Un tiempo apasionante para vivir el sacerdocio - Alfa y Omega

Un tiempo apasionante para vivir el sacerdocio

La pastoral vocacional no es una labor de y para curas, sino una responsabilidad que afecta a todos los miembros de la Iglesia. Porque todo bautizado está llamado a dar testimonio de la obra que Dios hace en su vida, y a proponer a los jóvenes una relación personal con Cristo, que les abra a nuevos horizontes. Ésa es la premisa que vertebra el documento Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI. Hacia una renovada pastoral de las vocaciones al sacerdocio ministerial, que aprobaron los obispos españoles en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal que se celebró en abril de 2012, y que ahora acaba de hacerse público. Éste es un resumen de sus líneas centrales:

Redacción
«Nos encontramos en un contexto cultural y social que pretende excluir a Dios de la vida de las personas y de los pueblos»

No podemos eludir preguntas que están presentes en el ambiente: ¿nos hallamos en un invierno vocacional del todo irrecuperable en Occidente? ¿El descenso vocacional es un signo de los tiempos? ¿Falta coordinación con la pastoral familiar y la juvenil? ¿Nos falta pericia en la pastoral vocacional? ¿Nos falta oración y confianza en Dios?

Nos encontramos inmersos en un proceso de secularización aparentemente imparable y en un contexto cultural y social condicionado por fuertes corrientes de pensamiento laicista, que pretenden excluir a Dios de la vida de las personas y de los pueblos, e intentan que la fe y la práctica de la religión se consideren un hecho meramente privado, sin relevancia alguna en la vida social. Estos tiempos de desesperanza afectan particularmente a la edad juvenil. Un importante número de jóvenes vive en la sospecha y desconfianza ante los que rigen la sociedad y sus instituciones, y a la vez en la desesperanza respecto a los cambios que necesita la sociedad, sumergida en crisis políticas, económicas, financieras, y de valores. En algunos casos, el descontento se canaliza a través de protestas no exentas de violencia. En otros casos, cabe el peligro de desembocar en una especie de letargo colectivo, de que se instalen en la evasión consumista al comprobar que las expectativas de futuro se desvanecen por la imposibilidad de encontrar un empleo estable, de formar una familia, de llevar a término proyectos personales, etc. En ambos casos, se renunciaría a la insatisfacción e inconformismo creativos tan propios de la condición juvenil.

Para reavivar la esperanza de los jóvenes, es preciso que la pastoral juvenil y vocacional se dirija a todos, a los más próximos y a los alejados, y se oriente a devolverles el entusiasmo por encontrar el verdadero sentido de su vida, por desarrollar todas sus potencialidades, por mirar hacia el futuro y trabajar con un proyecto de vida centrado en Cristo. La fuerza del Espíritu que Dios ha puesto en cada persona, en cada joven, proyecta hacia el futuro y ayuda a vencer el miedo a tomar grandes decisiones. Nuestro acompañamiento y testimonio vivo de esperanza serán los instrumentos que les ayuden a ver que la Iglesia no les deja solos ante los desafíos de la vida, ni ante sus decisiones absolutas.

El objetivo fundamental de la pastoral de juventud consiste en propiciar en el joven un encuentro con Cristo que transforme su vida, que le haga descubrir en Cristo la plenitud de sentido de su existencia. Tiene que ayudar a cada joven a plantear la vida como vocación, a descubrir su vocación concreta y a responder a la llamada de Dios con generosidad.

La llamada de Dios es personal. Dios llama a cada uno por su nombre, pero quiere salvar y santificar a todos y cada uno, no de forma aislada, sino constituyendo una comunidad de llamados. La vocación comienza por un encuentro con el Señor, que llama a dejarlo todo y a seguirle, que quiere que su llamada se prolongue en una vida de amistad con Él y una participación en su misión que compromete toda la existencia.

Siempre desde la libertad

La historia de toda vocación sacerdotal comienza con un diálogo en el que la iniciativa parte de Dios y la respuesta corresponde al hombre. El don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre son los dos elementos fundamentales de la vocación. Así lo encontramos siempre en las escenas vocacionales descritas en la Sagrada Escritura. Y así continúa a lo largo de la historia de la Iglesia en todas las vocaciones. La gracia de la llamada y la libertad en la respuesta no se oponen, ni se contradicen. No se podría considerar una respuesta positiva como válida si no se da desde la libertad, que es una condición esencial para la vocación.

El camino habitual en toda vocación es que el Señor se sirva de la mediación de la Iglesia, a través de personas que suscitan, acompañan en el proceso y ayudan en el discernimiento. La Iglesia tiene el derecho y el deber de promover el nacimiento de las vocaciones sacerdotales y de discernir la autenticidad de las mismas, y, después, de acompañarlas en el proceso de maduración a través de la oración y la vida sacramental; a través del anuncio de la Palabra y la educación en la fe, con la guía y el testimonio de la caridad.

Todos somos responsables

En la tarea de la pastoral vocacional, todos somos responsables. El primer responsable es el obispo, que está llamado a promover y coordinar las iniciativas pertinentes. Los presbíteros han de colaborar con entrega, con un testimonio explícito de su sacerdocio y con celo evangelizador. Los miembros de la vida consagrada aportan un testimonio de vida que pone de manifiesto la primacía de Dios a través de la vivencia de los consejos evangélicos. Los fieles laicos tienen una gran importancia, especialmente los catequistas, profesores, educadores, y animadores de la pastoral juvenil. También hay que implicar a los numerosos grupos, movimientos y asociaciones de laicos. Por último, es preciso promover grupos vocacionales cuyos miembros ofrezcan la oración y la cruz de cada día, el apoyo moral y los recursos materiales.

La familia cristiana tiene confiada una responsabilidad particular, puesto que constituye un primer Seminario. La institución familiar atraviesa no pocas dificultades, pero la Iglesia sigue confiando en su capacidad educativa y de transmitir aquellos valores que capacitan al sujeto para plantear su existencia desde la relación con Dios. El futuro de las vocaciones se forja, en primer lugar, en la familia. Para ello, es una condición imprescindible que la familia cristiana esté abierta a la vida, cumpliendo generosamente el servicio a la vida que le corresponde, y aplicándose con dedicación y esmero en la tarea de educar a los hijos en la fe.

Sin señales extraordinarias

A lo largo del proceso de discernimiento, no hay que esperar manifestaciones extraordinarias o acontecimientos espectaculares, más bien hay que estar atentos a los signos de vocación que tienen lugar en medio de la vida cotidiana, para percibir el designio divino.

La principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia es la oración, que reconoce que las vocaciones son don de Dios. La Iglesia pide al Dueño de la mies que envíe obreros a los sembrados. En la oración se manifiesta fundamentalmente la solicitud del pueblo de Dios por las vocaciones. Se ha de alentar a los fieles a tener la humildad, la confianza, la valentía de rezar con insistencia por las vocaciones, de llamar al corazón de Dios para que nos dé sacerdotes.

Llamada a la santidad

La llamada a la santidad debe ser el punto de partida y el objetivo prioritario de toda pastoral con jóvenes. Los jóvenes necesitan un ideal de altura que comprometa toda su existencia. No hay que tener miedo a los planteamientos de exigencia en la vida espiritual, en la formación y en el compromiso. Con ese objetivo se debe trabajar la oración personal, lugar donde se expresa continuamente por parte de Dios esta llamada y su concreción en la vocación particular, la contemplación y el silencio. Hemos de buscar que nuestras comunidades se conviertan en escuelas de oración.

No pueden surgir vocaciones allí donde no se vive un espíritu auténticamente eclesial. Se debe intentar integrar a los jóvenes en la parroquia, en los movimientos y en la vida de la diócesis, promoviendo todo tipo de actividades de apostolado.

El testimonio es la primera forma de evangelización. La vida del evangelizador, del sacerdote, del consagrado, de la familia cristiana, de la comunidad, a través de la sencillez, de la coherencia, de la caridad con los que sufren, con los más pobres y necesitados, desde el seguimiento y la imitación de Cristo, se convierte en la mayor acción evangelizadora y en el mensaje más directo.

«Para llevar a cabo una renovada pastoral de las vocaciones sacerdotales es fundamental que los sacerdotes vivan con radicalidad su ministerio»

El ejemplo del sacerdote

La pastoral vocacional es responsabilidad de todos. Ahora bien, es preciso subrayar la importancia de la figura del sacerdote como un elemento transversal en este trabajo.

Para llevar a cabo una renovada pastoral de las vocaciones sacerdotales, es fundamental que los sacerdotes vivan con radicalidad su ministerio, ofreciendo un testimonio que exprese las actitudes profundas de quien vive configurado con Cristo y que también se haga visible a través de aquellos signos que manifiestan su identidad. De esta manera podrán suscitar en los jóvenes el deseo de entregar su vida al Señor y a los hermanos.

1. Sacerdotes enamorados de Jesucristo, que viven la configuración con Él como el centro que unifica todo su ministerio y toda su existencia. Hombres de Dios, oyentes de la Palabra, que se entregan a la oración y que son maestros de oración. Que viven la centralidad de la Eucaristía en su vida y en su acción pastoral.

2. Sacerdotes fieles a su misión, que renuncian a sí mismos para hacer la voluntad del Padre.

3. Sacerdotes que hacen de su existencia una ofrenda agradable al Padre, un don total de sí mismos a Dios y a los hermanos, siguiendo el ejemplo de Jesús. Los sacerdotes viven en medio de la sociedad haciendo del servicio a Dios y a los demás el eje central de su existencia.

4. Sacerdotes que sean verdaderos hombres de comunión, que vivan el misterio de la unión con Dios y con los hermanos como un don divino, desde la diversidad de carismas.

5. Sacerdotes llenos de celo por la evangelización del mundo.

6. Sacerdotes que vivan en radicalidad evangélica, como apóstoles de Cristo y servidores de los hombres, y en relación amorosa con el tiempo, el lugar y las personas a las que han sido enviados. Conscientes de que es preciso vivir el momento presente, sin nostalgias de pasado o de futuro, porque Dios da en cada tiempo la gracia para superar las dificultades y para poder cumplir la misión encomendada.

7. Sacerdotes que contemplen con temor y temblor y experimenten confiadamente la grandeza del ministerio sacerdotal. Conscientes de que no detentan un oficio más, sino que, a pesar de ser vasijas de barro, son portadores del ministerio más grande.

8. Sacerdotes que sean hombres de alegría y esperanza, que transmiten el gozo de una vida plena, la felicidad del servicio a Dios y a los hermanos.

Nos hallamos en un tiempo apasionante para vivir el sacerdocio y para trabajar en la promoción de las vocaciones sacerdotales. Es necesario mantener clara la identidad sacerdotal y ofrecer a nuestros contemporáneos el testimonio de que somos hombres de Dios, amigos del Señor Jesús, que aman a la Iglesia, que se entregan hasta dar la vida por la salvación de los hombres. Maestros de oración que dan respuesta a los interrogantes del hombre de hoy, aspirando siempre a la santidad y ofreciendo un testimonio de una alegría incesante.

Más allá de las apariencias, tenemos una certeza clara: la iniciativa es de Dios, que continúa llamando, y la Iglesia tiene capacidad de suscitar, acompañar y ayudar a discernir en la respuesta. Es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor, que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional.