La raíz de la crisis en los seminarios - Alfa y Omega

La raíz de la crisis en los seminarios

La actual crisis de vocaciones hunde su raíz, en buena medida, en la decadencia teológica y pastoral que se extendió después del Vaticano II. Reconocer aquellos errores, explica monseñor Quinteiro, obispo de Tui-Vigo y exrector del seminario de Santiago, ayudará a realizar «el impulso indispensable que hoy necesitan los seminarios»

Luis Quinteiro Fiuza

Después del Concilio Vaticano II, los seminarios vivieron una profunda crisis. No es fácil decir si fue primero la crisis teológico-doctrinal, o la decadencia espiritual. Ambas fueron reales y se implicaron mutuamente. El hecho es que nuestros seminarios, salvo muy escasas excepciones, se fueron vaciando, en medio de un clima de desconcierto teológico y pastoral por la anemia espiritual de aquellas comunidades. En poco tiempo, nuestros jóvenes, especialmente los alumnos de nuestros seminarios menores, dejaron de sentir la pasión por la vocación sacerdotal que se necesita para dejarlo todo y seguir al Señor.

La pastoral vocacional comenzó a ser una tarea heroica y extenuante. En ella, se consumieron algunas de las mejores energías de la vida eclesial del postconcilio, que no llegaron a dar todos sus frutos por la falta de un clima adecuado en los seminarios. Con todo, gracias a esa pastoral vocacional, realizada a menudo en soledad, los seminarios de muchas diócesis pudieron ir reafirmando su insustituible misión eclesial. En algunas diócesis, la renovada vitalidad de su seminario tuvo que ver con la determinación clarividente de sus obispos, que no dudaron en llevar a cabo drásticas reformas. En este proceso, fueron indispensables las directrices del magisterio pontificio, que nunca han faltado.

A 50 años del Vaticano II, la Iglesia siente la necesidad de seguir contando con seminarios vigorosos doctrinal y espiritualmente, para la formación de sus sacerdotes. Entretanto, algunas diócesis se han visto obligadas a cerrar su seminario, por falta de candidatos, y otras siguen luchando por superar la endémica carestía vocacional que padecemos. Un número menor, pero muy significativo y de trascendental importancia, cuenta con seminarios llenos de vitalidad que, sin descuidar los problemas, nos proponen el modelo de una institución que seguirá siendo indispensable para la Iglesia.

La Iglesia tiene la serena certeza de que los seminarios han de jugar un papel esencial en la nueva evangelización. A cada Iglesia particular nos queda un esforzado y hermoso camino por recorrer en el ámbito de la pastoral vocacional y en el fortalecimiento de la vida humana, espiritual e intelectual de nuestros seminaristas, que sólo puede ser recorrido desde la predilección profunda que hacia ellos sienta todo el pueblo de Dios; pero serán los obispos, junto con sus presbiterios, quienes ejercerán el impulso eclesial decisivo que necesitan.

Por lo que atañe a la vida interna de nuestros seminarios, mucho se ha hecho en los últimos años en el restablecimiento de la comunión eclesial de la teología que en ellos se enseña. Más difícil está resultando el fortalecimiento espiritual de nuestros seminaristas. No es fácil encontrar y formar buenos profesores del seminario, pero resulta mucho más complicado descubrir y hacer madurar a los maestros espirituales de nuestros candidatos al sacerdocio, mediación esencial para la verdadera consolidación de los seminarios.

A pesar de todas las dificultades, la reciente historia pasada está marcada por el trabajo incansable de obispos y sacerdotes que entregaron lo mejor de sí mismos para dar vida renovada a nuestros seminarios, y confiamos en que el Señor nos seguirá concediendo el regalo de nuevos apóstoles que continúen la labor emprendida.