El más triste canto de cisne - Alfa y Omega

El más triste canto de cisne

Maica Rivera
Detalle de la portada

Disponemos de nueva edición en bolsillo de una obra maestra del gran novelista alemán del siglo XX, Thomas Mann, que fue Premio Nobel en 1923. Algunos años antes, en 1912, veía la luz esta novela corta, La muerte en Venecia. De cuyo título, por favor, no se omita jamás el artículo inicial, no demos al clásico una mala promoción de subproducto de Agatha Christie (thriller, que se diría ahora, pero también nos negamos) porque nada más alejado de la trágica gravedad centroeuropea que reflejan estas páginas: aquí la muerte no es un suceso, sino una personificación hacia cuyo encuentro se precipita el protagonista. Hasta ese abismo final se narra el proceso de degradación de un artista maduro, acomodado y reconocido socialmente, desencadenado cuando emprende un viaje vacacional para recuperar fuerzas e inspiración, del que nunca regresará. En su hotel veneciano y la playa coincidirá con el adolescente polaco Tadzio, hospedado también allí con su familia, con el que se obsesionará de forma insana y autodestructiva. Su caída en picado irá mostrando un acelerado deterioro físico, provocado por una búsqueda extravagante de la juventud, irrecuperable en los términos estéticos que anhela, y que lo convertirá en una versión patética de sí mismo.

Sabedores del peso de las corrientes psicoanalíticas en aquel tiempo, nos resulta fácil diagnosticar que tenemos un personaje curtido en un ejercicio patológico del autocontrol a base de represión, en lugar de lo que hoy definiríamos como adecuados postulados de renuncia. Siguiendo la sensibilidad y filosofía de época, percibimos claramente los elementos de choque de su polvorín interno, mal gestionado y peor resuelto: como artista, tiende al ocio contemplativo, mientras que, como burgués, trabaja con férrea disciplina y se afana en producir. Contextualicemos que nos encontramos en pleno modernismo, con una descomposición de la cultura europea y los valores éticos y religiosos, donde Thomas Mann representa la decadencia finisecular, visto por muchos coetáneos como un fruto tardío del XIX y el final de un modo de entender la literatura; y, de hecho, él mismo se esforzó por subrayar su pertenencia a un mundo que desaparecía. En esta densa atmósfera de ambigüedades, inestabilidad y conflicto para el hombre continental, y, quizás, en buena medida, por su causa, dejó el propio autor la advertencia de que esta novela trata sobre «la pasión como desequilibrio y degradación». Tal vez por eso algunos especialistas han llegado a ver en la obra un cuento corrupto, invertido, en la medida en que el itinerario moral del personaje no evoluciona, sino al contrario, involuciona, desde ciertas posiciones de virtud a la degeneración íntima.

En coherencia, en el libro, todo se derrumba por momentos. El entorno que se prometía idílico pronto torna asfixiante y ponzoñoso, y el mal adquiere una sensorialidad ominosa, de profunda angustia, y, finalmente, epidémica y letal. Pero lo cierto es que desde el mismo arranque, hay referencias fúnebres por doquier. No olvidemos que Gustav von Aschenbach significa literalmente arroyo de cenizas, y que el relato se inicia con un cementerio como amenaza macabra en medio del paisaje.

La muerte en Venecia
Autor:

Thomas Mann

Editorial:

Debolsillo

Año de publicación:

2020

Páginas:

128

Precio:

11,35 €

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