El reto de vivir «con intrepidez por el sendero de la entrega» - Alfa y Omega

El reto de vivir «con intrepidez por el sendero de la entrega»

«Un problema grande y doloroso de nuestro tiempo es la falta de vocaciones, a causa de la cual hay Iglesias particulares que corren el peligro de secarse»: así reconocía Benedicto XVI, en 2010, uno de los principales retos a los que se enfrenta la Iglesia en el siglo XXI, y que tendrá que abordar el nuevo sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Es el mismo desafío de siempre, que cobra vigencia de cara al día del Seminario, que se celebrará el próximo día 19 de marzo, el mismo día en que se celebrará la Misa de inicio de pontificado: que cada bautizado dé un testimonio creíble de Cristo para que, en medio de un ambiente relativista y consumista, los jóvenes se atrevan a entregar su vida a Dios y a los demás

José Antonio Méndez

Ya lo dijo Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistia, su última encíclica: «La Iglesia vive de la Eucaristía». Sin Eucaristía, dejaría de haber Iglesia, y el mundo se quedaría sin la presencia real, física, de Jesucristo. Ahora bien, para garantizar la presencia de Cristo Sacramentado y, por tanto, para llevar a los hombres y mujeres de hoy hasta Jesús, es imprescindible que haya sacerdotes. De ahí que la promoción, acompañamiento y discernimiento de las vocaciones sacerdotales sea un desafío de primera magnitud para la Iglesia del siglo XXI…, y para el nuevo Papa, Francisco.

En lo que atañe a la pastoral vocacional, el nuevo Pontífice quizá no tenga la receta para resolver todos los problemas, pero puede contar con el diagnóstico que, a lo largo de sus ocho años de pontificado, ha delineado Benedicto XVI, quien situó los retos del sacerdocio en una doble perspectiva. Primero, paliar la carencia de presbíteros que padecen Europa y América del Norte, con una pastoral capaz de contrarrestar la cultura relativista y una influencia mediática crítica con la religión. Y segundo, encauzar las numerosas vocaciones que surgen en África, América del Sur y Asia, para que sus seminarios no cometan los errores que han dado lugar a grandes escándalos y a una secularización interna de la Iglesia en Occidente.

No rebajar la exigencia

Ya en 2010, el ahora Papa emérito apuntaba a una tentación que no pocas voces proponen dentro de la Iglesia como pócima mágica que resuelva el «problema grande y doloroso» de «la falta de vocaciones, a causa de la cual hay Iglesias particulares que corren el peligro de secarse, porque falta la Palabra de vida, la presencia de la Eucaristía y de los demás sacramentos». Se trata de «la tentación grande de transformar el sacerdocio en una tarea normal y corriente, en un oficio que tiene un horario, y por lo demás uno se pertenece sólo a sí mismo, haciéndolo accesible y fácil». Es decir, rebajar la exigencia que supone la consagración total a Cristo. «Si desempeñáramos sólo una profesión como los demás, renunciando a la sacralidad, a la novedad, a la diferencia del sacramento que sólo da Dios, que puede venir solamente de su llamada y no de nuestro hacer, no resolveríamos nada», dijo durante un encuentro internacional de sacerdotes en la clausura del Año sacerdotal.

En ese escaparate de rebajas estaría la reforma del celibato, constante petición de ciertos sectores sociales y eclesiales, a los que el Papa contestó así: «Para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no cuenta, el celibato es un gran escándalo, porque muestra que Dios es considerado y vivido como realidad». Por el contrario, «el celibato es un definitivo, es dejar que Dios nos tome de la mano, abandonarse en las manos del Señor, en su Yo; es un acto de fidelidad y confianza».

Y surge la pregunta: si no se pueden relajar las condiciones para que haya más candidatos al sacerdocio, ¿qué hacer para fomentar las vocaciones? La respuesta que daba Benedicto XVI en aquel encuentro implica a toda la Iglesia: lo primero es «pedir a Dios, llamar a la puerta, al corazón de Dios, para que nos dé vocaciones; pedir con gran insistencia, determinación y convicción, porque Dios no se cierra a una oración insistente, permanente y confiada». No hay que olvidar que «toda vocación nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien da el primer paso y no como consecuencia de una bondad particular que encuentre en nosotros, sino en virtud de su amor», explicaba en su Mensaje para la Jornada de Oración por las Vocaciones de 2012.

Por el testimonio de todos

Ahora bien, para fomentar las vocaciones en la era de la nueva evangelización, no basta con que los miembros de la Iglesia recen, sino que han de mostrar con su vida que es posible optar por Cristo: «El testimonio suscita vocaciones. La fecundidad de la propuesta vocacional -escribía en 2010- depende, primero, de la acción gratuita de Dios, pero, como confirma la experiencia, está favorecida por la cualidad y riqueza del testimonio personal y comunitario de cuantos han respondido ya a la llamada del Señor».

Es decir, que esta labor testimonial atañe a todos, y especialmente a los matrimonios, a los consagrados, y a los sacerdotes. Porque la vida de los propios presbíteros es un factor decisivo para que un joven se atreva a plantearse su vida como sacerdote: «Si los jóvenes -dijo, en 2005, al clero de la diócesis italiana de Aosta- ven sacerdotes aislados, tristes, cansados, piensan: Si éste es mi futuro, no podré resistir». Por eso, cada sacerdote «debería hacer lo posible por vivir su propio sacerdocio de modo convincente, de forma que los jóvenes puedan decir: Ésta es una verdadera vocación; así se hace algo esencial por el mundo. Ninguno de nosotros se habría hecho sacerdote si no hubiera conocido sacerdotes convincentes en los cuales ardía el fuego del amor de Cristo. Intentemos ser nosotros sacerdotes convincentes», contestó, en 2010, a un cura de Oceanía que le planteó cómo mejorar la pastoral vocacional.

En aquella respuesta, explicó también que tan necesario como el testimonio de la vida es el de la palabra. Esto es, que familias, educadores, religiosos, sacerdotes y laicos no caigan en la cobardía de evitar conversaciones profundas con los jóvenes, sino que «tengan el valor de proponerles la idea de que piensen si Dios los llama, porque, con frecuencia, una palabra humana es necesaria para abrir la escucha a la vocación divina. En el mundo de hoy, parece excluido que madure una vocación sacerdotal; los jóvenes necesitan ambientes en los que se viva la fe, se muestre su belleza, y se vea que éste es el modelo de vida».

Eso sí, la carencia de sacerdotes en Occidente, o la ebullición vocacional en África, Asia y América del Sur, no puede suponer que se haga la vista gorda al seleccionar y formar a los seminaristas para tener muchos curas, pues ésa es la raíz de muchos casos en que los sacerdotes han sido infieles a su misión, e incluso han caído en graves faltas, porque, tal vez, nunca deberían haber sido ordenados.

Ante el cardenal Bergoglio: no todo vale; no todos valen

Así lo dijo Benedicto XVI a los obispos que se reunieron en la Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, en 2009, y entre los que estaba el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires: «La necesidad de sacerdotes para afrontar los retos del mundo no debe inducir al abandono de un esmerado discernimiento de los candidatos, ni a descuidar las exigencias necesarias, incluso rigurosas, para que su proceso formativo ayude a hacer de ellos sacerdotes ejemplares». Y añadió unas palabras que, seguro, tendrá en cuenta su sucesor al frente de la sede de Pedro: «Hoy, más que nunca, es preciso que los seminaristas, con recta intención y al margen de cualquier otro interés, aspiren al sacerdocio movidos únicamente por la voluntad de ser auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo».

Este riesgo no es pequeño. En las regiones en que no ha llegado el cansancio de la fe que afecta a Occidente, los problemas de la pastoral vocacional son tanto la falta de recursos materiales como un larvado sabotaje entre aquellos que buscan medrar y no entregarse al Evangelio. En 2005, tras recibir a varios obispos de Sri Lanka y del África subsahariana, el Papa decía que, allí, «las vocaciones son tantas que no se pueden construir suficientes seminarios para acoger a esos jóvenes», algo que «implica cierta tristeza, porque una parte va con esperanza de promoción social. Al hacerse sacerdotes, consiguen casi el rango de jefes de tribu, otra forma de vida. La cizaña y el trigo están juntos en este hermoso aumento del número de vocaciones, y los obispos deben estar muy atentos para discernir: no deben contentarse con tener muchos sacerdotes futuros; sino analizar cuáles son las auténticas vocaciones». Para eso, «es de suma importancia que se cuide atentamente su formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, así como la adecuada elección de sus formadores y profesores, que han de distinguirse por su capacitación académica, su espíritu sacerdotal y su fidelidad a la Iglesia, de modo que sepan inculcar en los jóvenes lo que el pueblo de Dios necesita», dijo a los obispos de América Latina, en 2009, sin imaginar que su sucesor escuchaba in situ aquellas palabras.

Un siglo para el martirio

Entre los desafíos que han de asumir los sacerdotes del futuro, sea cual sea su lugar de procedencia, hay uno común: «Un entorno en el que se pretende excluir a Dios y en el que el poder, el tener o el placer, a menudo, son los principales criterios por los que se rige la existencia. Puede que os menosprecien, como se suele hacer con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante los que hoy muchos se postran. Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia», dijo a los seminaristas de Madrid, durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2011. A muchos, quizá, les toque incluso dar la vida, porque «la cruz puede tener formas muy distintas, pero nadie puede ser cristiano sin seguir al Crucificado, sin aceptar incluso el martirio», decía hace unas semanas a los seminaristas de Roma.

…y así seréis felices

El desafío no es pequeño. Pero la recompensa es mayor: vivir «in persona Christi; Cristo nos permite usar su Yo, hablamos en el Yo de Cristo; nos atrae hacia Sí, y así Él es siempre realmente el único Sacerdote, y está presente en el mundo», decía en 2010.Se da la circunstancia de que, antes de su renuncia, Benedicto XVI dejó escrito el Mensaje para la próxima Jornada de Oración por las Vocaciones, que se celebrará en abril, cuando el Papa ya es otro. Y estas últimas palabras de Benedicto XVI, que sonarán como un último aliento que sople en las velas de la barca de la Iglesia que ya capitanea su sucesor, Francisco, van dirigidas a los jóvenes que se plantean su vocación: «Queridos jóvenes, no tengáis miedo de seguir a Jesús y recorrer con intrepidez los exigentes senderos de la caridad y del compromiso generoso. Así seréis felices de servir, testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno, y aprenderéis a dar razón de vuestra esperanza».

Descenso de sacerdotes desde 1970

En 1970, cinco años después del Concilio Vaticano II, el número de sacerdotes en el mundo marcó uno de los máximos históricos. A partir de entonces, y hasta nuestros días, este número ha ido descendiendo hasta situarse en los 412.236 sacerdotes de 2010 (últimos datos disponibles). Por continentes, se aprecia un continuo crecimiento del clero en África y en Asia, que maquilla los malos datos de Europa, continente que ha perdido más de 82.000 sacerdotes en 40 años. Y aunque Oceanía registra unos datos bastante más pequeños que el resto de continentes, es reseñable la pérdida de la mitad de su clero entre el año 2000 y el 2010. Esta tabla comparativa del número de sacerdotes, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, evidencia la urgencia de una buena pastoral vocacional en el futuro:

África América Norte América Sur Asia Europa Oceanía Mundo
1970 18.875 85.001 39.658 26.258 272.935 5.781 448.508
1980 17.346 83.836 36.741 28.588 245.201 5.667 417.379
1990 20.399 79.753 39.129 33.855 225.416 5.431 403.983
2000 27.165 120.841 43.566 208.659 4.947 405.178
2010 37.527 122.607 57.136 190.150 2.807 412.236