no vienen al mundo con las mismas esperanzas legítimas de felicidad? (Discurso al cuerpo diplomático. 2006).

Concilio Vaticano II:

Los documentos del Vaticano II, a los que es necesario volver, liberándolos de una masa de publicaciones que, a menudo, en lugar de darlos a conocer, los han ocultado, son una brújula que permite a la barca de la Iglesia avanzar mar adentro. (…) El Concilio es un fuerte llamamiento a redescubrir la belleza de nuestra fe, a conocerla de modo profundo para alcanzar una relación más intensa con el Señor, a vivir hasta la últimas consecuencias nuestra vocación cristiana (Audiencia general. 10 de octubre de 2012).

Familia:

Uno de los mayores servicios que los cristianos podemos prestar a nuestros semejantes es ofrecerles nuestro testimonio sereno y firme de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. (…) La familia es la mejor escuela donde se aprende a vivir aquellos valores que dignifican a la persona y hacen grandes a los pueblos. También en ella se comparten las penas y las alegrías, sintiéndose todos arropados por el cariño que reina en casa por el mero hecho de ser miembros de la misma familia. (Mensaje a la Misa de las familias. Madrid, 2009).

Eucaristía:

La Eucaristía es origen de toda forma de santidad, y todos estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu. (…) Exhorto a todos a encontrar continuamente en el Sacramento del amor de Cristo la fuerza para transformar la propia vida en signo auténtico del Resucitado (Sacramentum Caritatis. 2007).

Francisco (cardenal Bergoglio)

Nueva evangelización:

La Iglesia que nos llama constantemente a una nueva evangelización, nos pide poner gestos concretos que manifiesten la unción que hemos recibido. (…) Los tiempos nos urgen. No tenemos derecho a quedarnos acariciándonos el alma. A quedarnos encerrados en nuestra cosita chiquitita.Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles que Jesús vive, y que Jesús vive para él, para ella, y decírselo con alegría, aunque uno a veces parezca un poco loco (Carta para la Semana Santa. 2013).

Justicia social:

El drama está en la calle, en el barrio, en nuestra casa y, por qué no, en nuestro corazón. (…) El sufrimiento de inocentes y pacíficos no deja de abofetearnos; el desprecio a los derechos de las personas y de los pueblos más frágiles no nos son lejanos; el imperio del dinero con sus demoníacos efectos como la droga, la corrupción, la trata de personas, incluso niños, junto con la miseria material y moral son moneda corriente (Mensaje cuaresmal. 2013).

Concilio Vaticano II:

El Vaticano II redescubre la importancia de los carismas en la Iglesia, y exhorta a discernir los signos de los tiempos. Representa una apertura al diálogo con el mundo contemporáneo, una cierta reconciliación con la modernidad ilustrada y una recuperación de la dimensión profética de la Iglesia hacia la sociedad. A pesar de quedar planteado un abanico de temas, la pobreza y la necesidad de libertad fueron los que captaron la atención para América (Carta Cultura y religiosidad popular. 2008).

Familia:

La familia es condición necesaria para que una persona tome conciencia y valore su dignidad: en nuestra familia se nos trajo a la vida, se nos aceptó como valiosos por nosotros mismos. Sin la familia, que reconoce la dignidad de la persona por sí misma, la sociedad no logra percibir este valor en las situaciones límites. Sólo una mamá y un papá pueden decir con alegría, orgullo y responsabilidad: ¡Vamos a ser padres! La ciencia mira esto desde afuera y hace disquisiciones acerca de la persona que no parten del centro: su dignidad (Homilía. 7 de agosto de 2007).

Eucaristía:

¡Qué hermosa manera de gustar la Eucaristía! La sangre de Cristo, que derramó por nosotros, nos hace ver cuánto valemos. (…) La sangre de Cristo nos da la verdadera autoestima, la de la fe: valemos mucho a los ojos de Jesucristo. Valemos porque hemos sido y somos muy amados (Homilía. 25 de junio de 2011).