«Luz para alumbrar a las naciones» - Alfa y Omega

«Luz para alumbrar a las naciones»

Fiesta de la Presentación del Señor

Daniel A. Escobar Portillo
‘Presentación de Jesús en el templo’. Parroquia de la Purificación de Nuestra Señora de Madrid. Foto: Isabel Permuy

40 días después de Navidad celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. Aunque hace varias semanas que concluíamos el tiempo de Navidad, el carácter de este día, puesto de relieve de modo particular en el Evangelio, retoma algunas de las características resaltadas en Navidad. Al mismo tiempo, se reconocen algunos aspectos que anuncian el misterio pascual. Como nos recuerda el pasaje de este domingo, la ley prescribía la consagración al Señor de todo varón primogénito. Así pues, la entrada de Jesús en el templo manifiesta, en primer lugar, que Jesús es verdaderamente hombre, puesto que cumple con las disposiciones rituales previstas para todo primogénito. La carta a los Hebreos nos lo recuerda en la segunda lectura, cuando afirma que «tenía que parecerse en todo a su hermanos», o al afirmar que «también participó Jesús de nuestra carne y sangre», subrayando, una vez más, el realismo indudable de la Encarnación. La llegada de Jesús al templo es, pues, considerada como algo que superará la concreta realización de una ley jurídico-religiosa: todo el ser de Jesús, expresado a través de «la carne y la sangre», queda vinculado con el Padre y con nosotros. Al mismo tiempo, la entrada en el templo de Jesús anticipa su definitiva entrada en el santuario como rey de la Gloria, victorioso tras haber roto las ataduras de la muerte.

El anuncio de la misión del Señor: Salvador y Luz

La ofrenda del niño en el templo manifiesta un destino concreto de la vida del Señor: una existencia para llevar a cabo la voluntad de Dios en una completa entrega. Son significativas las expresiones del Evangelio y del resto de la Palabra de Dios que describen la misión del Señor. De entre todas destacan dos: la que se refiere a Jesús como el Salvador y la que lo señala como Luz para alumbrar a las naciones. En efecto, Jesús en medio de su pueblo tiene el cometido de liberar y expiar los pecados del pueblo. Se prevé una vida no pacífica y una aceptación de su persona que distará mucho de ser unánime, ya que será un «signo de contradicción». Su vida estará asociada a una decisión por parte del hombre y a una función de criba: «fundidor que refina la plata» o «lejía de lavandero» son algunas de las expresiones que predicen en la primera lectura, del profeta Malaquías, la misión de Cristo; algo que llevará consigo que «se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones», tal y como señala el Evangelio. En segundo lugar, el cántico de Simeón retoma el tema navideño de Jesucristo como Luz de las naciones y Gloria de Israel. Sabemos que no es esta la única vez que el Señor aparece como «Luz del mundo», ya que son varios los pasajes de la Escritura que se refieren a Jesucristo como Luz o incluso a los mismos cristianos como «luz del mundo» (Mt 5,14) o «hijos de la Luz» (1Tes 4,4-5). La liturgia de este día ha subrayado particularmente esta dimensión luminosa de Cristo con la procesión inicial de las candelas mientras se canta «Luz para alumbrar a las naciones» o un pasaje que haga referencia a Jesucristo como Luz. Esta ritualización remite inequívocamente a la liturgia de la luz de la vigilia pascual, cuando Jesucristo resucitado aparece como Luz en el cirio, al mismo tiempo que se encienden las velas de los fieles y las luces de la Iglesia, para, a continuación, escuchar el pregón pascual como anuncio luminoso.

La fiesta del encuentro

En algunos lugares esta conmemoración ha sido tradicionalmente conocida como la fiesta del encuentro, en referencia a la felicidad experimentada por los dos ancianos, Simeón y Ana, que llevaban años esperando ver lo que hoy tienen ante sus ojos. Su prolongada espera nos enseña a valorar nuestra vida como un camino hacia el encuentro definitivo con el Señor, concretada en un progreso paulatino de unión con Dios a través de la participación en la vida de la Iglesia y de los distintos acontecimientos de nuestro día a día.

Evangelio / Lucas 2, 22-32

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la Ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y Gloria de tu pueblo Israel».